Un suspiro, después, todas las palabras

Volumen Dieciséis

Son los ruidos del entorno los que nos hacen como somos, el silencio en sí es una imposibilidad, llegar a él es una especie de reseteo, de reinicio, volver a pensar en todo. Tal vez el silencio tan solo es necesario para volver a escuchar, un momento de descanso antes de seguir. Por supuesto que son de esos experimentos que suceden una vez y ya. Mariana Ortiz reflexiona sobre esto.

POR Mariana Ortiz Joachin
6 septiembre 2021
FOTOGRAFÍA POR: VOCANOVA

Un suspiro, después, todas las palabras

Ahora me doy cuenta: nunca estamos en silencio.

Corro a una junta. Sé que lo hago literalmente porque me escucho jadear. Se me ocurrió que, en un afán por verme ad hoc al evento empresarial, podría usar los botines blancos de charol que a menudo hacen más por adornar mi closet que a mí misma. Escucho el clac clac de los tacones en el piso y me distraigo del camino tan solo unos segundos, tres o cuatro, a tratar de encontrar el ritmo que llevan mis pies casi en automático; escucho varios cláxones y luego, el semáforo indicando que es hora de cruzar; luego, las notificaciones del celular del transeúnte a mi lado. De repente, el sonido de los tacones se sustituye por el del teclado de la señorita que marca una extensión y es apenas imperceptible. En aquel edificio se escuchan otros teléfonos; esperan que alguien conteste y atienda el llamado, pero suenan y suenan y luego desisten. Me meto en un elevador. Otros que me acompañan van demasiado metidos en sus pantallas portátiles como para darse cuenta, pero la música está ahí por algo.

Es una especie de canción dulce, tranquila, relajada, no es rápida pero tampoco lenta, tiene una voz que si no estuviera cantando estaría murmurando, no se le escucharía nada. Es música que fue construida para este momento, me imagino. ¿Y si fuera reggaetón? La primera imagen que se traza en mi mente es una llamada del banco, de esas donde al momento de espera te ponen una melodía cuyas notas son difíciles de distinguir en tanto la grabadora tiene malísima calidad y es casi un daño a los oídos. Uno se distrae de lo que está haciendo y se concentra, mejor, en odiar cada segundo que pasa esperando. Si fuera reggaetón —y esto lo digo sin ninguna certeza— habrá quienes enfurecidos terminen por colgar la llamada, sin lograr el trámite burocrático que se disponían hacer. Otros —y creo incluirme en ese plural— nos esforzaríamos por saber qué canción es, la repetiríamos con el puro movimiento de los labios para no arruinar el esfuerzo hecho por la mente al distinguir una canción del resto, inventaríamos un perreo sin levantarnos de la silla del escritorio y tal vez la burocracia se convertiría ya no en una monserga sino en un rato más, un trámite más.

No quiero divagar. Lo que estoy escuchando en el elevador es simple y sencillamente música de fondo y el perreo firmemente no lo es. Esto han dicho que se llama muzak, canciones que no requieren atención, o sí, pero una mínima. De hecho, lo importante no es que se trate de atención, sino de calma, de tranquilidad, de nervios aplacándose y el cuerpo relajándose. Muzak está hecho, además, para nosotros los ansiosos que no dejamos de sobrepensar en el futuro y miles de posibilidades nos atormentan. Son sus tonos dulces los que hacen el trabajo de un psicoterapeuta. Las voces que se escuchan no son agresivas, por el contrario, son rítmicas y serenas, no tienen prisa, se derriten en el ambiente, se confunden de repente. Pronto descubrieron que muzak también era particularmente de provecho para la productividad de los trabajadores. Pensaron: auténtica música para trabajar y no había cómo negarse ante ella.

Pienso en este elevador, en los segundos que toma elevarnos del piso y flotar, quedarnos suspendidos en el aire, pero todo es producto de mi imaginación. Este elevador musicalizado solo tiene sentido en la ficción porque, en realidad, nunca me he subido a uno así. No hay música, no hay personas distraídas como yo, estamos inmersos en pantallas, fingiendo. ¿A dónde se fue todo eso? He leído que muzak dejó de ser solo música y pasó a ser algo más, el género ipanema cobró sentido por sí mismo como una burla. Canciones pop, rock, baladas, salsas y bachatas fueron convertidas a bossa nova y lo tomaron casi como un insulto. Muzak dejó de importarle a la gente que lo veía como algo ingenioso y se le refirió hasta con desprecio.

Es una lástima que esté desapareciendo, ¿acaso la tarea última de esta música, música de elevador, es retrasar el silencio en un momento donde silencio es todo lo que puede haber? ¿No es eso lo que nos recuerda que estamos vivos? Lo digo simple y sencillo, pero ¿lo es? No lo creo realmente. Si este tipo de música es el complemento ideal para los no-lugares, lugares que son de paso, entonces también es el acompañante para el letargo interminable que son los minutos en silencio para quien no sabe estar en silencio.

Aprendo demasiado rápido que al menos desde 1920 existen melodías cuya función solamente es acompañarnos, background music, y me imagino al transeúnte que camina sin saber bien qué le depara en su lugar de destino con la ciudad sonora envolviéndole; a quien busca desesperadamente una prenda de ropa, un regalo, un libro, quien está viendo cómo los demás gastan dinero escuchando el sonido de las cajas registradoras abriéndose o los ganchos pasando de un mostrador a otro o las hojas de un libro cerrándose demasiado rápido; a quienes van de paso en un aeropuerto, en un elevador, en una tienda de conveniencia y los ruidos que de ahí salgan.

Pero ¿por qué no hemos aprendido a estar en silencio? En un famoso intento por llegar a él, John Cage creó una pieza experimental completamente alucinante: cuatro minutos, treinta y tres segundos, puro silencio (la obra, como podrán imaginar, no tuvo más que titularse 4’33’’). Si lo pienso bien, realmente consciente de lo que estaba sucediendo ahí, Cage sabía que no era el silencio sino el ruido lo que está siempre presente. Son los ruidos del entorno los que nos hacen como somos, el silencio en sí es una imposibilidad, llegar a él es una especie de reseteo, de reinicio, volver a pensar en todo. Tal vez el silencio tan solo es necesario para volver a escuchar, un momento de descanso antes de seguir. Por supuesto que son de esos experimentos que suceden una vez y ya. La de Cage es la última pieza de música contemporánea, ahora nos toca imaginar otros caminos sonoros a partir de lo que nos rodea.

Silencio, silencio, silencio. No hay lugar enteramente silencioso, el ruido está poblando todo mi alrededor y es imposible escapar. Si lo vuelvo a pensar bien, he estado escuchando ruidos toda la mañana, ¿es música esto también? Ahora sé que Cage me diría que sí; en la calle, en el lobby, a donde voy algo está sonando, emitiendo ondas sonoras que el mecanismo de mi cuerpo reconoce y trata de guardar en su memoria, reconocerlas para entonces decir escuché esto, oí aquello; para, en otras palabras, seguir viviendo. El silencio no es algo que esté aquí, pero a lo que se llega en algún momento de la vida y cuando llega lo hace con un velo que parece cubrirlo todo. Morir es igual a callar, a estar en silencio.

Pienso en los momentos que me encuentro sola en casa y, en una actividad un tanto desesperada, comienzo a tararear alguna canción, un sonido que a nadie le importa, ni siquiera a mí. En eso se parece mi tarareo a muzak. Recuerdo todas las veces que tuve que entablar una conversación conmigo misma para no quedarme en silencio, para romper el hielo que se formaba en el ambiente. ¿No es acaso esa una linda imagen? El silencio, el hielo, una grieta por donde se logra colar, primero, un suspiro, después, todas las palabras y qué son las palabras sino música.

La vida es ruido, toda yo soy ruido y, sin embargo, la música que está sonando en este elevador imaginario, en este mismo instante, no me impone nada. Es amable, tersa, dócil, no me incomoda. Suenan instrumentos que reconozco como el piano, quizá un violín, trompetas, no hay voces más que las propias dentro de mi cabeza, preguntándose cosas para las que no tengo respuesta concreta. Me gusta esta porción de ficción en que la música de elevador esté aquí, sonando y dando vueltas en su complejidad como recordándome que cuando habitamos el mundo nunca lo hacemos en silencio. No solo estoy yo sino toda la gente que va conmigo, de piso en piso, imaginándose todos los futuros en pequeños instantes musicalizados; distraídos o no, dándonos cuenta o no de lo que nos rodea, esta música nos salva de la soledad.

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