El comienzo

Volumen Nueve

El COVID-19 ha azotado en México; pero no olvidemos que nos hemos levantado de todo, incluso de sismos. ¿Qué relación podemos encontrar entre semejantes acontecimientos? Sr. Semilla reflexiona.

POR Sr. Semilla
13 julio 2020

El comienzo

Tuve la buena y mala fortuna de vivir en Ciudad de México en el 2017, año en el que sucedió uno de los sismos de mayor impacto en la historia del país. Asimismo, tuve la buena y mala fortuna de haber estado viajando por trabajo en el momento que sucedió. Afortunado pues el no haber estado presente fue sustancialmente algo positivo para mi integridad física, y desafortunado por el sentimiento de impotencia de no estar en ‘casa’ cuando más sufría la ciudad que tanto me ha dado.

Mi vuelo de regreso a la ciudad tenía fecha 20 de septiembre de 2017, un día después del sismo. Para mi sorpresa, no recibí ningún correo de cancelación o modificación de mi itinerario. Con algo de duda, acudí al aeropuerto de Santo Domingo, y abordé sin saber a lo que iba a llegar. El avión aterrizó en una pista alternativa dentro de la Terminal 2 Benito Juárez.

Camino a casa, el taxi me pidió bajar junto con las maletas varias cuadras antes de llegar al departamento, pues no había tránsito por muchas calles de la colonia. A partir de ese momento, lo que siguió fue una especie de trance: una acumulación de energía colectiva, que si bien positiva por la unión de la gente, era intensa y cansada.

Los días siguientes caminé alrededor de los escombros. Estaba sorprendido con la cantidad de edificios que se habían caído. Algunos no lejos de donde yo vivía. “Ya estaba muy viejo (el edificio)” —comentó una señora— “debieron de haberlo reforzado hace años”. Y como este comentario, escuche otros a la hora de pasar frente a muchos de los caídos.

Además de asegurarme de la integridad y el riesgo de colapso del edificio donde vivía, me puse a reflexionar en un significado de mayor profundidad, quizá filosófica, de la situación: estructuras no sostenibles en un terreno sujeto a los sismos, que si bien aguantaron un tiempo, había llegado la hora de que la naturaleza les diera la última bendición, y una nueva estructura —firme y con cimientos sólidos— llegaría en su lugar.

Si bien el sismo del 2017 fue un hecho impactante en mi entorno, el objetivo de esta nota es compartir mi reflexión en relación a la crisis global sanitaria por el coronavirus.

En esta ocasión tuve la oportunidad de volar a casa de mi familia días antes de que los contagios lleguen a su pico, y —cómo en el año 2017— comencé a entrar en ese trance en el cual, a mi alrededor no veía ningún punto de referencia o guía. Percibía el caos en el ambiente colectivo, así como ‘edificios’ colapsando, a punto de caer. Sólo que en esta ocasión no eran construcciones físicas dedicadas a albergar actividades humanas las que se iban al suelo. Eran otro tipo de estructuras, unas creadas por nosotros (los humanos) y nosotros mismos, los que nos estábamos yendo a escombros; empresas exitosas, economías sólidas, hospitales reconocidos, al igual que tradiciones y costumbres Colapsando.

Y luego, las individuales. Nuestros rituales diarios, nuestras creencias respecto a lo que somos y perspectiva frente a lo que hacemos. He visto y escuchado a gente cercana a mi compartir el final de sus relaciones amorosas, cambios de casa, el decidir ir a una terapia psicológica. Y esta última no solo por la cuarentena, sino por la acumulación de conflictos internos que en esta época le exigieron atención.

Me sorprende percibir a mi alrededor, y dentro de mí, estas estructuras caerse. Me recuerda —en ocasiones— los comentarios de la señora diciendo “Ya estaba muy viejo ese edificio, no era sostenible” o “debieron de haberlo reforzado hace años”.

¿Cuántos gobiernos y empresas se están cayendo al suelo como símbolo de falta de fuerza al nuevo presente —uno que exige mejores cimientos y sostenibilidad?

¿Cuántas relaciones ‘amorosas’ sin fundaciones se han venido al suelo frente a este ‘temblor’ por falta de amor?

¿Cuantos hábitos destructivos nos arrinconan hoy para decirnos basta?

Si bien esta cuarentena me ha llevado a reflexionar estas y otras preguntas sobre mí, un sentimiento de fe las acompaña pues sé que si algo hacen estos ‘sismos’ es que nos mueven tanto hasta despertarnos. Nos empujan a parar. Tumban nuestros ‘castillos de naipes’ sobre los que sosteníamos nuestro día a día, hábitos, y relaciones. Y si bien esto genera caos (interno, externo), al final el único remedio que nos deja es a aceptarlo y verlos caer, para enfocar nuestra energía en mejorar e invertir en bases sólidas en el presente para construir una vida sostenible en todos los sentidos. Una que se refleja no sólo en la estabilidad individual, pero colectiva. Esto es sólo el comienzo.

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