Feminismo(s). ¿El vaso medio lleno o medio vacío?

Volumen Dos

Mafer Rodríguez comparte una perspectiva sobre el feminismo poco recurrente: su incomodidad. Pero el feminismo debe ser así, incómodo, «porque señala tajantemente las múltiples desigualdades y violencias que históricamente han colocado a las mujeres y niñas en el escalón inferior de la ecuación.» Es hora de quebrar el lente por el que miramos este movimiento que pugna por igualdad y redención.

POR Mafer Rodríguez
4 marzo 2019

Feminismo(s). ¿El vaso medio lleno o medio vacío?

Hay personas que creen que las mejores cosas no se buscan, llegan. Así llegó el feminismo a mi vida. Sin buscarlo, sin tal vez quererlo. Hace diez años comenzó a rondar el fantasma del feminismo que más tarde asumiría como una postura política. Decisión que cambió la manera de ver y vivir este mundo. Haciendo que la realidad —hasta entonces mi realidad— se desmoronara todos los días y todas las noches, para luego intentar construir una mucho más igualitaria, más libertaria, más dura, más crítica y tal vez (o eso me gustaría pensar), un poco más incómoda para propios y extraños.

Incómoda porque el feminismo es así. Es incómodo por naturaleza. Incomoda porque señala tajantemente las múltiples desigualdades y violencias que históricamente han colocado a las mujeres y niñas en el escalón inferior de la ecuación. Y más cuando haber nacido mujer se cruza  con otras identidades, contextos y situaciones que hacen mucho más cruda la realidad. Nuestra realidad.

Muchas veces se habla de las mujeres como un grupo o colectivo homogéneo, desdibujando con ello las realidades que nos atraviesan de manera individual. Se habla de nosotras como una minoría cuando somos poco más de la mitad de la población. Somos “dignas” de respeto cuando se nos concibe como madres, como hijas, como hermanas, como novias, como esposas. Pero se nos cuestiona una y otra vez cuando no queremos ser aquello que “deberíamos ser” o eso a lo que “debemos aspirar”. Se nos olvida cuando se nos mata, se nos viola, se nos desaparece. Ahí somos juzgadas, incluso aún después de haber sido silenciadas. Se lo buscó, dicen. Se lo merecía, piensan.

En ocasiones, los hechos superan la peor historia de terror que podamos recordar. Mas el feminismo resiste para transformar esta realidad. Viendo el vaso medio lleno podría aventurarme a decir que quienes nos asumimos como feministas (con independencia de los acentos individuales) nos hemos sumado a la incesante lucha por romper las cadenas de un sistema que nos ha imposibilitado ser y estar. Un sistema que ha hecho que las mujeres -y también los hombres- sigamos siendo rehenes de sus estructuras violentas y desiguales.

Así, hemos podido dejar de considerar que el vaso está medio vacío. En vez de ello, se han fortalecido otras actitudes y pensamientos que, con el paso del tiempo, se han traducido en más leyes y políticas encaminadas a cerrar las brechas de desigualdad. Pero no solamente eso. Hoy más que nunca, necesitamos voltear a ver el vaso lleno desde todas las particularidades que nos constituyen y que nos hacen ser. Y es ahí donde el feminismo se presenta como la posibilidad de construir otras realidades desde una perspectiva interseccional que visibilice y erradique todas y cada una de las expresiones de opresión, desigualdad y violencia. Solo así, dejando atrás la idea del vaso medio lleno o medio vacío, podremos transitar a un mundo diverso, igualitario y plural.

 

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