Tú en tu 2 de octubre (a 50 años)

Ernesto Dávila se vale de la ficción -y no ficción- del México de 1968 para recrear uno de los episodios más importantes de nuestro país: el movimiento estudiantil del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. Con una voz que combina literatura y vivencias personales, logra situarnos, a 50 años de aquel suceso, en el contexto político de entonces. Con justicia Tenochtitlán, la Nueva España y el México moderno convergen hoy en día; no sin luto, no sin pena.

POR Ernesto Dávila Herrera
2 octubre 2018

Tú en tu 2 de octubre (a 50 años)

Tú llegas a esa gran ciudad huyendo de la pobreza. Atrás dejas a tus amigos y a tus hermanos. Pretendes salir adelante a base del estudio; ¿por qué no?, además, tus hermanas te prometieron ayudarte en lo posible. Sabes que la situación es difícil, pero estás convencido de que por medio del estudio te abrirás campo. Has escogido una carrera cuya característica principal es que no se imparte en lugar cercano a tu casa. Huyes de la pobreza y del entorno, quieres otros espacios y buscas otros mundos.

En el gran Estadio Azteca presentaste el examen de admisión, junto con otras 70,000 personas, deseosas de entrar a la Universidad Nacional. Regresas a tu tierra en espera de los resultados. Se acerca navidad y a tus amigos les han dado la triste noticia: fueron rechazados. Larga tu espera.

Al fin aparece un telegrama en donde se te informa que tienes que presentarte a hacer los trámites de inscripción: has sido aceptado.

Te empiezas a mover en la gran urbe, cargado con las recomendaciones: no hables con extraños, guarda bien tus cosas, compra lo necesario, y tantas más que te procuran tu familia en recomendaciones que no sabes si serán ciertas, puesto que quien te las ofrece, nunca ha salido de ese pueblo.

Todo el año precedente —el 67— fue de estudio. En tus ratos libres y los fines de semana trabajas en un pequeño estanquillo, acomodando mercancía y yendo a avisarles a los inquilinos de las vecindades cercanas de las llamadas telefónicas. El sueldo, la comida, el refresco y las golosinas a hurtadillas te ayudan a sobreponerte a la jodidez en la que vives.

En el siguiente año, algo extraño se daba en la Universidad, había demasiadas cortesías; tú no lo distinguías puesto que tenías la facilidad para hacerte de amigos, ¿te acuerdas cuándo tenías que hacer un trabajo sobre la familia y la sociedad? No. Solo te acuerdas que mencionaste la necesidad de un cierto libro y que no faltó el tipo aquel que para pronto te ofreció: “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” y que, al pasar los días, tú ya estabas con la preocupación de entregar ese libro; por no haber terminado el trabajo a tiempo; y luego, por olvidarlo en la casa de huéspedes, tuviste que decirle a ese joven que te disculpara. Él amablemente te señaló que no había problema y que si te gustaba ese tipo de lecturas lo esperaras un momento puesto que te iba a regalar la colección completa de las obras de Carlos Marx y Federico Engels —que por cierto eran parte de las colecciones populares del gobierno ruso—.

Debes de acordarte de aquella ocasión en la que te saliste del circuito universitario: te habían hablado de un centro cultural, administrado por religiosos, donde se impartían clases de francés; llegaste y amablemente un laico católico te preguntó qué se te ofrecía. Tú le dijiste que te gustaba la lengua francesa y la querías aprender. Te señaló precios y horarios y en una manera discreta, le agradeciste sus atenciones y el tipo te retuvo y te explicó que si no tenías para la colegiatura, se vería el modo en que tú recibieras las clases gratuitas.

Por tu gusto a la lectura encontraste a un grupo en donde se intercambiaban libros y material en general para leer y discutir de tal o cual tema. El grupo era liderado por un personaje que representaba al joven intelectual, que algunos llamaban existencialista: pelo largo, una desgastada mochila donde cargaba sus pertenencias, ropa de campesino o camisolas de obrero y, por supuesto, en su boca un cigarrillo tras otro.

Aquel compañero sobrio, un tanto rudo y que se hizo tu amigo, te advirtió:

—Retírate de ellos.

—Qué hay de malo, somos un grupo que nos gusta la lectura— le dijiste.

—No es un grupo solamente —te dijo tu amigo Antonio —tú formas parte de una célula comunista, bien identificada, que han adoptado el nombre de Régis Debray, el joven francés renegado burgués, que se identifica con los regímenes comunistas y que se ha dado a conocer con su libro “¿Revolución en la revolución?”. Ese no es solamente un grupo de estudio, es un grupo de captación y adoctrinamiento.

Con firmeza y casi en susurro te lo dijo, no sin antes mirar a uno y otro lado, para no ser sorprendido hablándote de esos asuntos.

Recuerdas que había pasado la Primavera de Praga y el Mayo Francés; tú sentías que algo olía en la olla universitaria con un gran caldo de cultivo. Te distraías con los cursos: tu pobreza sumada al hambre del conocimiento, te llevaban a cuanta conferencia se daba. Asistías al Justo Sierra, pues en ese auditorio se presentaban músicos y cantantes del folclore latinoamericano con propuestas de protesta o de contenido social. En cierta ocasión te insistieron en que fueras a ver una obra de teatro “El Gesticulador” de Rodolfo Usigli, pero te resistías. ¿Por qué? Tal vez porque los promotores eran identificados como porros o en el mejor de los casos, como incondicionales de aquel profesor de la materia “Gobierno y Política del México Actual” que, en sus ratos libres, se desempeñaba como Secretario General de la CNC: el sector campesino del partidazo que abonaba una gran cantidad del llamado voto verde.

Cierto día, entre clase y clase, te diste un tiempo para estar en la cafetería y te topaste con Antonio. Lo saludaste y sin más le dijiste:

—Sabes que estoy haciendo mi servicio militar en calidad de remiso, y …me he fijado en tu manera de caminar y veo que lo haces como los militares que me instruyen los domingos.

Tu amigo aclaró la voz y balbuceando te dijo que no era cierto y se rió con una risa que no te convenció. Lo acorralaste por otras razones: te molestaba que siempre te guiara la mirada al andar por los corredores.

—¿Qué te traes conmigo? —le dijiste, y envalentonado le señalaste: —…algo traes y es mejor que me lo digas ahora.

Antonio te apartó del bullicio y de una manera convincente y con palabras entrecortadas te confesó que sí era militar y que lo habían inscrito en la Universidad para hacer trabajos de inteligencia. También te dijo que no confundieras la protección y el mantenerte vigilado, que era por la estima; te dijo que te admiraba puesto que tu pobreza no impedía tu buen humor y la decencia. También te advirtió que algo iba a pasar, pero que no sabía cuando ni de qué manera. Te recomendó que te cuidaras. Ese día fue el último que Antonio asistió a la máxima casa de estudios.

23 de julio. Te enteraste que se dio un zafarrancho entre estudiantes del Poli y de la UNAM y te sumaste a la protesta. Para ti y para muchos era como ir de picnic. Así que con la excusa de la conmemoración de la Revolución Cubana, te fuiste a la marcha.

Tú sí sabías quién era Ho Chi Min y estabas enterado del boicot impuesto por la OEA a Cuba, pero te diste cuenta que muchos entonaban consignas impulsadas por los organizadores. Te causaba risa el escuchar a una sola voz: “Ho Ho Ho Chi Min” o la estrofilla “Con la OEA o sin la OEA les daremos la pelea”, la que más te gustaba, por ser de un gran ingenio, parodiando un comercial de cerveza era “Es Corona del Rosal un desgraciado”.

Interrumpes tus pensamientos. Aparecen por tu mente el café cantante A Plain Soleil, la Pista de Hielo de Insurgentes, La Caverna y otros sitios con rock en español, donde desfilaban los Dug Dugs, Three Souls in My Mind, La Revolución de Emiliano Zapata y tantos otros con los Lora, los Batis y los Santana. Regresas a tus mortificaciones. Sabes que tu asistencia a esos lugares era por cuenta de tus amigos adinerados, que no te abandonaban por consideración o por no perder los apuntes de clase.

Ese mundo irreal y vacío choca con tu realidad: ha oscurecido y sigues en la manifestación, en donde tu día de campo se ha tornado en un nebuloso atardecer. Has seguido la caravana y el aire suave de la región mas transparente, adquiere un olor penetrante a pimienta, cloro y amoniaco. Una barrera de policías con escudos no te permiten llegar al Zócalo.

Luego viene la marcha del silencio por la reivindicación de la Universidad, avasallada en su autonomía, por la ocupación de los militares.

Huelgas, manifestaciones, posturas, apoyos a unos y repudios a otros. El laboratorio va creando un monstruo esperanzador de cambio de las estructuras políticas y la curricula académica.

Te cuestionas tu pobreza y también te cuestionas el origen y el impulso de este volcán que enfrenta a los jóvenes contra muchos viejos; al oficialismo contra la oposición; a los doctrinarios dogmáticos contra los propagadores de la teología de la liberación; al primer mundo contra el tercero, representado por México que se ha atrevido a realizar unas olimpiadas, que hasta hoy solo la élite de la gran economía tenía derecho; al imperialismo americano contra el similar ruso con pinceladas maoístas. Y también te cuestionas que haces ahí y qué buscas.

Llega octubre y tienes que pagar la mensualidad a la casa de huéspedes. El día primero se te hace largo y no sales de casa esperando el giro telegráfico y éste no llega. Te encierras en ese cuarto compartido y no bajas a cenar por el temor de enfrentarte con el dueño. Con tus amigos has realizado planes para que, el dos de octubre, asistan a la gran concentración en la Plaza de las Tres Culturas. El hambre te levanta y desayunas con prisa para no encontrarte con el casero. Sigues en espera del dinero en el giro telegráfico. A las seis de la tarde tomas la decisión de ir a la Plaza, pero primero la dejas pasar para llegar a la oficina de correos. En el recorrido te anima el que se ha conglomerado un buen número de estudiantes. Compras papel, sobre y estampillas y escribes la carta a tus hermanas: «Puede ser que tengan dificultades y sea cual sea el motivo de no haberme enviado el dinero, recuerden que aquí no me esperan con la mensualidad. Les pido que hagan todo lo que puedan, me dolería dejar los estudios. En otras cosas, en la UNAM se están llevando marchas y manifestaciones; los estudiantes hemos recibido muestras de apoyo de grandes hombres como Herbert Marcuse autor del Hombre Unidimensional, Eli de Gortari filósofo con aportaciones sobre el materialismo dialéctico y otros. Espero que al llegar la presente ya haya recibido el dinero para mi sustento. Su hermano los quiere mucho.»

Te diste cuenta que una carta no era suficiente y cruzaste la calle para llegar a la oficina de telégrafos y mandar un escueto escrito en donde apelabas a su corazón para que te enviaran el dinero.

Tomas el camión Vía San Juan que circula por todo San Juan de Letrán y que en línea recta hacia el norte, te llevará a la Plaza. Tus pensamientos que no te dejan pensar, te avisan que el transporte se desvió de la ruta, en la glorieta de Santa María; te consuela el saber que, al llegar a la de Peralvillo, retomará su rumbo. No es así. Sigue por la lateral de Reforma y se aleja no solo de la fiesta estudiantil, también de tu casa de huéspedes. Resignado te bajas y empieza tu caminata. Aunque pasara un taxi no lo tomarías por no contar con un centavo en la bolsa.

Al pasar por la pequeña sala del hospedaje, te retiene la imagen del conductor del noticiero televisivo, que luego de preguntar si había llegado Paula, informa que algunos zafarranchos se dieron en el mitin. Te tranquiliza la noticia y te subes a la azotea desde donde se domina la parte donde se encuentra la colonial Iglesia de Santiago Tlatelolco; te sorprendes de las luces que iluminan esa zona y mas al distinguir un helicóptero que revolotea la plaza. Luego el ulular de las ambulancias. Dudas de la veracidad de la nota de unos pequeños zafarranchos, piensas que fue algo más. Como te gustan los festivales, aseguras que fueron más bandas de música y mas los participantes y que de seguro el tumulto y el desenfreno de los jóvenes provocó algunos heridos. Te acuerdas que ahí hay vestigios prehispánicos y que alguna caída provocaría lesiones. Te quedas con la mirada fija y te vienen a la mente tus amigos que estarían comentando tu ausencia. En tu inamovible mirada visualizas a los oradores y los grandes personajes que se estarían sumando a la causa y tú ahí solitario sin poder disfrutar de ser participante directo en ese evento del cambio social y político que se daba. Tus ojos se te nublan y sin proponértelo, lágrimas corren por tu rostro. Para ti es una noche triste, más triste que la primera que haya registrado la historia. Ese día dos de octubre es triste y mas en la soledad de lo alto de esa casa vieja, a la que has llegado como única opción de acuerdo a tus posibilidades. Lloras más y te provocas más llanto para que salgan tus frustraciones y terminas con un llanto de reto para aceptar tu situación y animarte a superar todo.

Temprano bajas a la sala. Sabes que muchos huéspedes compran los periódicos y solo hojean las secciones de los avisos de ocasión en busca de un empleo. Pero en cambio, te alarmas. En un diario lees que el ejército se enfrentó a unos terroristas en Nonoalco Tlatelolco; otro apuntaba que francotiradores se habían enfrentado a los soldados; otros más señalaron veinticinco muertos, varios heridos y más de mil desaparecidos. Quieres seguir leyendo, sujetas otro, pero el dueño te lo pide para anotar los datos de una vacante de empleo.

Estás en la puerta, esperando el aviso del giro; el portador llega al mismo tiempo que dos de tus amigos. Agradeces al servidor de Telégrafos y tus amigos te abrazan.

—¿Qué pasa? No es mi cumpleaños —les dices.

—Que bueno que te encontramos, estábamos con pendiente y… y queremos decirte que mataron a Jesus, el de Tijuana…

Al botepronto te hablaron.

En minutos te narraron los dantescos momentos de ayer, contrarios a los ingenuos actos que tú construiste. No podías creer que a conocidos líderes del movimiento los apresaron, ni los actos de miedo como el tener que destruir la credencial de estudiante y botar libros y libretas para no ser aprehendidos o el tener que camuflarse para no ser reconocidos. En llanto tus amigos hablaron de las familias del edificio Chihuahua que en humanitario acto, ayudaron a estudiantes a refugiarse en sus departamentos y que luego fueron golpeados a culatazos por los militares, llevándose a ellos y a los jóvenes etiquetados como delincuentes o agitadores desestabilizadores de la Patria.

Te inquietas con la narración y llegas a experimentar el miedo en la posibilidad de que tú podías estar en esas estadísticas y te viene la reflexión rápida de haberte salvado.

Tus amigos estaban despidiéndose de ti, te habían venido a buscar con el temor de no encontrarte y al ver que estabas bien, te dijeron que se regresaban a Zacapu y que ni siquiera pasarían por sus cosas que estaban en ese cuarto de servicio que les servía de alojamiento. Los viste alejarse y sabías que se iniciaba una nueva era en México, tal vez no como lo planteaba el Comité de Lucha del Movimiento Estudiantil; esa nueva era la inaugurabas tú en la Iglesia de Santo Domingo, ante Cristo, con unas sentidas palabras: «Gracias Señor por la vida, gracias mi Dios por mi pobreza.»

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