Cómo acabar con el síndrome del impostor en las escritoras

Volumen Catorce

Para Iveth Luna, el síndrome del impostor y la desconfianza que genera en las mujeres no es sino producto de un sistema patriarcal que ha borrado y sigue borrando a las mujeres de la historia.

POR Iveth Luna Flores
3 mayo 2021

Cómo acabar con el síndrome del impostor en las escritoras

¿Qué va a pasar? Darme cuenta de que es una mentira. ¿Por qué empecé a escribir? ¿Por qué tomarlo en serio? Hace ocho años escribí esto en un pedazo de papel. Lo acabo de encontrar entre mis libretas viejas. Seguido de estas dudas, también escribí: Mi tía Nora es un misterio para mí. Siempre tan seria. Estudiaba Biología y siempre andaba con amigos. Continúo hablando un poco más de ella. Me parecía hermética y sólo la veía sonreír cuando volvía con sus amigas y amigos a casa de la abuela. Aunque no se quedaba con nosotros, me gustaba saber que tenía otro lugar a donde ir. ¿Por qué en esta nota dudo de mi escritura y luego me pongo a hablar de mi tía?

Lo que se me ocurre es que la tía Nora fue mi primer modelo de mujer con una convicción profesional. No es que mi otra tía, Tati, no la tuviera, estudiaba la Normal Superior, pero a comparación de Nora, la biología parecía algo mucho más interesante y sobre todo, profundo. Cada vez que me asomaba a su cuarto, veía a la pequeña serpiente en el terrario, los insectos en los frascos y sus libros apilados en la mesita. Yo no podía aspirar a ser bióloga, me intimidaba la naturaleza. Me conformaba con imaginar que un día sería maestra y la sola idea me producía tedio.

Antes dudaba muchísimo de lo que era yo. Mi baja autoestima era una mancha voraz que se tragaba todo a su paso: mi desempeño como estudiante, amiga, hija, novia, trabajadora, escritora y persona. Mi exterapeuta me ayudó a reforzar mi convicción creativa. Una buena parte de esos años en terapia los dediqué a hablar de mis proyectos literarios, de mis lecturas, de mis inquietudes. ¿Pero por qué una mujer tiene que ir a terapia para tomarse en serio su oficio? ¿Por qué tener un modelo de mujer profesional no bastó para que creyera que podía serlo también?

Me invitaron a reflexionar en este espacio sobre el síndrome del impostor. El tema me resulta incómodo. Más allá de dudar de mis capacidades y logros, pienso que la suma de esta desconfianza no proviene de mí sino de un sistema patriarcal que ha borrado y sigue borrando a las mujeres de la historia, en este caso, a las escritoras. Al principio no lo sabía. En mis años como estudiante de Literatura, firmaba mis textos con seudónimos masculinos, intentaba imitar a mis amigos escritores y buscaba su aprobación. Además, devoraba la literatura escrita por hombres porque era la que predominaba en la biblioteca de la facultad.

Ahora lo sé, esa soledad entre la que me debatía si era necesaria mi voz, si lo que pensaba tenía algún valor, si debía escribir algo diferente y alejado de lo femenino, era un terreno cultivado por el canon masculino, un pantano creado específicamente para que nos hundiéramos. Y lo sé porque leí Cómo acabar con la escritura de las mujeres, de Joanna Russ. En este libro, la escritora enuncia diferentes estrategias y críticas que los hombres han inventado para erradicar la escritura de las mujeres, tales como: No lo escribió ella. Lo escribió ella, pero fíjate sobre qué cosas escribió. Lo escribió ella, pero alguien la ayudó. Lo escribió ella, pero es una anomalía. Una vez un maestro dijo que mi ensayo era tan bueno que seguramente yo no lo había escrito. Cuando me publicaron mis primeros poemas, un poeta de mi ciudad dijo en una reseña que mis versos mostraban una voz poética demasiado severa consigo misma. Sé que todas las escritoras tienen un ejemplo de estas estrategias en sus historias personales.

Me pregunto ante qué estrategias se enfrentó mi tía para terminar de estudiar su maestría. En todas las profesiones hay hombres e instituciones que intentan desacreditar, demeritar e invisibilizar a una mujer. Propongo que más que buscar las señales de si padecemos o no el síndrome del impostor, nos preguntemos qué cosas se nos han dicho desde pequeñas y si verdaderamente esa voz interna que nos hace dudar a cada rato de nuestro propio trabajo es nuestra y sale de nosotras.

Tener un modelo profesional femenino a seguir no basta para sentirnos seguras con lo que hacemos si después, al enfrentarnos al mundo real, abaratan nuestro trabajo creativo o peor aún, si no nos lo quieren pagar. No es suficiente con que una escritora sea el token en el catálogo literario o que representemos un pequeño porcentaje en las mesas, las ferias, las antologías, los jurados, las becas, los premios. Sé que el hecho de que me dedique profesionalmente a la escritura y luche por mantener mi convicción, no será suficiente para que mis sobrinas dejen de dudar, si algún día se deciden por algo. Sin embargo, hace ocho años dudé de mi oficio como escritora y para darme fuerza pensé en mi tía. Los referentes son necesarios, pero hace falta que sigamos luchando por un terreno más firme y libre para que no nos hundamos.

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