Los espectadores o sobre la autoenajenación del hombre cibernético

Volumen Uno

Hoy, más que nunca, cargamos el peso de nuestra historia de manera tangible. Cada quien con su autobiografía digital. Claro, curada y editada para los demás, mostrando solo aquello que queremos compartir, aquello que queremos proyectar. ¿Quiénes somos? ¿Somos la persona que aparece en la pantalla de nuestros celulares o la persona que apaga el despertador por la mañana? En la #EraDelPulgar es difícil distinguir entre la persona cibernética y la persona humana. Patricio Barrera analiza en un ensayo autoexploratorio la condición que nos parece distinguir.

POR Patricio Barrera Babb
10 diciembre 2018

Los espectadores o sobre la autoenajenación del hombre cibernético

        Serenidad, valor, sabiduría.

                                                                                 Oración de la Serenidad (abrev.)

 

Tu día comienza como tantos filmes estudiantiles lo hacen. Dan las siete de la mañana y una alarma chilla quebrando el silencio. Un gemido negado y un suspiro mudo. Tu mano pesada se arrastra buscando el snooze. «Si puedo dormir diez minutos más voy a descansar»; no, hasta esa oración es demasiado elaborada. Creo que el pensamiento va más como, «Hmmmm diez minutos». Clásico buscar la solución rápida e inmediata como remedio de la vida. Bueno, así las cosas. Pasan los minutos e invariablemente te dejaron peor de lo que estabas. ¿Ya qué más da?

Es un día nuevo y tal vez hoy sea el día en que comienzas a hacer cambios reales; sí, tal vez irás a esa clase nueva de fitness que tanto has visto en Instagram… ¿cómo se llamaba? ¿Jumpletics? ¿Round&Round Co.? No, nunca te ha gustado la bici; oye y ¿qué?, hoy puedes cambiar eso. Pero bueno, recuerdas que tu influencer de ‘guilty pleasure’ subió un story de eso ayer; esa que dices que ves solo por morbo, así que te acomodas en posición fetal y tomas tu celular. Imagen provocativa, ¿no?

En plena oscuridad se ilumina tu rostro. Aparece una invitación de Facebook: «We love August 19 just as much as you do…» -lindos- «…check out your memories from this date!». Hmm, vamos a ver. Imagen tras imagen, post tras post, traes al presente el pasado. El allá, aquí. Y al mismo tiempo, este viaje por «tus recuerdos» te aleja del momento presente. Te recalca que siempre has sido de tal manera, esa manera que no te gusta ser. Unas fotos de un viaje a Holbox te recuerdan al olor del mar y el sabor de Coronas y callos; «que rico estar en la playa ahorita», piensas. Te retuerces en la cama acercándote cada vez más a tu celular, tu alimento. Ese amigo que ya no ves ¿por qué fue?, y esa rachita que tuviste de statuses “indirectos” y “passive-agressive” como resultado de un corazón partido, ¿dónde estará él ahorita? Te pasas a Instagram a investigar. Te gusta decir investigar cuando “stalkeas” a alguien.

Se abre el app y piensas, «Chingado, ¿por qué había tomado el teléfono? Había una razón, ¿no?». De pura inercia y muscle memory tu pulgar comienza. Empuja, frena. Empuja, frena. Empuja, frena. Y poco a poco, tan ligero y sutil como caer dormido en siesta bajo el sol, comienzas a compararte, ya sea con los amigos montañistas gozosos, la fashion blogger y su alimentación o a tu pareja con ese Instacrush que a cada rato aparece en tus recent searches. Son las siete con cuarenta y cuando te levantas de la cama tu celular ya está en 67% de batería. ¿Será que deben mejorar las pilas?, ¿eso te ayudaría?

Sinceramente, no tengo la intención de atacar a las redes sociales. No creo que sirva de mucho dirigir nuestras frustraciones a la misma cosa que usamos para darles vida. No, la intención va más por la búsqueda de la presencia, y el peso del no-aquí, ya sea éste el allá o el entonces. Hoy, más que nunca, cargamos el peso de nuestra historia de manera tangible. Cada quien con su autobiografía digital. Claro, curada y editada para los demás, mostrando solo aquello que queremos compartir, aquello que queremos proyectar. Sin embargo, personalmente, se mantienen vivas las ligas emocionales detrás de cada imagen y cada post. Ahora, ¿será este enfoque un tanto pesimista o sombrío? Puede ser, pero así puede ser el uso de estas plataformas y al final del día el arte de compartir nuestros pensamientos.

Añoramos la conexión y la comunicación. Claro, de manera evolutiva, es lo único que nos ha sacado adelante como animales no tan fuertes, no tan veloces, no tan fieras. Pero esta comunicación siempre ha sido transitoria, la historia pasa, la evidencia desvanece y la gente olvida. La permanencia era solo reservada para lo más relevante, lo más esencial y siempre con un enfoque grupal. Y sí, cada persona carga sus memorias, pero estas no existían en el mundo de manera tan tajante como lo hacen hoy, reforzando y manteniendo una identidad que arrastramos día tras día.

Vivimos entre contradicciones, cada vez más conectados y más solitarios. Más comunicados y con menos comunicación. Más informados y más confundidos. ¿Será que una persona no es capaz de manejar tanta información? Miramos hacia afuera buscando el auxilio en actividades cada vez más novedosas o en la colección de datos o incluso el viejo hedonismo. He aquí el lado oscuro de la hiperconectividad moderna. El mismo consumo de información nos termina consumiendo, nos aleja del presente, de lo inmediato, de lo cercano. Nos enajena y nos vuelve espectadores pasivos de un entorno complejo. No es del todo cierto que acercamos el mundo a nosotros mismos, sino que abandonamos al presente, al aquí, al yo en búsqueda del allá, el entonces y el otro. En breve, la frase trillada, “disconnect to connect“.

Porque, ¿cómo es que vamos a pretender tomar decisiones si no somos conscientes de nosotros mismos y de nuestro entorno? Y si no estamos tomando decisiones que alteren y mejoren nuestras vidas constantemente, entonces, ¿qué estamos haciendo?

Claro, existen designadas “etapas de transición” en una vida, como terminar un grado escolar, mudarte a una nueva ciudad o incluso un escape de vacaciones, cuando nos permitimos tomar el control y hacer cambios más “drásticos”. Estas etapas fuera de la rutina y lo coloquial nos dejan revaluar nuestra posición en nuestra propia narrativa y la dirección en la que nos dirigimos y, ojalá, al retomar la línea, tengamos nueva fuerza para cambiar nuestro entorno cotidiano.

¿Será que la solución yace en encontrar un balance? Aristóteles siempre presente. Tener la capacidad de observar la línea de nuestra vida nos permite tomarnos el presente de manera más ligera, reconociendo su naturaleza pasajera. A su misma vez, el estar presente nos permite tomar la línea de nuestra vida de igual manera, pudiendo así reflexionar sobre decisiones difíciles del pasado o reírnos de aquellos dramas lejanos. El reconocer la actualidad, el presente, y nuestra limitada capacidad de solo actuar en lo inmediato y lo presente nos libera de las exigencias del mundo expansivo. Nos humilla ante la grandeza de la vida y fortalece el espíritu.

Ortega y Gasset, en su obra Meditaciones del Quijote, escribió: «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo». Los avances tecnológicos nos han permitido extender nuestro panorama, logrando así que la definición de “nuestra circunstancia” englobe un mayor territorio. Podemos ahora involucrarnos y aprender de lo lejano con facilidad. Comunicarnos de manera instantánea y registrar la vida sin mayor esfuerzo que levantar el brazo, deslizar y hacer clic para una foto. Sin embargo, si no ejercemos este poder de manera activa peligramos caer a la pasividad y el cinismo.

No pretendo saber qué se debe de hacer con esta tecnología; solo comparto mis preguntas y opiniones al respecto porque yo, al igual que toda esta generación, tengo la capacidad y el gran privilegio de poder alzar mi voz y participar en una mayor conversación…y de eso sí estoy muy agradecido.

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