El testimonio de su virtud

Volumen Ocho

La equidad de género sí empieza en las “pequeñas” cosas y con grandes mujeres. En honor a todas ellas, que se lo merecen, y como recordatorio a todas nosotras, que se los debemos, hoy toca recordar a algunas mujeres que nos dieron opciones, como usar pantalones, quitarnos el brasier o llevar el testimonio de nuestro mérito, y no “virtud”. María José Gutiérrez hace un recuento histórico de cómo desde Rosseau se imponían ciertas ataduras morales, ideológicas e incluso estéticas, a la mujer.

POR María José Gutiérrez Rodríguez
4 mayo 2020

El testimonio de su virtud

Una de las tempranas diferenciaciones que se hace entre hombre y mujer atiende a la vestimenta y la moral que se le impone. Hace tan solo un poco más de un siglo, la ropa femenina tenía el solo propósito de ornamentar, y la mujer, de procrear. Más que servir al cuerpo, las prendas femeninas buscaban modificar su silueta.

La ropa, si bien es una expresión de estética, no significa que deba soslayar las necesidades el cuerpo. Esta idea, por más absurda, no es nueva, ni es ajena a grandes pensadores. Tomemos a Rousseau (1712-1778) como ejemplo. En Emilio, su tratado sobre la educación, enfatizó la importancia de libertad en la vestimenta:

Todos los miembros de un cuerpo que crece deben estar a su anchura dentro del traje: nada debe apresurar su crecimiento ni su movimiento; nada ha de estar demasiado justo, ni pegado al cuerpo; ninguna ligadura. El traje francés, incómoda y es insano para los hombres, es particularmente perjudicial para los niños. Parados en su circulación los humores, y estancados con el sosiego aumentado por la vida inactiva y sedentaria, se corrompen y ocasionan escorbuto (…). Lo mejor es que gasten blusa el más tiempo posible, darles luego vestidos muy anchos, y no empeñarse en que lleven el traje ajustado, lo cual sólo sirve para desfigurársele. Sus defectos de cuerpo y alma provienen casi todos de una misma causa: de querer que sean hombres antes de tiempo.

No es difícil empatizar, todos tenemos algunas prendas que pueden ser demasiado justas y restrictivas de movimiento. Es difícil imaginar cómo vivieron las mujeres en corsé por tanto tiempo. Aunque, bueno, cuando se trata de las mujeres, la opinión de Rousseau cambia un poco:

Importa, pues, no solamente que la mujer sea fiel, sino que sea considerada como tal por su marido, por sus familiares, por todo el mundo, importa que sea modesta, atenta, reservada, que lleve a los ojos de los demás, como a su propia conciencia, el testimonio de su virtud. Importa, en fin, que un padre ame a sus hijos, que él estime a su mare. Tales son las razones que colocan la misma apariencia en el número de los deberes de las mujeres, y les hacen no menos indispensables que la castidad, el honor y la reputación. De estos principios deriva, con la diferencia moral del sexo, un nuevo motivo de deber y de conveniencia, que prescribe especialmente a las mujeres la atención más escrupulosa a su conducta, sobre sus maneras y su postura.

Entonces, parece que la novedad está en que la ropa de las mujeres sea cómoda. Amelia Bloomer (1818-1894) fue una de las primeras mujeres en abogar por la comodidad de la ropa femenina, y lo hizo diseñando los primeros pantalones para mujeres, bajo la premisa de que la ropa debe adaptarse a los deseos y necesidades de las mujeres, sin que esto signifique despedirse del estilo.

Y bajo esa misma idea, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, Herminie Cadolle inventó el primer brasier en Francia. Una prenda similar se inventaba por Cristine Hardt, en Alemania. Igualmente, Mary Phelps Jacob (Caresse Crosby) e Ida Rosenthal en Estados Unidos; todas buscaban una prenda más cómoda que el corsé. A la vez, con la Primera Guerra Mundial, la necesidad de que las mujeres entraran a la fuerza laboral fue inevitable y el corsé simplemente no estaba hecho para el trabajo. Finalmente, el brasier se impuso frente al corsé.

No obstante, unos años más tarde, el brasier se convirtió en un símbolo de opresión. En 1968, en protesta en contra de Miss America, un grupo de mujeres (conocidas como bra-burners) desecharon diversas prendas y productos femeninos en botes de basura; no usar brasier se convirtió en una forma de protesta.

Y es que, si bien el cuerpo se había liberado del corsé, la mujer no lo había hecho de la moralización, de la obligación “de llevar a los ojos de los demás (…), el testimonio de su virtud”; ésta solo había tomado otra forma. Sobre esa línea, para Foucault, una vez que el cuerpo se utiliza como objeto para ejercer poder, eso mismo que le da fuerza al poder, tarde o temprano se usará en su contra. En el caso de las mujeres, el factor parece ser la sexualización; en los extremos, se trata de su represión o su explotación. La rearpopiación del cuerpo no se encuentra en ignorar su sexualidad o intentar esconderla, no se trata de calificarla, sino de desmoralizarla. La reapropiación está en la posibilidad de elegir sobre ella.

Escoger entre un tipo u otro de sostén, o entre usarlo o no, es una pequeña e íntima expresión de la libertad. Detengámonos a pensar que apenas el siglo pasado las mujeres empezaron a elegir sobre su ropa interior. Hoy, no todas las mujeres pueden decidir sobre usar pantalones, sobre mostrar su cara o su pelo. No es que deban o no hacerlo, sino que no pueden decidir sobre ello. En otras palabras, no es tanto sobre la prenda, sino sobre posibilidad de elegirla.

La libertad se conoce con la elección. Y elecciones tan pequeñas e íntimas como nuestra ropa, han requerido esfuerzos mayúsculos (o circunstancias mayúsculas, como una guerra). Correr con pantalones es más fácil que hacerlo con falda y Bloomer lo sabía. Las restricciones sobre la vestimenta de la mujer no son más que otra manifestación del poder, porque no solo restringen la comodidad o estilo, sino que abonan al imaginario sobre lo que significar ser mujer. De seguir usando corsé, soñarnos como ingenieras, astronautas, atletas, doctoras y más, sería un poco más difícil (por otro lado, podría ser más fácil seguir pensándonos como atentas, modestas y reservadas).

La equidad de género sí empieza en las “pequeñas” cosas y con grandes mujeres. En honor a todas ellas, que se lo merecen, y como recordatorio a todas nosotras, que se los debemos, hoy toca recordar a algunas mujeres que nos dieron opciones, como usar pantalones, quitarnos el brasier o llevar el testimonio de nuestro mérito, y no “virtud”.

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