Machitos marchitos

Volumen Once

Un copo de nieve; las hojas del almendro bajo el otoño frío; flores secas y marchitas; figuras de porcelana; un globo de aire; un barquito de papel bajo tormentas de ciudad: no puedo pensar en cosas más frágiles que nuestra masculinidad; masculinidad que se quiebra al mínimo contacto.

POR Javier Talamás Weigend
2 noviembre 2020

Machitos marchitos

Un copo de nieve; las hojas del almendro bajo el otoño frío; flores secas y marchitas; figuras de porcelana; un globo de aire; un barquito de papel bajo tormentas de ciudad: no puedo pensar en cosas más frágiles que nuestra masculinidad; masculinidad que se quiebra al mínimo contacto.

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Aprendemos a ser varones a través de restas: menos sentimiento, menos fragilidad, menos lágrimas, menos mujer y menos tacto humano nos da la fórmula para ser lo que debemos ser.

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Al machito no se le permite llorar; no se lo permiten otros y él obedece. No debe sentir tampoco. Esos ronroneos del estómago, esas mariposas que aletean dentro de nosotros, hay que ignorarlas. Los sentimientos son de niñas; el hombre resiste, pelea, no da tregua a sus sentimientos.

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Desde chico, en los ambientes entre varones, se nos condiciona para rehuir a lo “femenino”: «es niña, es niña», por ejemplo, es una tonada en burla que se dirige al débil del grupo, a quien no sobresale o a quien se pone en contacto con emociones. Ser hombre, a cien años de la revolución, aún significa ser ese sombrerudo bigotón —en algunos casos, hasta con sus fundas de pistola—.

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La niñez, para el macho, es un campo fértil donde se siembran contradicciones, porque cuando al varón tradicional de pequeño le interesa una mujer, su grupo cercano le canta «¡Le gustan las niñas, a Javier le gustan las niñas!». Desde ahí la contradicción sexual: no pueden gustarte las mujeres, pero de grande, tampoco los hombres.

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El machito se caracteriza por ser un animal que impone, se siente el depredador. No es acaso curioso que se suelan mostrar interesados en una vida llena de ideales materialistas y de poder como la que muestra, por ejemplo, el Lobo de Wallstreet: santo de su devoción. Y así se anda: pecho palomo, de frente bien erguido: sabe que su pene da la única certeza social que necesita en su vida (aunque desde adentro lo rehúse porque el porno le ha mostrado que entonces no es tan hombre como creía que era y que hay hombres que son hombres de verdad).

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La sexualidad es un acto para demostrar su dominio sobre todas las cosas. El machito no tiene sexo, coge. Toma lo que es suyo. Lo posee. Lo castiga. Se impone en él. La mujer solo recibe lo que él le da. Le molesta por ello la homosexualidad. ¿Cómo un hombre se va a rebajar a ser “mujer”?

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Otra contradicción: no tolera la homosexualidad, pero usa toda clase de insultos homosexuales para imponerse ante los otros, para erguirse, gallo galante: «te voy a coger, pendejo», «me la pelas», «te la meto doblada, cabrón».

Esta masculinidad ya no tiene cabida. No la queremos. ¿Le podemos traer nuevas formas de masculinidad al varón? ¿Hay posibilidades de imaginarnos un mundo menos masculino? ¿Puede el varón ser una criatura sensible, humana antes que hombre?

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