Putonas pero no como Pretty Woman que de “pretty” no tiene nada

Volumen Quince

¿Por qué es tan grave que en el verano cuando vamos a los parques se nos asome el calzón al sentarnos en el pasto? ¿Qué hay de malo en el pezón que se marca con fuerza debajo de la blusa? ¿Cuál es el pudor con el escote que orilla la teta a la libertad y a la caricia del aire? ¿Tan sucia se ve la axila peluda o la pierna de oso?

POR Vanesa Castiblanco
1 julio 2021
FOTOGRAFÍA POR: VOCANOVA

Putonas pero no como Pretty Woman que de “pretty” no tiene nada

Recién a los 16 me enteré del trabajo de mi madre y a mis 16 también se cumplían ya tres años de un noviazgo que yo había mantenido a escondidas. Mi mamá era prostituta y a mí me gustaban las mujeres. Ninguna de las dos cosas las entendía en ese momento y tras diversas situaciones me quedó claro que debía seguir callándome para resguardarme de más peligros y dolores. De muchas formas aprendí a asumirme con vergüenza; de más está decir que cuando una se asume con vergüenza todo se asume desde ahí: la relación con mi cuerpo, con el baile, con el deseo, con mi creatividad, con mi oficio y mi ejercicio profesional, mi manera de expresarme, mi «forma» de sentir porque antes de sentir cualquier otra cosa se siente la vergüenza y eso permea lo que se presente después: el amor llega después, el enojo, el miedo, la confianza, todo llega con delay, todo eso tiene este prefijo puesto y es bien difícil de entender que eso es así cuando una vive nombrando al mundo de una forma que le resulta tan habitual.

Hace unos días me topé con un IGTV de Amarna Miller, dado a una polémica de Twitter nombró a “Pretty Woman” de Gary Marchall como lo ha hecho en varias ocasiones, así también meses atrás vi en las stories de Georgina Orellano que también la nombraba, ella hablaba del cine y la putez, de cómo las películas hablan del trabajo sexual. Fue así que hace poco decidí verla. Y si bien hay mucho qué pensar al respecto de esa película, mucho que discutir y reflexionar, yo hablo de lo que sentí; desde ahí escribo hoy. Escribo porque siento enojo, escribo con enojo. Venía masticando una sensación que al ver la película simplemente estalló.

Hace mucho que la definición exacta de mi deseo dejó de ser una preocupación, es decir, hoy cuando alguien me gusta no me hago tanto lío. En principio me lo permito y ya no me preocupa como a los 16 si es una mujer o no, si mi brújula está desviada o si tendré que dar explicaciones al respecto. Pero mi sexualidad sigue siendo en distintas instancias algo que me apena; la vergüenza va desapareciendo y va dejando lugar a otras cosas, quizás otros matices de esos sentires que nombré antes (quizás por eso también este bendito enojo); la vergüenza se transforma en algo diferente pero no es del todo otra cosa hoy.

Cuando pienso en mi vieja tengo esta misma sensación. Si surge el tema ya no digo mentiras ni lo omito, soy sincera sin tener que dar explicaciones de más ni tampoco meterme en discusiones que no me interesan por condescendencia; me reservo la libertad de expresar lo que deseo hasta donde lo deseo. Pero no voy a hablar de la putez de mi madre, de su trabajo; voy a hablar de la mía, de la putez que me adueño yo.

Si bien he hablado de la putez como el ejercicio del trabajo sexual, quiero referirme aquí a la tipificación que se hace de nosotras cuando ciertas conductas nuestras —aquellas que los estándares sociales de «las buenas familias», de «las buenas mujeres», con todo su armamento moral— determina como cualidades de putas.

Hay una diversidad de instancias que dicho relato encierra: formas de vestir y mostrar un “exceso de piel”, modos de caminar, modos del sexo como la promiscuidad asociadas a ello, etcétera.

Justamente es en mi expresión sexual que encuentro dicha confrontación, la expresión de mi cuerpo, de mi ropa, de mis modos, mis movimientos. ¿Por qué es tan grave que en el verano cuando vamos a los parques se nos asome el calzón al sentarnos en el pasto? ¿Qué hay de malo en el pezón que se marca con fuerza debajo de la blusa? ¿Cuál es el pudor con el escote que orilla la teta a la libertad y a la caricia del aire? ¿Tan sucia se ve la axila peluda o la pierna de oso? Ahí hay otra vivencia del cuerpo, aunque quizás no cargada de lo sacro que es la vulva, la depilación o la teta.

Este aspecto de mi sexualidad es de lo que me inhibo cada vez menos; sexualidad que entiendo como la relación con mi propio cuerpo, con mi propio goce; goce que se despierta a todos los niveles y que no debe ser domesticado, sofisticado ni recatado aunque exista una presión para ello, porque claro, este imaginario que demanda a la buena mujer se define por oposición a lo que no debemos ser: una puta.

Volviendo así a la película, por ejemplo, en ella no se habla en sí de la prostitución porque a la película ese es un tema que no le interesa; apenas lo dibuja como a un mamarracho para fines más grandes. Esta es una comedia romántica y habla de un amor romántico entre una cenicienta de 1990 y su príncipe azul. Ese es su cometido, lo otro es solo una excusa. De ahí su cinismo: la prostitución es un saltarín desde el cual despega lo cómico de la película: un personaje femenino ignorante, y por ende gracioso, sin modales y tosco, sobreactuado, que genera situaciones torpes e hilarantes, y claro, su príncipe azul, que es un buen hombre, la rescata y la convierte en una mujer decente y la re encauza de su moral desviada.

A este imaginario le opongo mi mundo de propio placer y disfrute. La relación con nuestro propio disfrute: esa es la medida, como sea que esta se dé, como sea que se exprese, como sea que se vea o se escuche, como nos apetezca, así, genuinas, putonas si se da. A esa vergüenza que otros imponen en mí cuando voy vestida de cierta forma o bailo de cierta otra, opongo que no hace falta tener que vestirnos/disfrazarnos de forma más «recatadas», «decentes» o «aburridas» (como lo recalca en uno de sus diálogos Garry Marchall) para sentirnos con derecho a ser y a gozar; a sacar la voz. Ni tampoco para que nos tomen en serio o nos consideren en igualdad.

Siendo así, deseosas, fogosas, sensuales, sin pena de las tetas, las curvas, el culo, las piernas, las danzas, las pestañas, el maquillaje, sin pena de nada de eso, sin pena del pezón que se ve tras la tela de la blusa, o el culo que se asoma con la culifalda: celebro por lo putón en muches de nosotres y por las putas.

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