Las voces

Volumen Catorce

La incógnita diaria ya no es si soy suficiente para esta vida que elegí, sino cuántas vidas tendré que elegir para ser libre de las voces, las voces impostoras.

POR Ana Quintero Avendaño
3 mayo 2021

Las voces

Las voces aparecieron cuando tenía muchos menos problemas y muchas más ilusiones.

En aquellos tiempos parecía tenerlo todo claro. Estaba completamente segura de que quería luchar contra la crueldad animal y la crisis climática; sabía que le dedicaría mi vida a esas causas porque no podía estar tranquila pensando que en algún lugar había un perro pasando hambre en la calle, o una pobre vaca con miedo en un matadero.

Era común escuchar a las personas que me rodeaban decir que con esa seguridad podría lograr lo que me propusiera. Y vaya que me propuse: con hambre de comerme el mundo, aunque después el hambre se volvió náusea. Esos comentarios se volvieron las voces, hostiles e incisivas. Cada vez que me movía esos comentarios, o mejor dicho, las voces, me hacían preguntas paralizadoras.

¿Para qué lo intentas? Sabes que no puedes hacerlo. ¿Eso es lo mejor que puedes hacer? Mejor deja que lo haga alguien que sí sabe. ¿Hasta ahorita se te ocurrió? Hay cien personas que llevan años haciéndolo, ya vas tarde, mejor lo hagas. ¿Quién te dijo? Eso es mentira. Mejor investiga, porque no sabes nada.

Qué raras las voces, qué raro el mundo y qué rara yo.

Empecé a creerles cuando decían que en realidad no sabía tanto ni era tan inteligente ni tan elocuente ni tan capaz como yo pensaba, o como me lo habían hecho creer mis amistades o mi familia. Cada comentario sobre mí me ahogaba, sin importar que fuera positivo o negativo.

Muy pronto las dudas ya eran certezas de que yo estaba perdida, sin ojos para dimensionar la realidad; sin capacidad para pensar en una solución para salir de mi hoyo que no solo era existencial, sino material porque ya había perdido mi trabajo, mis espacios y hasta había dañado mis relaciones personales. Tantas dudas, tan pocas respuestas.

Tantos problemas, tan pocas salidas.

Fui cautiva de las voces durante más tiempo del que me hubiera gustado: se me fue la vida entre las manos y yo seguía repitiendo la melodía que ellas me cantaban todos los días. No sé en qué momento ni bajo qué condiciones les entregué mi vida, pero no me la quisieron devolver. Y ahí me quedé, en su rincón, tarareando las mismas letras de siempre que decían que yo no era suficiente.

Estaba tan sofocada y tan segura de que era una basura, que un día quise salir corriendo por desesperación. Pero, ¿cómo se puede huir de una misma? No supe, y entonces me quise diluir en la lluvia. Chasquear los dedos y dejar de existir era mi nueva fantasía.

Un día amanecí y la fantasía se había cumplido. Esa que pensaba que era yo, ya no estaba. Se había ido y se había llevado las voces que había estado cargando de manera innecesaria por muchísimo tiempo.

Hoy que habito otra piel y tengo otra vida, puedo escuchar que las voces existen a lo lejos: ya no distingo lo que dicen, porque no les pongo atención. Me da curiosidad, pero es en los momentos de tentación más viva en los que entiendo por qué dicen que la curiosidad mató al gato.

No me quiero volver a morir, y para eso debo ser fuerte, porque si las dejo acercarse, lograrán convencerme de nuevo y perderé mi libertad ante ellas. La incógnita diaria ya no es si soy suficiente para esta vida que elegí, sino cuántas vidas tendré que elegir para ser libre de las voces, las voces impostoras.

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