La Gran Mentira Americana

Volumen Once

El mito americano es básicamente un argumento moral que dice que los Estados Unidos fueron fundados como una nación del bien y que ha fomentado el bien, y ve cualquier evidencia en contra de esto como un mero accidente; un error. Sin embargo, la evidencia en su contra no se limita a los siglos pasados y al origen de la nación, sino que ha marcado cada periodo de su historia.

POR Jesús Guerra
2 noviembre 2020

La Gran Mentira Americana

Ya sea que nos volvamos a las declaraciones del pasado o a las profesiones del presente, la conducta de la nación parece igualmente espantosa y repugnante. América es falsa para el pasado, falsa para el presente y se compromete solemnemente a ser falsa para el futuro.

Frederick Douglas, 1852

Recuerdo de niño ver el paisaje arrastrándose por la ventana del carro. Eran los áridos llanos que separaban Monterrey de los Estados Unidos. Las yuccas, los mezquites y los matorrales eran interrumpidos solamente por la carretera, algunas bardas de alambre y madera y ocasionalmente por postes de luz. Mientras recorríamos ese uniforme desierto, papá lamentaba la desolación del paisaje. Era una pena, nos decía, lo poco desarrollado que se encontraba México. Los gringos, en comparación, habían convertido del mismo desierto en una zona productiva, a la que ahora nos dirijíamos para ir de compras.

Nos contaba que de chicos, cuando mi abuelo los llevaba en un recorrido similar a Houston  —él y mis tíos la llamaban Jius-tón—, quedaban impresionados por el tamaño de la ciudad. No es difícil ver porqué. Allá las ciudades tenían una infraestructura espectacular —grandes puentes y amplias carreteras, así como enormes centros comerciales llenos de productos nuevos a precios llamativos. Acá las carreteras eran de dos carriles, descuidadas y llenas de baches, y los mercados no ofrecían la más reciente moda o tecnología. Los gringos también parecían haber resuelto el problema de cómo gobernarse. Allá la gente respetaba las leyes y a los oficiales de tránsito, los votos se contaban electrónica y eficazmente. Acá los propios oficiales rompían las leyes —buscando su mordida— y los votos eran comprados y falsificados. En fin, la vida parecía mejor del otro lado.

Ésta fue la idea de los Estados Unidos con la que crecí: que allá habían descifrado los secretos del buen gobierno y habían podido domar la naturaleza para servirle al hombre. No era una idea nueva. De hecho es parte de una narrativa que se han estado contando a sí mismos desde que decidieron convertirse en una nación y que le continúan vendiendo al mundo entero. Entenderla es entender la historia de los Estados Unidos —y sus grandes contradicciones.

Origen

El mito aparece en sus documentos fundacionales. En su declaración de independencia, de 1776, los padres fundadores de los Estados Unidos de América lamentan la  «historia de repetidas injurias y usurpaciones» que había perpetrado el rey de Gran-Bretaña en su contra, con el objeto de «el establecimiento de una absoluta tiranía». Como justificación de su ruptura con este rey tirano citan lo que ellos consideran verdades «evidentes en sí mismas»:

que todos los hombres nacen iguales y dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables: que entre estos son los principales la seguridad de la libertad y la vida, que constituyen la humana felicidad

Sin embargo, al mismo tiempo que proclamaban la igualdad y derechos de todos los hombres, 41 de los 56 firmantes consideraban —y mantenían— a seres humanos como propiedad.

Tal vez conscientes de esta enorme contradicción, los padres fundadores no mencionan nunca por nombre la esclavitud de personas africanas o de ascendencia africana en su declaración de independencia. Pero escondido en su constitución se encuentra un pasaje bastante revelador. En la segunda sección, al decidir cómo se distribuirían los representantes y los impuestos entre los diferentes estados, los redactores de la constitución llegan a la conclusión de que estos se repartirían en proporción a la población de cada estado, «excluyendo a los indios no sujetos al pago de impuestos, las tres quintas partes de todas las personas restantes». Con personas restantes, hacen referencia a las casi setecientas mil personas esclavizadas que en ese entonces vivían en las trece colonias; éstas contarían como tres quintos de persona.

Es decir que, al determinar una de las principales funciones del gobierno —la de representar a sus ciudadanos y recaudar fondos para la administración pública— los escritores de la constitución no determinaron que ni los pueblos nativos, ni las personas esclavizadas contaban. Esto significa que, desde su inicio, el proyecto de nación estadounidense no incluía ni a los habitantes originales de esas tierras —a quienes ellos habían desplazado a la fuerza—ni a aquellas personas que —también por la fuerza— habían sido traídas desde África y obligadas a trabajar hasta su muerte.

Tan central fue esta exclusión para la naciente nación norteamericana que la primera persona en ser ejecutada por traición en su contra fue John Brown: un hombre blanco que en 1859 intentó incitar una rebelión para abolir la esclavitud. ¿Qué nos dice de una nación que ejecute como traidor a un hombre que buscaba la libertad de otras personas? ¿Que representa esa nación?

El mito también queda al descubierto al ver su trato hacia los pueblos nativos. Una de las quejas que levantaban en contra del rey, en su declaración de independencia, era que éste «se ha esforzado por atraer a los habitantes de nuestras fronteras, los despiadados indios salvajes, cuya regla de guerra conocida es una destrucción indistinguible de todas las edades, sexos y condiciones.»

Pero después de independizarse, el gobierno estadounidense condujo una brutal campaña en su contra con el fin de expandir su dominio territorial.

Queda entonces al descubierto su hipocresía cuando su séptimo presidente, Andrew Jackson, firma la Ley de Traslado Forzoso de los Indios de 1830, la cual llevó a la muerte de miles de cheroquis en el Sendero de las Lágrimas; queda al descubierto con la matanza de Wounded Knee de 1890, en donde el ejército estadounidense masacró a cientos de lakotas: hombres, mujeres y niños (y cuyos soldados responsables recibieron la Medalla de Honor: la máxima condecoración entregada por su ejército); queda al descubierto cuando, en su afán por doblegar a los pueblos de las grandes llanuras, el gobierno norteamericano impulsó la caza del bisonte o búfalo: sustento de las comunidades comanches, kiowa y muchas más. (Se estima que los cazadores estadounidenses mataron a cerca de 50 millones de animales, llevando a la especie al borde de la extinción en uno de los más devastadores ecocidios modernos.)

¿Quién entonces condujo una guerra basada en la «destrucción indistinguible de todas las edades, sexos y condiciones»?

El mito americano fue utilizado para justificar la violenta expansión de los Estados Unidos. En su afán de dominar más territorio y recursos, desarrollaron la doctrina del destino manifiesto (Manifest Destiny) que básicamente argumenta que —debido al supuesto éxito de su experimento democratico de autogobierno— la nación norteamericana estaba divinamente destinada a poseer todo el continente. Fue esta idea la que llevó a los Estados Unidos a anexar a Texas: una república de colonos anglosajones que se había rehusado a abandonar la esclavitud a pesar de que la nación Mexicana la había abolido años antes. Fue esta idea la que llevó a su presidente Polk a mentirle a su congreso y declararle guerra a México, culminando en el despojo de más territorio nativo y la creación de la frontera que yo en mi niñez me dirigía a cruzar.

Continuidad

El mito americano es básicamente un argumento moral que dice que los Estados Unidos fueron fundados como una nación del bien y que ha fomentado el bien, y ve cualquier evidencia en contra de esto como un mero accidente; un error. Sin embargo, la evidencia en su contra no se limita a los siglos  pasados y al origen de la nación, sino que ha marcado cada periodo de su historia.

Cuando llegué a Nueva York en el 2016 —poco antes de las elecciones — era tentador ver a Trump como una excepción, una falla en el sistema. Pero basta con echarle un vistazo a cualquier periodo de su historia para darse cuenta de que Trump es más bien el síntoma más reciente de una enfermedad crónica. Y es que no hay aspecto del funcionamiento actual del gobierno estadounidense que no pueda trazar su linaje en esta falsa historia.

Su retórica y acciones en contra de migrantes, por más innegablemente violenta que sea —y es indudablemente violenta: separa familias, encarcela refugiados y, más recientemente, realizar esterilizaciones forzadas a mujeres migrantes— tiene una larga historia. La supuestamente ejemplar política migratoria gringa que le daba la bienvenida a migrantes de todo el mundo y los convertía en americanos nunca existió. Por ejemplo, en 1882 el gobierno pasó el Acta de Exclusión China, prohibiendo toda la inmigración de trabajadores chinos al país por 10 años. O después cuando sus políticas racistas de migración y esterilización de mujeres inspiraron a oficiales nazis en su propia campaña fascista. Incluso cuando se jactaban de liberar Europa del fascismo de la Alemania Nazi, los Estados Unidos mantenían campos de concentración de personas japonesas o de ascendencia japonesa por orden del presidente Roosevelt. Ni siquiera nos tenemos que remontar tan al pasado – la administración que más personas deportó continúa siendo la del presidente Obama.

Este verano, los Estados Unidos presenciaron uno de los más grandes movimientos de protesta en su historia: los reclamos de justicia que siguieron los asesinatos, por parte de la policía, de George Floyd, Breonna Taylor, Tony McDade entre otras. Esto también no responde a un problema reciente.

Después de la abolición de la esclavitud en 1865 —para la cual el país se tuvo que enfrentar en guerra contra sí mismo (tan central era la práctica para la nación)— no se le otorgaron las mismas garantías de «seguridad de la libertad y la vida» a las personas negras. No se les otorgaron cuando las autoridades ignoraron e incluso participaron en la masacre de Tulsa de 1921, donde los residentes blancos de la ciudad atacaron el prospero distrito negro — conocido como Black Wall Street— quemando tiendas y asesinando a cientos. Tampoco se les concedieron en 1985, cuando el departamento de policía de Filadelfia bombardeó un edificio residencial de la ciudad ocupado por activistas negros, matando a 11 personas (5 de ellas niños) y destruyendo 65 hogares. Y así con un sinnúmero de incidentes antes y después.

Acá tampoco nos tenemos que ir a siglos anteriores: en 1992 Los Angeles presenció protestas después de la agresión policial contra Rodney King. Y más recientemente, en el 2014, inició el movimiento de Black Lives Matter tras los asesinatos de  Eric Garner, Michael Brown, Tamir Rice, y muchas personas más.

Y ahora se ha revelado el vacío de su mito en su respuesta a la pandemia global del Covid-19. Los Estados Unidos es a la fecha el país con el mayor número de contagios y muertes —a pesar de al mismo tiempo ser el país más rico del mundo—. El virus ha afectado desproporcionadamente a las poblaciones migrantes, negras y nativas del país. Y esto tampoco es nuevo. En los ochentas, cuando el VIH —causante del SIDA— se empezaba a esparcir por los Estados Unidos, la administración de presidente Reagan se burló del virus llamándolo la «plaga gay». El virus eventualmente cobraría casi 90 mil muertes para el final de su presidencia.

Ya no soy el niño que veía pasar los matorrales. Después de vivir cuatro años en la capital cultural y económica de ese país al que tantas veces nos dirigimos de pequeños, puedo decirles que el mito americano no era nada más que eso: un mito. Pero como cualquier gran mentira, el mito americano tiene algo de verdad. La verdad es que sí ha sido un experimento exitoso: ha sido exitoso al proveer gran prosperidad económica y poder a cierto sector de su población a costa del resto y del mundo entero.

Y es que ese supuesto universal de que «todos los hombres nacen iguales» parece después de todo, sólo aplicar a hombres; en específico, hombres blancos; en especial, hombres blancos adinerados. Porque si algo nos demuestra su historia es que no han podido garantizar nunca esa libertad e igualdad por la que supuestamente luchaban. Después de todo es el país con la mayor cantidad de sus habitantes en prisión. Es uno de sólo tres países en no garantizar licencia de maternidad remunerada. Es un país en donde dos de sus últimos tres presidentes perdieron su elección popular —y aun así fueron nombrados presidentes —.

Si algo tuvieron los americanos no fue su gran calidad moral, sino la mayor capacidad de ejercer violencia y la mayor falta de escrúpulos para cometerla. Por eso ahora disfrazan su historia de retórica y unos cuantos disfrutan los frutos de esa violencia —sin importar el presidente o partido en turno—.

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