De todas las artes, la más solitaria, es la poesía; la más inalcanzable, quizá: pero aún así, platónica o no, cuando estamos frente a ella, nos acecha una nostalgia ajena, nos reconocemos en las palabras. Jorge Olivera Vieden escribe un poema con los elementos del amor romántico para conciliar el alejamiento a la poesía.
El trazo y la palabra
si pudiera dibujar
dibujaría de nuevo al cosmos
pero no pintaría los blancos
ni el azul de todo astro
trazaría mejor tus ojos
tus bustos y tus labios
hinchados rendidos
como seis lunas valientes
que ante al alba ya se desvanecen
si fuera por mi trazo
no tendríamos colgando
esos jardines
de la torre de Babel
más bien serían tus rizos
de llama viva y sin olvido
no apoyaría el carbón del lápiz
en el desnudo burdo de la hoja
a la noche mejor esperaría
para que una ráfaga de estrellas
en ella se inmolara
y entonces de blancos y de brillos
serían las pecas de tu boca
¿qué diría la luna huérfana
de tierra triste y de sol ansiosa?
en mis trazos las vocales
serían diptongos de tu nombre
para repetirlo siempre
en los versos que se escriban
y más finos más delgados
haría los bordes sobre
el verdor de la montaña
como tu cadera de cristal
separa el margen de mi pluma
con el trazo dibujar tu rostro
del desierto obtener el oro y
ya hecha arena el mismo viento
que ya es tu voz
barrerlo pueda cada noche
pero de mí
palabras solas quedan
muertas
como de ti
solo la memoria
que entre el poema se disuelve
¿dónde queda acaso
la tinta del Poema si
me disuelvo cuando vuelvo a
la palabra y regreso al trazo?
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