Para Melissa Ayala, es fundamental que exijamos que la ciudad también sea de y para las mujeres; que su lugar sea en la ciudad. En ese sentido, ¿debería incorporarse la perspectiva de género en la planificación urbana? y, ¿cómo la ciudad y sus espacios contribuyen, fortalecen y reproducen roles y estereotipos de género?
Reconstruir (nos) a través de la ciudad
Dolores Hayden, en su artículo, What would a non-sexist city be like?, inicia recordando el dogma bajo el cual los urbanistas del siglo XX diseñaron las ciudades: “el lugar de la mujer está en la casa”.
Con el paso de los años, gracias a la lucha feminista y a las tantas mujeres que han venido antes que nosotras, cada vez más mujeres hemos desafiado este paradigma; sin embargo, ¿qué pasa cuando los barrios, los vecindarios, las mismas ciudades, fueron edificadas para constreñir tanto socialmente como económicamente a las mujeres?
La respuesta es re-edificar, reconstruir nuestras las ciudades de forma que estas mismas respondan a las necesidades que hoy se tiene. Ahora, ¿cómo se logra esto?
En 1999, funcionarios en Viena, Austria, preguntaron a los residentes del noveno distrito de la ciudad con qué frecuencia y por qué usaban el transporte público. Ursula Bauer, una de las encargadas de realizar la encuesta relata que la mayoría de los hombres completaron el cuestionario en menos de cinco minutos, mientras que las mujeres no podían dejar de escribir.
La mayoría de los hombres informaron que usaban un automóvil o transporte público dos veces al día, para ir a trabajar por la mañana y volver a casa por la noche. Las mujeres, por otro lado, ese mismo día reportaron que utilizaron las banquetas, rutas de autobuses, líneas de metro y tranvías de la ciudad con mayor frecuencia y por innumerables razones; tenían un patrón de movimiento mucho más variado que reflejaba en gran parte las labores domésticas y de cuidado que realizaban.
Bauer recuerda que escribían cosas como: «Llevo a mis hijos al médico algunas mañanas, luego los llevo a la escuela antes de ir a trabajar. Más tarde, ayudo a mi madre a comprar el mercado y llevar a mis hijos a casa en el metro».
Lo que acabo de describir, me parece muy cercano a la realidad que vivimos las mujeres en México. Las mujeres nos encontramos a cargo de la mayoría de las labores domésticas y de cuidado en nuestro país, lo que implica dividir nuestro tiempo entre nuestro lugar de trabajo, guarderías, mercados, médicos, y en ocasiones al cuidado de personas de la tercera edad.
La decisión de evaluar cómo los hombres y las mujeres usaban el transporte público no fue una decisión tomada al aire por el gobierno vienés. Esto, formaba parte de un proyecto destinado a tener en cuenta el género en las políticas públicas lo que se le conoció como “gender mainstreaming”.
Reconocer que necesitamos esta información es fundamental si queremos hablar de ciudades construidas, también, para nosotras. Debería ser condición necesaria que previo a poner en marcha un proyecto, se recopilaran datos para determinar cómo los diferentes grupos de personas usan el espacio público. Saber cómo, cuándo, por qué y para qué nos movemos es necesario para saber qué hay que hacer para mejorar.
En este sentido, la incorporación de una perspectiva de género en la planificación urbana implicaría problematizar cómo la ciudad y sus espacios contribuyen, fortalecen y reproducen roles y estereotipos de género. Se trata de revertir un urbanismo diseñado por y para hombres, y ayudar a inventar una ciudad que también sea para mujeres y todos los grupos.
De las cosas que le he (mos) aprendido al feminismo es que el paradigma del ser humano es aquél de un hombre heterosexual, adulto, blanco, y sin discapacidades. Por ende, este paradigma es visible y palpable en cómo se piensan y crean las ciudades.
La ciudad, como escribió el sociólogo urbano Robert Park, «es el intento más consistente y exitoso del hombre de rehacer el mundo en el que vive más parecido a lo que su corazón desea. Pero si la ciudad es el mundo que el hombre creó, es el mundo en el que está condenado a vivir. Así, indirectamente, y hasta sin saberlo, al hacer la ciudad, el hombre se rehízo a si mismo»; es decir, el hombre crea a la ciudad a su imagen y semejanza.
Si comulgamos con lo que sostiene Park, entonces qué tipo de ciudad queremos no puede separarse de qué tipo de personas queremos ser, qué tipo de relaciones sociales buscamos, qué relaciones con la naturaleza apreciamos, qué estilo de vida diaria es la que anhelamos tener.
Es de suma importancia que comencemos a entender a la ciudad con los lentes conceptuales que nos concede la perspectiva de género y entender que cambiar la ciudad inevitablemente depende del ejercicio de un poder colectivo sobre los procesos de urbanización.
Así, citando a David Harvey, el derecho a la ciudad es susceptible de promover el desarrollo de nuevos lazos sociales entre ciudadanos, de una nueva relación con la naturaleza, con nuevos estilos de vida y nuevos valores estéticos, todo con el objetivo de “hacernos mejores”.
Es fundamental que exijamos que la ciudad también sea de y para nosotras. Que el lugar de las mujeres, sea en la ciudad.
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Fuentes:
Hayden, D. (1980). What Would a Non-Sexist City Be Like? Speculations on Housing, Urban Design, and Human Work. Signs, 5(3), S170-S187. Consultado el 29 de marzo de 2020, de www.jstor.org/stable/3173814
Foran, C. (2013) How to Design a City for Women. CityLab. Consultado el 29 de marzo de 2020 de https://www.citylab.com/transportation/2013/09/how-design-city-women/6739/
Park, R., On Social Control and Collective Behavior, Chicago, Chicago University Press, p.3.
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