Fememenismo: si tu revolución no tiene humor, no es mi revolución

Volumen Diez

Los feminismos han aprovechado la capacidad de síntesis que tienen estas representaciones gráficas para exponer temas de sus agendas y satirizar las expresiones machistas y patriarcales. En esta entrega, las Políticamente Incorrectas eligen algunos memes que ejemplifican esta lucha que también dan, con ingenio, en el ciberespacio.

POR Políticamente Incorrectas
1 septiembre 2020

Fememenismo: si tu revolución no tiene humor, no es mi revolución

Una de nuestras armas es el humor y la disparamos con los memes. Los feminismos han aprovechado la capacidad de síntesis que tienen estas representaciones gráficas para exponer temas de sus agendas y satirizar las expresiones machistas y patriarcales. Los usamos también para normalizar algunos temas, como el amor entre mujeres o para contar nuestros procesos de deconstrucción y reírnos de ello.

«Tengo un meme para eso», sí, tanto por los comentarios machistas sobre las protestas contra la violencia feminicida, como por la terquedad de invisibilizarnos en el lenguaje diciendo “ellos”, cuando, por ejemplo, somos un grupo de 100 mujeres y un hombre. Así también por los berrinches de quienes quieren ser llamados hombres feministas y para las personas doble moral que desean vernos en la cárcel por abortar y para quienes quieren quitarnos el derecho al placer. Para todo eso y más, tenemos un meme.

En esta entrega, las Políticamente Incorrectas elegimos algunos memes que ejemplifican esta lucha que también damos, con ingenio, en el ciberespacio.

El clásico: “No son formas” (pff)

Detrás de algunos memes puede haber historia, política y feminismo. Por ejemplo, aquellos que nos recuerdan que los feminismos tienen diferentes expresiones de protesta, pero que todos, detrás, tienen un objetivo: los derechos de las mujeres.

El feminismo y todas sus corrientes son teoría, militancia y formas de vida-existencia. Sin embargo, ante todo, el movimiento feminista es acción política en la calle, en el espacio público.  Hay una larga historia de luchas feministas, pero, en México, después del 16 de agosto de 2019, muchas sostenemos que el movimiento alcanzó un pico alto. Sobre todo, tomando en cuenta las últimas dos décadas. El trabajo colectivo salió a brote por y con la digna rabia a través de la protesta callejera. Algunas, incluso nombraron a este suceso como “la nueva” revolución feminista después de los hechos emblemáticos que desataron la organización de los años 70´s.

A partir de esas protestas ha sido frecuente leer en redes sociales o escuchar en medios la frase «esas no son las formas». Es decir, la atención de una parte de la opinión pública se dirige a condenar a las compañeras que hacen pintas en paredes o monumentos como forma de protesta para visibilizar la violencia estructural contra nosotras, las mujeres.

Paradójicamente, a muchas personas les importa más proteger monumentos que la vida e integridad de las mujeres y disidencias sexuales, demanda por la que salimos a las calles. Además, la historia contada en el espacio público no es estática. Las pintas forman, para algunas colectivas, como Restauradoras con Glitter, una transición y transformación de cómo la calle cuenta otras historias: las nuestras, las de las mujeres ocupando el espacio público.

Estas acciones no son las únicas, se complementan con las consignas en las marchas, los pronunciamientos de las compas, los contenidos en redes e incluso en las mesas de disputa con instituciones. Todo ello hace un híbrido para decir: éstas son nuestras formas.

La lenguaja incluyente

Las ciudadanas y los ciudadanos. La ciudadanía.

Las, los, les. Bienvenidas, bienvenidos, bienvenides.

Nosotrxs, ell@s.

Como estas, hay muchas formas de interpretar y usar el lenguaje incluyente. A algunas personas, en su mayoría hombres, les molesta, dicen que es innecesario o irrelevante y recurren a argumentos como «siempre hemos dicho la presidente, no presidenta ¿para qué cambiarlo?», o «según la Real Academia Española (RAE), no se dice así». Sí, recurren a la misma RAE que define hombre público como «hombre que tiene presencia e influjo en la vida social», pero mujer pública como «prostituta».

¿Por qué es importante utilizar el lenguaje incluyente y no sexista? Porque así se visibiliza a más de la mitad de la población, porque se menciona y se nombra a quienes históricamente hemos estado borradas de los libros, de los discursos, de los documentos, de las leyes.

Un ejemplo: cuando en 1953 se reconoció el derecho de las mexicanas a ser ciudadanas, votar, ser votadas y ser electas, una de las modificaciones que se hicieron a la Constitución fue recalcar que los ciudadanos de la República son «los varones y las mujeres…». Hasta ese año el artículo LOS se interpretó como que solo reconocía a los hombres como ciudadanos y bajo ese argumento se le quitó la candidatura a Hermila Galindo, una de las máximas impulsoras del voto de las mujeres.

Si esta pequeña modificación a la ley hizo grandes cambios, ¿por qué no comenzar a replantear la forma en que hablamos y escribimos?

“Aliados” de ocasión

No falta el hombre que se enuncie a sí mismo en redes sociales (y en todos lados) como un «aliado», o peor aún, como «hombre feminista». Dejemos claro que tal cosa no existe porque todos son parte de un pacto patriarcal que los llena de privilegios por el simple hecho de serlo y para romperlo necesitamos más que su posicionamiento en Twitter.

El movimiento feminista busca, entre otras cosas, visibilizar las desigualdades de las mujeres y para hacerlo es necesario incomodar y seguir incomodando. Entonces, no necesitamos de su aprobación o permiso cada que queremos manifestarnos en las calles o cualquier otro lugar. Lo decimos por si les quedaba alguna duda.

Si alguno sigue pensando que es un “aliado” nada más porque tiene mamá, hermana o hijas, no ha entendido nada. Tampoco se puede ser aliado de unas y de otras no. Lo más sencillo es apoyar en público, pero si en otros espacios violentan a las mujeres (porque no pertenecen a su círculo o porque nadie los ve), entonces no es un aliado; es un oportunista.

Como bien dice Marcela Lagarde: «no queremos aliados, queremos desertores del patriarcado»; eso sí sería una gran ayuda.

Feto ingeniero con honoris causa

Cómo olvidar la viralización de una pancarta en una marcha de grupos antiderechos en 2018 en respuesta a las movilizaciones de feministas argentinas por la despenalización del aborto. Fue ahí donde por primera vez observamos la imagen de un feto con la leyenda «yo quiero ser ingeniero». Esta pancarta rápidamente fue traducida a numerosos memes que nos siguen haciendo reír una y otra vez.

El chiste se contaba solo. Es un razonamiento falaz de los grupos fundamentalistas equiparar un feto con una persona. Al respecto, la Corte Interamericana de Derechos Humanos en la sentencia del caso Artavia Murillo y otros (fertilización in vitro) vs. Costa Rica ha planteado que un embrión no es una persona y sus derechos no pueden estar por encima de otros derechos como los derechos reproductivos de las mujeres.

En resumidas cuentas, un feto no es sujeto de derechos; las mujeres y sus cuerpos, sí.

En esta era de la información, los cientos de memes sobre el feto ingeniero (y tantas otras profesiones y condecoraciones) muestran que estamos de acuerdo en desmentir y hasta reírnos de los argumentos falaces de los grupos conservadores. Nosotras lo tomamos con humor y, por esa vía, mostramos lo absurdo que es criminalizar a las mujeres que deciden abortar. Los fetos no tienen como proyecto futuro ser ingenieros. Sin embargo, un embarazo no deseado sí obstaculiza los proyectos de vida de muchas mujeres.

¿Que la masturbación es sólo para hombres? ¡Ja!

Si a She-Ra, la princesa de poder, le provoca tremenda carcajada el mito de que las mujeres no nos masturbamos, imagínense a nosotras. Este personaje de los años 80 ha sido retomado para señalar el machismo, darnos consejos de amiga a amiga o, como en este meme, para hablar de un tema tabú para muchas: el placer que nos podemos regalar a nosotras mismas.

Para poder gozar de nosotras mismas debemos desnudarnos, pero no precisamente de ropas, sino de prejuicios ajenos. La masturbación es, literalmente, el poder en nuestras manos. Es liberarnos de la idea de que alguien más (principalmente, un hombre) debe proporcionárnoslo. Es hacer a un lado siglos de dominación política, social, jurídica, religiosa y espiritual sobre nuestros cuerpos.

En cada orgasmo que nos damos a nosotras mismas, expiramos el mandato patriarcal de que la sexualidad es para procrear. Desechamos las reglas del amor romántico que nos exige sentir culpa porque, de otra manera, somos una mala mujer. Una de las batallas en la gran lucha por los derechos sexuales y reproductivos es en pro del placer y parece que estamos venciendo.

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