Saludos, pequeña amiga

Volumen 9

La pandemia ha sido un continuo camino de introspección y redescubrimiento; Michelle Mijares descubre, en ese camino introspectivo, una antigua compañera.

POR Michelle Mijares
13 julio 2020

Saludos, pequeña amiga

Pienso que hablo en palabras de muchos cuando digo que esta pandemia ha sido un continuo camino de introspección y redescubrimiento. En un inicio comencé creyendo que tenía que tomarme las cosas muy en serio, como un reto. Con la excusa nueva de la cantidad de tiempo de sobra que tenemos en nuestras manos en comparación de “antes” me hacía sentir que debía aprovecharlo de manera relevante; que debía tomar al “toro por los cuernos” y comenzar un desafío de productividad y superación personal como nunca antes visto. Diferentes opiniones y publicaciones con instrucciones que dictan que hacer en estos tiempos como: crecer; desarrollar nuevos hobbies y nuevas aficiones; dedicarle tiempo a esa pintura que nunca terminaste; buscar la pieza del rompecabezas que te falta; empezar ese libro que te prometiste que escribirías; o inscribir 30 cursos en Coursera y comenzar ninguno. Aprovechar, aprovechar, aprovechar.

Todos estos retos se condensaron para formar una nube gris que hacía sentir pesados mis días. Ver fotografías y videos en redes sociales de las personas cumpliendo este desafío imposible durante la cuarentena solo me hace dudar si realmente algo que hago algún día valió, vale o valdrá la pena. Y debajo de esta pesada nube de pensamientos y duda interna, ignore que algo más pasaba. Ignore por completo la presencia de un fenómeno que vivía sin percatarme en absoluto. Comencé a ver destellos de alguien que yo creía perdida, alguien que hacía tiempo ya no recordaba.

Fue lento y poco obvio. Comenzó cuando regresé a mi casa de la infancia.

Primero, empezó por hacer arreglos en el viejo cuarto donde antes dormía: acomodaba las cosas de una manera más placentera y agradable, haciendo un lugar acogedor lo que se había convertido en una habitación pasajera. La note después en el brinco que pegaba desde la cama al piso por las mañanas, contenta porque en la mesa de desayuno estarían papá y mamá esperando para por fin poder compartir una buena taza de café, reemplazando los batidos de chocolate que dejaban su marca de espuma en el bigote. La vi bajar a desayunar en pijama, sin las presiones de la rutina. Corriendo le dio un empujón a su hermano para jugar a las “carreritas” y ver quién llega primero por la última fruta de la canasta. La vi también cuando salía mamá a regar el jardín, admirando a una heroína que cuida de sus plantas como si fueran sus propias hijas, mientras por su mente pasaba la travesura de abrir el grifo para que una fuga de agua a presión la empapara entera en aquel momento.

Jugar videojuegos era un viejo hobby que cada vez parecía más nuevo: lo que antes dominaba ahora le representaba un reto. Perdió su timidez cuando jugó con sus hermanas a teñirse el pelo, y a cortarse el copete, riendo entre tijeras, tinte y papel maché de los lamentables resultados que trajo jugar al salón de belleza en casa. De pronto los viernes no se trataban de salidas nocturnas, sino de rompecabezas, juegos de cartas y karaoke con papá. Su presencia crecía cada vez que iniciaba una pelea por quién se había terminado la última caja de su cereal favorito, y de hacer berrinche cuando no ganaba el control para decidir qué ver en la televisión. De la noche a la mañana los turnos no eran para filas burocráticas, sino para reclamar la regadera antes que sus hermanas.

Piedra, papel y tijera ahora eran el camino a la toma de decisiones más importante, respetable y democrático para saber quién se juega el pellejo yendo al supermercado. Lo que antes eran peleas en el tráfico, ahora son peleas con sus hermanos para que le bajen a su música porque no puede escuchar ni sus propios pensamientos. Me confirmó su presencia cuando bajó las escaleras casi jugando rayuela. Cuando en momentos de ocio antes de ver alguna serie o escuchar algún podcast, prefirió ir a “molestar” a sus hermanas. La vi brillar cuando el domingo se sentó con aquellas 5 personas con las que hace mucho no compartía una mañana. Poco a poco, salió, dando destellos momentáneos: mi niña interior.

Películas viejas y antiguas mañas comenzaron a verse presentes en mis días. Viejos hábitos y viejas dinámicas se volvieron parte de esta actualidad tan fuera de lo común. La presencia de mi niña interior es como la de la cuarentena: Callada pero también ruidosa, pero, sobre todo: incierta. Incierta en duración, en emociones y en ideas. Como quitarle pausa al tiempo tome mi pasado justo donde lo deje y comencé a vivir la pandemia a través de sus inocentes ojos, dejando que tomara mi presente su conciencia y perspectiva. Me pregunto si no estamos haciendo todos lo mismo ¿estamos viviendo toda una serie de destellos de niños inocentes frente a lo incierto? Nos hemos convertido en niños jugando a ser superhéroes que usan la frase “-¡ahg! El cubrebocas y el gel” de manera más continua que Buzz Lightyear diciendo “al infinito y más allá” en las cuatro películas juntas. La única diferencia entre nosotros y los Avengers es que ellos usan capas y nosotros cubrebocas. Pero como en toda historia de superhéroes, tenemos un villano todos en común. Un virus que al parecer no cede a pesar de que pasan los días. Un virus que parece que gusta tanto del planeta tierra que desea tomarlo y conquistarlo por un buen rato.

Estamos tan aterrados de lo incierto como un niño de su suéter mal colgado en el closet que parece un monstruo. Estamos jugando “el piso es lava” con cada paso que damos en el exterior, y jugando a las escondidas siempre que nos sea posible. Vivimos jugando a las “traes” o a la papa caliente con la información verídica y la falsa, con estadísticas, predicciones y picos que solo parecen subir. Somos como niños en tercero de primaria tratando de comprender y dirigir una crisis económica, con números y gráficas que nos explican en un pizarrón que llamamos ahora Televisión, Twitter, Facebook, etc. Pero de la misma manera, como niños, hemos desarrollado una nueva forma de vida que no puede describirse como otra que no sea la de un ejército preparándose para combate.

Con nuestro cubrebocas, gel antibacterial y nuestra querida líder Susana Distancia no podemos llamarnos como algo que no sean los mismísimos Power Rangers. Listos para la batalla. Con diferentes medidas y precauciones hemos conquistado batalla por batalla, día por día. ¿No es mejor pensar en nosotros mismos como niños jugando a la batalla en comparación de adultos perdiéndola? ¿no será quizá la inocencia lo que nos hace falta? Tal vez un respiro y un juego, no tomarnos todo tan enserio, logre aligerar esa nube de pensamientos y presiones por la que todos vamos debajo últimamente. Quizá unas cuantas risas, caricaturas y travesuras, den el resultado de sacarnos una sonrisa, para así poder darnos cuenta de que esta pandemia algún día será solo una historia. Y si algo aprendimos cuando éramos niños, es que toda historia siempre tiene final feliz, a nosotros solo nos toca seguir esperando el nuestro. Y al llegar a este, al feliz final de la cuarentena, todos libremente podremos decir (o gritar): “¡Al infinito y más allá!”

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