De la mazorca a la pelota: apuntes sobre Valenzuela

Volumen Dos

En la carrera de Fernando Valenzuela encontramos algunos de los rasgos característicos del mexicano: el intentar apachurrarnos; el deseo constante de soñar; la precariedad social y económica; pero sobre todo, el triunfo a pesar de todo. Del ejido y el campo, al diamante y el guante: Fernando Valenzuela nos enseña que si quebramos el lente por el que miramos nuestra realidad, nuestra realidad nos puede ver distinto. Mauricio Montaño recapitula algunos apuntes sobre su carrera.

POR Mauricio M. Benavides
4 marzo 2019

De la mazorca a la pelota: apuntes sobre Valenzuela

Fernando Valenzuela Anguamea nació en Etchiohuaquilia: un pequeño poblado en el municipio de Navojoa, en el estado de Sonora. Rodeado de pobreza, el futuro de Fernando Valenzuela apuntaba al campo, a trabajar sus manos en el labrado de las tierras, bajo el ardiente sol del norte de México. Él sabía que sus manos, en efecto, estaban destinadas a trabajar en el campo, pero no en aquellos ejidales; sabía también que sus manos se llenarían de cayos, pero no de arrancar a la mazorca, sino de tanto acariciar a la pelota. Nunca dejó de practicar el deporte del diamante, y, a sus escasos 16 años, el jugador de facciones indígenas y rostro inexpresivo dibujó una mueca en el norte del país: ya se hablaba de él como prospecto para donde se juega el mejor beisbol del mundo.

Pasan los años, y durante la época de los ochentas, el serpentinero mexicano llegó a ser la máxima sensación del beisbol de la gran carpa: pichaba para la franquicia de los Dodgers de los Ángeles, comandada entonces por el legendario manager Tommy Lasorda.

Valenzuela se encuentra en la pequeña lista de lanzadores en conseguir una de las mas  grandes hazañas del beisbol: lograr un juego sin hit ni carrera, donde el pitcher, durante las nueve entradas, logra que los contrarios no le conecten ningún hit y consigue colgar un cero a la defensiva.

No lo es todo. Fernando tiene muchísimos logros más. Bates de plata, Novato del Año, Cy Young, y —sin duda su logro mas recordado— el llevar a la novena a los Dodgers en los campeonatos de serie mundial de 1981 y 1988.

Aunque en la cuestión física había un contraste muy notorio con los otros jugadores de las mayores, pues él no era alto ni musculoso: su figura era robusta y de tez morena, fisionomía mexicana, enorgullecida, pero igual discriminada. Sin embargo, logró consolidarse como el ícono y figura de la cuidad de Los Angeles gracias a su lanzamiento de tirabuzón (conocido también como la bola de tornillo); lanzamiento muy peculiar que ayudó a Fernando a ridiculizar a sus oponentes swing tras swing, ponche tras ponche.

Es común en triunfo de mexicanos, el querer ver otros factores externos al propio talento y esfuerzo. ¿Rasgo o fijación? Como fuere, Valenzuela no es la excepción: al principio los años sesenta, una zona en la cuidad de Los Ángeles fue víctima del fenómeno de gentrificación, el dinero  vencía de manera dramáticamente a los habitantes del área de Chavez Ravine —donde vivian mexicoamericanos—, miles de familias mexicoamericanas fueron desplazadas violentamente de sus hogares para la construcción del parque del equipo angelino, el Dodger Stadium.

La comunidad mexicoamericana en todo el país mostró descontento con la franquicia debido a su trato inhumano a este grupo vulnerable. Algunos afirman que años después y con motivo de reconciliar a los fanáticos latinos, el equipo decidió contratar a Fernando y aunque para muchos solo es casualidad y carece de valor probatorio al no haber evidencia de este hecho, solo queda mas que dejarlo al libre albedrío del lector.

Lo cierto es que en Fernando Valenzuela tenemos un recuerdo que añorar; un ejemplo de superación: alguien que supo ver su destino a través de otro lente, y que nos enseñó, que a veces, el deporte no es espectáculo, sino una conquista social.

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