Luchar con fantasmas es una encomienda sin sentido. Sin algún tipo de arma mágica, de virtud sagrado o artefacto místico, resulta no solo inútil, sino peligroso. Lo primero que se pone en riesgo es nuestra cordura.
Mi yo fantasma
Para declararnos insuficientes hace falta tener una noción ya hecha de quiénes somos. Esta idea es un objeto que se traslada a través del tiempo en constante modificación, construyéndose entre sueños y memorias. En el pasado: una idea anterior, la recolección de fases y desarrollos superados; un conjunto de sentires, saberes y experiencias que se recuperan como imaginarios totalmente asimilados. Una falsedad con pinceladas de realidad. En el futuro: un yo idealizado, huecos por llenar, imágenes por crear, y el espejismo de un ser que nunca hemos sido. Una falsedad construida en el deseo. Ente ambos momentos nos ubicamos en un presente que normalmente preferimos ignorar. Cuando se mezclan el tiempo y valor necesarios para enfrentar el instante, nos vemos encerrados entre esas dos mentiras: entre lo que añoramos y lo que pensamos desear. Ese instante genera un vértigo escalofriante, una sensación de vacío perpetuo sobre todo lo que no somos, lo que nunca fuimos y lo que nos falta ser.
Ese sentir no es más que un proceso de expulsión; una negación existencial. Es difícil entender el sentimiento sin tener que recurrir a las nociones inacabadas de uno mismo. Para ello creamos entonces un doble, un yo hecho objeto para observarnos y experimentarnos a nosotros mismos. Creamos un fantasma propio para atormentar y maldecir los amplios y recónditos lugares de nuestra propia imaginación. Este objeto, reflejo vacío del yo, intenta amalgamar todos nuestros fragmentos en algo reconocible. Pero observar nuestros propios huecos nos inquieta, nos angustia, nos desespera. Creamos un corto circuito existencial, una chispa de terror que amenaza con incendiar nuestra realidad entera.
Al enfrentarnos a ese yo reflejado, nos sentimos traicionados, intimidados y abandonados por nosotros mismos y por el mundo mismo. Ese objeto que creamos nos devuelve la mirada. Se conjunta no solo en otro yo, sino en el Otro mismo. Un Otro así, con mayúsculas; ese que representa la mirada de todo lo que no es el yo. Nos presenciamos desnudos, expulsados en un desierto infinito en donde todo resulta fútil y banal. Ahí, empequeñecidos por nuestros mismos deseos, entra el miedo y la desesperación. ¿Tiene caso enfrentarlo? ¿Confrontarlo? ¿Intentar vencerlo y desterrarlo nuevamente para que regrese del abismo de dónde surgió?
Luchar con fantasmas es una encomienda sin sentido. Sin algún tipo de arma mágica, de virtud sagrada o artefacto místico, resulta no solo inútil, sino peligroso. Lo primero que se pone en riesgo es nuestra cordura. Interactuar mucho tiempo con fantasmas o demonios va consumiendo poco a nuestras escasas reservas de sentido. Luchar con los vacíos implica entrar en cavernas profundamente oscuras que se extienden aparentemente sin fin. Al mismo tiempo, ignorar o intentar escapar de un espectro solo produce una angustia más aguda. Una noción incremental de terror, de sentir la respiración helada de ese espíritu impostor en la nuca del alma.
Al fantasma impostor no se le combate ni se le huye. Se le acepta, se le invita a fusionarse con la materialidad que lo produjo. Nuestra consciencia seguirá por siempre incompleta, confundida y neurótica; sin embargo, podemos recuperar momentáneamente la calma si nos entendemos como creadores de nuestras propias ilusiones de deseo. No es que sea placentero compartir un café con lo que nos atormenta, sino que es necesario aceptar lo absurdo de su maldición. En pláticas con las quimeras propias, ningún concepto queda claro, resuelto o entendible, pero su misma condición inefable se siente, se vive, se instala en esos huecos del alma imaginada. En ese efímero momento existencial, no es que milagrosamente nuestro yo quede completo, sino que precisamente se siente eternamente inacabado; y por ello, voluntariamente le permitimos existir.
Pandemioscopio: miradas alternas
¿Es posible morir de tristeza?: la complejidad de la empatía humana en «las ruinas de la memoria»
Dos poemas (de frío y postales)
Deja un comentario