De venenos y machismos: el feminismo como antídoto social

Volumen Dos

La percepción y el rol del varón dentro de una sociedad se ha impuesto e introducido cual veneno. Ruth Armas explora a través de la crónica y el ensayo, algunos de los efectos del machismo mexicano.

POR Ruth Armas
4 marzo 2019

De venenos y machismos: el feminismo como antídoto social

Veneno (Del lat. venēnum.)

1. m. Sustancia que, introducida en un ser vivo, es capaz de producir graves alteraciones funcionales e incluso la muerte.

1.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que escuché la palabra feminista, pero si bien no recuerdo el momento exacto, sí recuerdo como me hizo sentir: ignorante. Recuerdo que los comentarios de las personas que se encontraban alrededor de mí, tampoco fueron del todo positivas. Es más, me instruyeron, mediante el contexto de cómo se llevaba la conversación, que la palabra se encontraba ligada a algo nefasto. Prosiguieron a describir, en tono peyorativo, a las feministas como personas locas, lesbianas, intolerantes y rebeldes. ¿Tendrán razón?, me pregunté. Por afán de saciar mi propia ignorancia, decidí educarme.

Decidida a aprender sobre lo que realmente constituía el feminismo como movimiento y doctrina, me percaté que el movimiento abastece de beneficios a las mujeres y a los hombres: busca un beneficio a la sociedad en general. Es decir, aprendí que el feminismo no suscita daños (reales) a nadie, sino que constituye una perspectiva en cuanto a la igualdad de género en el ámbito social, económico y político; busca que las oportunidades laborales, la forma de vida, sean equitativas para ambos géneros.

Entendí a temprana edad —16 años exactamente— que la doctrina feminista tendría que estar en mi filosofía de vida. Primordialmente por la razón de conquistar mi sueño de convertirme en la mujer que siempre he visualizado: independiente y con una exitosa carrera profesional.

Desde chica recuerdo comprar las ediciones de Forbes sobre Las mujeres más poderosas de México y un sinfín de revistas con temas afines; al leerlas, aspiraba a ser como esas mujeres: fuertes, independientes y poderosas. Sin embargo, fue en casa donde topé con una de mis primeras piedras. Asimilé que mi hermano y yo jamás tendríamos las mismas oportunidades.

Sí, probablemente estarás pensando, lectora o lector, «¿Por qué no tendrían las mismas oportunidades, si ambos obtuvieron la misma educación, así como las oportunidades económicas?» Bueno, una se va dando cuenta cuando se espera que una misma sea quien caliente las tortillas para su papá y su hermano; cuando tenía que poner la mesa; servir la comida y —aunque suene burdo— cuando debía tener el desayuno siempre listo para el hombre de la casa, mi hermano. Pero, al confrontar el tema, ya por curiosidad, ya por retar a la regla general de casa, la respuesta fue simple: «Porque es hombre —y con cierto cinismo agregaban— y el pobrecito no sabe cocinar.» A la fecha, no entiendo la lógica de la respuesta, pero sí las condiciones sociales que la originan.

Fueron esas mañanas, comidas y cenas, las que me hicieron entender que probablemente la dinámica de mi casa se replicaría a lo largo de mi vida y en donde menos quería: en mi vida profesional.

En el mundo fuera de casa, me percaté del escudo que parecía contagiarse: los hombres buscaban ensanchar su masculinidad. La ensanchaban al buscar moldear a la mujer a su deseo. Esa búsqueda por parte de ellos me provocaba cierta incomodidad. Sabía que esa masculinidad era la pasajera de la hipocresía. ¿Por qué hipocresía?, ¿qué sabré yo de ser hombre? Quizá no seré hombre, pero soy un ser humano y sé perfectamente que, dentro de mi persona, tengo cualidades tan masculinas como femeninas; y sé que, como mujer, no se me ha castigado por mostrar actitudes masculinas, como a los hombres se les ha castigado por mostrar su feminidad nata (que debería decir, más que feminidad, es humanidad); esa masculinidad hipócrita, frágil, ha moldeado nuestra sociedad.

2.

Noto que los hombres luchan intrínsecamente contra su feminidad, que es lo mismos que decir, luchan contra una concepción humana, sin género social. Razono que el feminismo por tanto es una causa por la cual, tanto hombres como mujeres, deberíamos luchar en conjunto.

Esto lo discutía con mi editor (Javier Talamás), quien me hizo ver que quizá «el feminismo pugna precisamente también por una libertad de alma, del ser», y que «estos (los movimientos feministas) no deben ser vistos como movimientos antagónicos del varón, o como movimientos que busquen reprimirlo», sino que al contrario: «buscan erradicar al varón tradicional para reivindicarlo». Me decía que para eso, antes es necesario salvarnos a nosotras: «¿si no son ustedes las mujeres quienes nos cambien, ¿quién será? Nosotros no lo hemos hecho porque históricamente nos ha favorecido, y, con pena, admito que todavía hoy, nos favorece».

Haré un énfasis en lo que llamó mi atención en su primera oración: Libertad del alma, del ser… ¿cuántas personas, sobre todo hombres, no son realmente libres de ser sus auténticos yo? El feminismo, es un movimiento de todos, para todos. ¿Cuántos padres de familia en México no han sido beneficiados por el feminismo? ¿Cuántos niños no son acosados, víctimas de bullying, por sus compañeros por solo expresarse tal vez de un modo no tan “macho” o más femenino? Los beneficios que trae y traerá el feminismo en México, no tienen cabida en nuestra mente mexicana, pero ya llegará, estoy segura.

¿Cuántas veces no hemos escuchado en México que “hombre que se respeta es macho”? Pero ¿qué constituye al «macho» en nuestra sociedad?

Es un hombre que no llora; es un hombre que es castigado por la sociedad si osa expresar sus emociones; un hombre que busca a la mujer casta pero que al mismo tiempo paga para pasar unas horas con una mujer sexualmente liberada (que cumpla fantasías sexuales); un hombre que después de reducir a la mujer a objeto sexual, él se alza como conquistador; un hombre que no ve alma, cerebro y voz, sino tetas, piernas y a una presa; un hombre que tiene que proveer al hogar mediante un trabajo digno de hombres porque si no lo hace es un fracaso (y es desacreditado por su mujer y la sociedad); es un hombre al que un color como el rosa le produce cobardía.

El hombre, sobre todo el mexicano, vive presionado por sus equivalentes de género y por la sociedad para representar el papel del macho infalible y proveedor de todo. Al volver su masculinidad tan frágil por todas estas condiciones, decide oprimir a su género opuesto, quien sí puede expresar su feminidad sin miedo a las represalias.

Y es así, como el machismo termina siendo el veneno que le es introducido a los varones desde niños, creando así personas conflictuadas consigo mismas que causan estragos para la otra mitad de la población.

¿Quién ha introducido este veneno? Nosotros mismos como sociedad al repetir conductas de nuestras generaciones que nos anteceden. Es aquí donde nosotros los jóvenes tenemos el antídoto: no aplicar la misma enseñanza que nuestros padres nos dieron; tratar a nuestros hijos por igual, no ridiculizar a nuestros hijos que expresan sus emociones y no poner un límite en los sueños de nuestras hijas. Entonces, ¿viene el machismo de nuestra sociedad disfrazado? Sí, y como cualquier veneno, secretamente mata; igual que el veneno, es arma.

Pero igual que al veneno, hay que combatirlo.

Persona que no es libre, buscará enjaular a cualquier ser vivo que goce de su libertad.

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