La última pirámide

Volumen Cero

Poema en prosa que busca enaltecer y revivir el orgullo del guerrero azteca, el resplandor del Anáhuac y la solemnidad mexica, a propósito del sismo que azotó Ciudad de México el 19 de septiembre de 2017.

POR Javier Talamás Weigend
19 septiembre 2018

La última pirámide

México, Valle del Anáhuac; tierra de tlatoanis: feroz como el Vesubio, entre el escombro habrás de renacer; quetzal de fuego que resurge entre cenizas de la piedra. La Nueva Venecia te llamaron, pero, ¡oh cuánto erraron!: no eres frágil; ni Pompeya. Domaste no a uno, sino a dos volcanes, y ahora duermen para ti: la Mujer Blanca, guerrera infalible, es la centinela de tus noches; el cerro que humea, con azufre de oro, vigila a tus soles, cada hora, cada alba. Tu sangre es metal hervido: resistirás la lluvia de piedras que te acecha. Atemporal, patria mía, te escondes en el valle. Siempre infinita, siempre bella.

Si ruge tu tierra, es porque tiembla tu corazón: apasionado, cándido, fulguroso, solidario; resistente. Y ahí tu secreto, mi bella barca, mi bella patria: resistes, te mantienes a flote –nos guías siempre hacía adelante–. ¿Qué has hecho si no resistir? La llegada de Cortés tus células estremeció: al trueno invocaban esos duros tubos de hierro cuando el gatillo españoles apretaban; gigantes de madera aplastaron a tus costas; y esas bestias horribles: montadas por un jinete, hacían caer la noche con cada resonar de sus pesuñas sobre el suelo. ¡Mírate ahora! Esas bestias, tan rápidas como el rayo, impredecibles como la tormenta, ya son todas tuyas: el mariachi canta de alegría sobre ellas; la obsidiana de tus guerreros fue más dura que sus balas; y la patria del trueno fue tu corazón, y no el metal.

Tenochtitlán, espejo y tiempo: me proyecto y entonces vivo, mi México. Mienten quienes afirman que caíste. Nos abrazaste bajo tierra, nada más. Escondidos, esperamos la resurrección. Y ahora, su espejo resucita una imagen del pasado en su esplendor: veo a los sumos sacerdotes en el reflejo de tus topos; pueblo guerrero, pueblo soldado: cada ciudadano y ciudadana viste el plumaje de tus tlatoanis. Tu capital es la profecía: no cabe duda. Años de peregrinación para probar el agua dulce de tu lago; años de peregrinación para ver la llama solidaria de tus hijos y tus hijas; años de peregrinación para ver a la patria más amada. ¡Caminaría siete veces desde Aztlán por este pueblo!

Que tiemble mi tierra, que agrieten el piso, que lluevan las piedras: a mi patria, no la tumba nada. Hasta que caiga la última pirámide –que son cada hijo y cada hija–, podrán decir, que el gran valle del Anáhuac, al fin ha muerto.

*Primera edición del poema publicado en Altavoz México, el 21 de septiembre de 2017; reeditado por el autor para la presente edición.

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