El alcance de una candidatura política no siempre es con el fin de la elección.
El candidato
Destrucción y separación de familias arrojó el terremoto de 1985. El caserío del olvidado pueblo de Jalisco quedó más abandonado, si acaso era posible: por lo regular lucía así, desolado. Los apoyos se centraron en la capital, y la provincia quedó en espera de la ayuda humanitaria, o del llamado de Dios.
Para la foto, para alimentar su ego: razones por las cuales se apersonaran políticos, a sabiendas que esto les redituaría votos y simpatías. Entre ellos se encontraba Rutilio Rentería, a quien el Dedo Elector ya lo había señalado como el candidato de la unidad en su municipio. Se hizo acompañar de su esposa y un séquito de achichincles.
La que iba a ser la primera dama, cuando se encontraban en el improvisado albergue, quedó prendada de un inocente y atemorizado niño, que, de tantos días en vela y llanto, solo se le oía un lejano: mamá, mamita.
Madre e hijo habían quedado separados, sin certeza de la supervivencia de la progenitora.
Don Rutilio y la esposa regresaron otro día, y otro más. Las fotos en los diarios les acarreaban simpatías y eso era conveniente para sus fines. Su matrimonio no estaba redondeado -lo sabían-: por ello la dama le propuso que adoptaran a ese niño:
—Sabes que no tenemos hijos y con ese niño conformaremos una familia modelo.
Saltando trámites, lograron la adopción y le brindaron sus apellidos, respetando su nombre: Macario.
Macario se adaptó a la gran ciudad. Se distinguió en sus estudios y en el respeto a sus padres, que, aunque no olvidaba a su madre, o aquella imagen que humeaba en su memoria, llegó a querer a su papá Rutilio y a su mamá Carlota.
El político tenía continuas charlas con su hijo y le llegó a mostrar todos los entresijos de la política. Entre otras cosas le decía que para lograr un puesto había que comer mierda y no hacer gestos; que si aspiraba a una candidatura, le iban a señalar cosas suyas que ni él conocía de sí mismo; que la amistad se apreciaba si estabas dentro de la nómina, y tantas más que Macario guardaba en mente, como la imagen de la progenitora que los escombros escondió.
Pasaron los años. La alegría del muchacho la interrumpía el recuerdo de su madre; se preguntaba qué sería de ella.
Se alistó en el sector juvenil del partido político y se ofrecía en cuanta actividad se presentara. Era un punto en contra ser hijo de don Rutilio, que para entonces había sido marginado de la actividad pública y además humillado y vilipendiado por los que hoy detentaban el poder. Pero él tenía un objetivo muy claro y cada día se mostraba más dispuesto a realizar actividades proselitistas.
Pegaba afiches; colocaba mantas; repartía despensas, playeras y gorras; convivía con los líderes de las barriadas; en fin, todas las cosas que te llevan a la aceptación del gran amo: el Dedo Electoral.
Al paso del tiempo, obtuvo su recompensa, fue señalado por el Dedo como candidato a una diputación federal. Era el puntero en las encuestas y el enemigo a vencer. Se había preparado para los embates y la guerra sucia. Deseaba que llegaran los señalamientos que don Rutilio le advirtió.
En la cúspide del proceso electoral, en plena campaña, las redes sociales fraguaron sus ataques. Sus propuestas y anuncios virtuales recibían el Like de sus seguidores y una desaprobación con memes que denostaban su persona; provenían de los que apoyaban al contrario.
Cada comentario negativo, lo impulsaba a postear en Facebook, a realizar giveaways en Instagram, y en lo posible, enganchar a usuarios con comentarios retadores en el Twitter.
En la cima de la campaña, las encuestadoras lo mantenían como el favorito. Sus enemigos electorales hurgaron su pasado, entregando información valiosa al gran periódico de la región. Ese día apareció el matutino esperado: en lo ancho de la impresión mostraba una foto y la gran nota a ocho columnas que leía:
“El advenedizo Macario Rentería, busca a los electores, y no se preocupa ni de su verdadera madre que vende garnachas en el mercado de Ciudad Guzmán.”
A los dirigentes del partidazo les comunicó:
—Renuncio a la candidatura, ya logré lo que me propuse.
La ciudad blanca: Mérida, Yucatán
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