Entre tetas y pantallas: el acceso al mercado del cuerpo femenino

Volumen Ocho

La industria pornográfica es enteramente patriarcal. Como tal, ha funcionado como anillo al dedo para someter a mujeres y hombres bajo biopolíticas con respecto a sus cuerpos: cómo deben verse los torsos, los brazos, las piernas, los penes, las vaginas y los pechos. Siempre los pechos.

POR Francisco Tijerina
4 mayo 2020

Entre tetas y pantallas: el acceso al mercado del cuerpo femenino

«El capital hoy depende de que seamos capaces de acostumbrarnos al espectáculo de la crueldad en un sentido muy preciso: que naturalicemos la expropiación de vida, la predación, es decir, que no tengamos receptores para el acto comunicativo de quien es capturado por el proceso de consumición.»

—Rita Laura Segato, Contra-pedagogías de la crueldad

Me parece que fue en secundaria cuando me enteré de que la pornografía existía. Desconozco si mi exposición fue temprana o tardía según mis características sociales, económicas y culturales. Lo que sí sé es que, desde ese primer momento, era ya un arma de terrorismo. Recuerdo puntualmente dos cosas al respecto: que había un compañero al que apodaron Masturbín y cómo enviaban, a través de cuentas de chat, un enlace disfrazado que llevaba a un video de porno gay.

Ambos procesos funcionan distinto. El que Masturbín fuera rebautizado de esa manera no demostraba que, muy a pesar de la institución católica que nos instruía, el ver pornografía y masturbarse era un acto que mereciese un castigo, pero sí lo era el que hablara al respecto. Por otro lado, el que enviaran este enlace siempre tuvo la intención de atrapar a otros hombres abriéndolo. Como si por arte de un clic la sexualidad de estos pubertos se viera resignificada y, por ende, motivo de sus burlas, pues nuestra instrucción era muy clara: ser homosexual era ser menos hombre; ser más mujer.

Para este punto ya debe quedar algo claro. La industria pornográfica es enteramente patriarcal. Como tal, ha funcionado como anillo al dedo para someter a mujeres y hombres bajo biopolíticas con respecto a sus cuerpos: cómo deben verse los torsos, los brazos, las piernas, los penes, las vaginas y los pechos. Siempre los pechos.

Tal como apunta Silvia Federici, el capitalismo, como un sistema basado en la explotación de la labor humana, ha definido a las mujeres como cuerpos, como seres dominados por su biología. Así lo relata Diana J Torres:

“Yo no me di cuenta de que me habían salido tetas y curvas hasta que me lo berrearon por la calle unos albañiles. […] Tener tetas no significaba solo tener tetas, era mucho más. Era: ahora eres follable, ahora ya eres (toma categoría) mujer, estás dentro del mercado sexual, pero no como mercader sino como mercancía.”

El volverse producto no es suerte de circunstancias. La maquinaria capitalista nos provee de herramientas para que sea posible: Sabrina Sabrok en La hora pico y en Big Brother. Maribel Verdú, Ana López Mercado y María Aura en Y tu mamá también (2001). Ana Claudia Talancón en El crimen del Padre Amaro (2002). Martha Higareda en Amarte duele (2002), en Niñas mal (2007) y en Hasta el viento tiene miedo (2007). En México dijimos: sexualizar vende. Y sí vendió, ha vendido y continuará vendiendo mientras lo permitamos.

Mentiría si dijera que sé quién dijo que el cine mexicano se sostenía con las tetas de Martha Higareda, pero creo que no se equivocó. No porque crea que una película necesite de eso, pero sí porque parece que esa ha sido la única manera en la que la industria mexicana ha sabido competir y tratar de retomar la tan anhelada y melancólica era del cine de oro mexicano. No por nada la industria sigue siendo dominada por hombres: aquellos que nos podríamos ver beneficiados tanto económica como placenteramente de esta sexualización.

Esto no apunta hacia una pedagogía de la desexualización, muy al contrario. Se trata de desmercantilizar lo sexual; desmaquinizarnos. Leí hace unos días el texto de Diana J. Torres para buscar una crítica que tanto anhelaba dibujar: el porno es terrorismo. Su lectura era que podía haber un Pornoterrorismo, una manera de aterrorizar con la pornografía. Yo no creo en un porno que otorgue poder a las mujeres fuera del sistema patriarcal y capitalista.

Silvia Federici apunta a que las mujeres se mantienen en situaciones abusivas, como podrían ser la industria pornográfica y la prostitución, incluso si no son económicamente dependientes, pues están acostumbradas a valuarse según el placer masculino. Pero no creo que sea consciente. El patriarcado y el machismo han penetrado a las mujeres. La imagen es concreta. Es un eterno continuar con el famoso Laberinto de la soledad del esposo de Elena Garro: se chingan a las mujeres en su profundo deseo de chingarse a las mujeres, pero siempre por agradar a los hombres.

Federici apunta a que esto no quiere decir que no debamos pelear por mejorar las condiciones del trabajo sexual y, sobre todo, continuar la lucha en la construcción de una sociedad donde las mujeres no tengan que vender sus cuerpos. Sin embargo, a nosotros los hombres no nos toca lo mismo que a las mujeres, pues en el capitalismo nosotros, como mercaderes, proveemos la necesidad que lleva a estas mujeres a lucrar con su cuerpo; a volverse objetos. Lejos de seguir siendo alumnos de secundaria, castigando a aquellas y aquellos que disfrutan de su cuerpo como Masturbín o de pretender que la sexualidad de las demás personas nos compete, es tiempo de abandonar la antropofagia que sólo consume, hasta los huesos, a las mujeres.

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Fuentes:

  1. Federici, Silvia. Beyond the periphery of the skin: Rethinking, remaking, and reclaiming the body in contemporary capitalism. EUA: PM Press, 2020.
  2. Torres, Diana J. Pornoterrorismo. Ciudad de México: surplus ediciones, 2013.
  3. Segato, Rita L. Contra-pedagogías de la crueldad. Buenos Aires: Prometeo Libros, 2018.

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