Nos preocupamos mucho por lo que opinan los demás sobre nosotros sin preocuparnos de la opinión más importante: nosotros mismos.
Round 2: baño caco de humildad
He llegado a una conclusión fascinante y le tengo que agradecer a Roberta, mi esposa, por la pregunta que lo detonó todo: ¿Quién te lee?
Alto. Antes, algo de contexto. Íbamos en el carro en camino a una reunión; yo le platicaba la trama de mi siguiente cuento (que espero tener listo para cuando se publique este texto), le decía:
—Entonces, todo el punto son los símbolos; crear imágenes que nos lleven siempre a los símbolos, tratar de evocar los arquetipos del mundo en cada persona que lo lea.
—Ah, ya, ya…—me respondió apagando al aire acondicionado— oye amor y ¿quiénes son los que te leen? ¿sabes?
—Pues… —titubeé, incierto— no sé… el hermano de Talamás, Basave; ellos, no sé, guapa.
***
Ahí mero —mientras ponía la direccional y Roberta empezaba a disertar a favor del personaje principal de Rebecca—, la duda acomodaba su fértil cuerpo en la cama de mi ignorancia, echando raíces que hoy por fin hacen clic y espero que tengan sentido a continuación.
La respuesta es que desconozco por completo quién es mi lector; no sé quién eres o que te gusta, no sé si, así como rompes el piso de la mano de Maluma, te quedes quieto en tu carro esperando a que pase el último pentagrama de Das wohltemperierte Klavier; no sé si como yo, desgarras tu garganta haciendo eco a Times Like These o trates de imitar a Brad Paisley cantando Waiting on a Woman.
Ahí, en ese vacío, en ese horror vacui, escalé un peldaño más en la caverna de mi conocimiento, una máscara menos en el desfile de antifaces. Otra vez el hocico hecho pedazos.
Ante tal brillo, vi un rostro familiar detrás de las letras y entendí que ni Basave ni el hermano de Talamás, ni Roberta ni mi mamá ni mi suegra son mis lectores: el lector –y juez/mártir/activista/intolerante/puerco/santo– de mis textos es nada más y nada menos que su servilleta, Eduardo Taylor Elizondo.
¡Bravo, Taylor! Tanto desmadre para llegar a una obviedad. Pues sí, qué le hago, no sé si es así como llegamos a las grandes realizaciones de la vida: tropezando entre preguntas obviamente ridículas.
***
¡Ah qué chulada es vivir! ¿No? Todo el tiempo en constante estira y afloja, siempre inmerso en una historia que al cerrarse depende de significado a posteriori para que valga la pena porque ¿para quién fue todo este pedo? ¿quién está leyendo este desmadre, esta historia? ¿quién se va a jactar de verme vivir después de un quinceaños/reunión de trabajo/examen/borrachera? ¿quién más que el dueño de todo este pedo? Uno mismo.
No me pueden ver escribir, pero me estoy riendo quedito, porque la neta ¿es o no verdad? ¿Sí o no el lector/juez/mártir/activista/intolerante/puerco/santo siempre es uno mismo? ¿Para quién fue esa admonición de valentía en mi pasado texto si no para mí? ¿Para quién es este reality check si no para el narciso escritor que se piensa humildemente digno de ser leído? ¿Para quién son los Padrenuestros y mitologías si no es para él santísimo pecador ateo-ortodoxo que es un mismo?
Entonces me hablaré en tercera persona porque al fin y al cabo todo es para mí:
Taylor, grandísimo soñador narcisista, ganador de la lotería biológica, ex—marxista posmoderno lipovetskiano, escúchame a mí que medio te conozco: llévatela suave y deja de ir para un lado y otro. Di lo que sientes, dilo para que mañana trates de ser un mejor hijo, un mejor hermano, di la verdad, aunque sacrifiques el bien inmediato; «no seas chiflado y no hables de más», resumiría mi abuela; no seas mamón y trata bien a las personas; escribe la historia de tu vida todos los días pensando en el día anterior, no en el día de mañana, no en diez, quince, veinte o treinta años, porque la verdad está mejor partir de lo que ya vivimos que apuntarle a lo que no sabemos.
Pregúntate ¿cómo fregados le hago para que el yo de hoy sea mínimo 1% mejor que el yo de ayer? No seas soberbio diciendo estupideces como ¡Voy a cambiar a México! —jaja— mejor di algo humilde como “Voy a llegar 10 minutos antes al trabajo para organizar mi día” o “no le voy a hacer jetas a mi compañero del trabajo” o incluso, como diría mi gurú Jordan B. Peterson “tiende tu cama”; creo que es más real y más valiente ¿no?
Bueno, con eso en mente, llégale con todo porque el mundo está hecho para los que, reconociendo sus límites, se parten la madre todos los días para mejorarlos.
A darle.
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