Para María José Gutiérrez, es absurdo que personas quieran refutar los argumentos del feminismo por cuestiones de economía del lenguaje; por cuestiones lingüísticas. Es innegable que la mujer ha sido históricamente desplazada de la sociedad. Reducida a cumplir ciertos roles, ciertas tareas, no más. ¿Qué habría pasado si las mujeres tuvieran desde siempre las mismas oportunidades materiales que los hombres? Desde Sor Juana Inés de la Cruz, pasando por Virginia Woolf, María José nos ofrece una perspectiva fresca de los obstáculos (absurdos) que aún hoy enfrentan las mujeres.
El ridículo (debate del) feminismo
La finalidad del feminismo es que, sin importar el género, las personas cuenten con las mismas oportunidades. Misma finalidad que tiene un sinnúmero de implicaciones, en ocasiones legales, en ocasiones sociales. Es evidente que el sexismo es sumamente complejo y por su naturaleza requiere de diversos enfoques. Nadie va a discutir eso. En cambio, lo que sí sucede es la reducción del feminismo y su debate a términos lingüísticos. Es aquí cuando el debate se torna ridículo, cuando la controversia es la palabra y no los hechos. Me explico.
En un país como México, la brecha salarial entre hombre y mujer asciende al 34.2% a favor de los hombres , y a la par, únicamente el 10% de los puestos directivos son ocupados por mujeres ; en la escala global, no es tan distinto: solo el 24% de los escaños parlamentarios los ocupan mujeres y en lo que respecta a la academia, solo el 28% de los investigadores corresponden al género femenino ; por nombrar algunos datos. Con todos estos datos (que a la vez son pocos para reflejar la gigantesca desigualdad y su violencia), todavía genera controversia que el movimiento lleve el nombre “feminismo”, en oposición a equidad de género. Es ridículo: si la controversia es esa (feminismo o equidad de género), sin duda estamos en una situación absurda.
Si bien feminismo es sinónimo de equidad de género, el término enfatiza las nuevas oportunidades del género femenino y reconoce las realidades históricas que lo han obstaculizado. Es decir, le da un lugar y rol activo a la mujer. Y ese lugar que se le da en el vocabulario, se traduce en un lugar material para ella.
Virgina Woolf (1882-1941) ya identificaba la importancia del lugar de la mujer. En Shakespeare’s Sister del ensayo A Room of One’s Own, Woolf nos da una perspectiva de la diferencia de oportunidades entre el hombre y la mujer, imaginando y creando a Judith Shakespeare. Judith es la hermana hipotética del gran William Shakespeare. A través de este ejercicio, Woolf describe la vida de Judith como escritora latente.
Woolf muestra la vida de una mujer cualquiera de la segunda mitad del siglo XVI con un talento extraordinario que nunca podrá explotar. Judith viviría para cumplir con su rol. Pues en aquella época, ¿cómo podría una mujer escribir si no fue educada igual que los varones, si se casó a los dieciséis, si no tenía propiedad, si no tenía su lugar para pensar, su escritorio?
Mientras que William aprendió sobre las más exquisitas obras literarias, salió de su ciudad y se aventuró en el mundo de las artes; tuvo un trabajo y escaló en oportunidades, descubrió que le gustaba y que no. Tuvo el privilegio de fallar y de aprender. Judith, por el otro lado, se ocupó en cumplir con las expectativas que se tenían de ella, obviando sus intereses y capacidades. Pasaría sus días como una genio frustrada.
Pero ¿qué se necesitaba en la Época Isabelina para convertirse en el autor más aclamado del idioma inglés? ¿cuál era el estado mental necesario para que William pudiera escribir? Woolf se pregunta, si Judith y William tenían el mismo talento, ¿qué le sobró a él que a ella no?. Su respuesta es simple: William tenía un lugar para concentrarse, para estar solo y dedicarse a su obra. Afortunadamente, él podía ser propietario de una casa, Judith no; él cumplía con sus obligaciones fuera del hogar, ella dentro; él tenía su espacio, ella acondicionaba espacios.
Si bien las aseveraciones de Woolf eran meramente estimaciones, no estaba muy lejos de la realidad. Dos siglos antes y desde otro continente, Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) confirmaba a priori su hipótesis. En su texto Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, entre los muchos temas que aborda, una de sus críticas refiere a la falta de maestros y colegas y a las distracciones de la vida comunitaria; situaciones que la dejan sin un lugar y momento para dedicar al estudio.
Sor Juana vivió precisamente esa genialidad frustrada que describía Woolf. Y justo como imaginaba Woolf, Sor Juana no contaba con un espacio, un lugar, para enfocarse en sus intereses. Más lamentable todavía: no contaba con maestros dispuestos a enseñarle o compañeras con quienes discutir sus intereses. Contaba, por el otro lado, con deberes y quehaceres, y más aún, prejuicios, sobre los cuales, muy elocuentemente responde: “Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.”
Y es justamente este genio frustrado que describe Woolf el que de su viva voz expresa Sor Juana. Si bien logró lo que Judith no, sin duda se debe a la excepcionalidad de su persona: su genialidad se rehusó a privarse del estudio y más allá de los prejuicios, logró disfrutar y desarrollar su talento.
Dos mujeres separadas por el tiempo y la geografía, que convergen en una idea fundamental: la mujer no ha tenido espacios ni condiciones para autodeterminarse. Sea su espacio personal, su lugar en la vida cívica, académica o social, sin la oportunidad de aprender, sin saber que podían hacerlo o sin que se les inculcaran los intereses, la mujer fue muda durante eternos siglos.
Siglo XXI. 2019.
Sin duda se han logrado avances en materia de equidad de género: la mujer vota, la mujer es propietaria, la mujer es educada. Pero, ¿la mujer es dueña de sí? La mujer todavía usa falda en la escuela, su vida sexual es materia de opinión pública, su intelecto todavía está sujeto a prejuicios y sus intereses minimizados, si no es que ridiculizados.
Ambas autoras, cada una a su manera, abogaban por que la mujer tuviera su espacio, figurativa y literalmente. Como mencionaba al inicio, los datos muestran que, en los ámbitos laborales, políticos y académicos, por no nombrar más, la mujer todavía no ocupa un lugar significativo.
La palabra feminismo es una oda a este espacio que tanto ansía la mitad de la población. El demeritar la palabra es un arrebato al espacio y la voz por los que se han luchado. Parece absurdo entonces, que la controversia surja porque se enfatice la necesidad de impulsar a un género para alcanzar la igualdad entre ambos. Es decir, es ridículo que incluso antes de alcanzar la equidad se demerite al movimiento que la busca, simplemente por llevar en su nombre al grupo que precisamente ha sido vulnerado.
Bibliografía
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Ochoa, Christina, “En altos puestos, solo 10% de las mujeres en México”, Milenio, 2018, https://www.milenio.com/negocios/en-altos-puestos-solo-10-de-las-mujeres-en-mexico
Facts and figures: Leadership and political participation, UN Women, enero 2019, en http://www.unwomen.org/en/what-we-do/leadership-and-political-participation/facts-and-figures
Delgado Inglada, Gloreia, Keiman, Carolina y Frank, Alejandro, “Sólo 28 por ciento de los investigadores del mundo son mujeres”, Boletín UNAM-DGCS-092, febrero de 2019.
Sor Juana Inés de la Cruz, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, Editores Mexicanos Unidos, 2013, p. 56.
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