Efectos secundarios de leer(nos)

Volumen Quince

¿Cuál es el efecto de leer?, ¿existe diferencia alguna entre leer a escritoras o escritores? Marifer Martínez reflexiona, a partir de Woolf, el rol que debemos jugar como lectores frente a este dilema: hay una deuda que saldar.

POR Marifer Martínez
1 julio 2021
FOTOGRAFÍA POR: VOCANOVA

Efectos secundarios de leer(nos)

Virginia Woolf ya lo dijo: una mujer para escribir necesita dinero y un cuarto propio. Y aquí estoy yo, sentada frente a mi escritorio, pluma en mano y una libreta de uso exclusivo para mis divagaciones y mis apuntes de lecturas; detrás de mí tengo el librero que diseñé y por el que pagué con mis ahorros. Tengo unas horas libres antes de que sea de noche. Escribo no porque sea buena o porque tenga inspiración ni ninguna musa me haya iluminado, sino que lo hago gracias a la educación que recibí —esa emancipación intelectual por la que muchas mujeres lucharon—, gracias a la emancipación económica y el privilegio de clase. Por todo esto tengo acceso al placer de la lectura, es decir, el ocio.

Escribo porque la escritura es consecuencia de leer. Así que todo lo que Woolf dijo en su ensayo es cierto. Pero otra cosa que hoy es necesaria para tomar la palabra es el cansancio: el cansancio de leer(nos) figuras femeninas escritas por hombres. Leer a hombres. No digo ya literatura escrita por hombres porque lo considero un pleonasmo. Para que una escriba es necesario que se haya cansado de que otros (ellos) nos hayan dado voz, el juicio de lo que es arte, literatura. Que hayan dictado la conciencia, la moral y los cánones. Para escribir hace falta descubrirnos en la palabra de ellas, de nosotras; en la intersección entre lo que una mujer escribió y lo que despertó en nosotras cuando la leímos.

Hubo una ocasión en la que, en una mesa de diálogo sobre un autor mexicano —uno de esos santos de nuestra literatura mexicana— nos preguntaron a las y los ponentes sobre la forma en que este autor desarrollaba sus personajes femeninos en su obra. Yo, sin tapujos, dije que no tenían nada que los hiciera resaltar por ser femeninos, eran personajes y punto; su literatura no se distinguía por tener un discurso feminista ni por perfilar brillantemente a las mujeres en su narrativa. La directora de la facultad, que era ponente en la mesa, dijo que había que tener mesura con juicios tan fuertes sobre uno de nuestros grandes autores. En ese momento yo estaba en quinto semestre, había leído menos que ahora a mis veinticinco años, y hoy, con más lecturas encima, lo sostengo. Y es que me parece absurdo querer elevar a autores, a todos, como grandes portavoces de mujeres. ¿Para qué? Si tenemos grandes autoras que, feministas o no, con intención o sin ella, nos han dado personajes femeninos inolvidables, poemas de una altura estética equiparable o mayor a cualquier poeta canonizado. ¿A qué voy con esto? A dos cosas, la primera es que si queremos saber sobre otros géneros, ya no digo nada más el femenino, sino todos los que existen, hay que leer a quienes pertenecen a él, a quienes se identifican en tal o cual y enuncian desde ahí. Hay que leer de todo, sí, pero desde pequeñas nos enseñan a leer primordialmente a hombres, es momento de llevar la balanza al equilibrio, y eso toma muchas horas de lectura de mujeres para saldar la deuda. Lo segundo, y es un tema resbaloso, por esto no me concentraré tanto en él, es que si decimos literatura femenina hay algo en ese adjetivo que resulta molesto —las etiquetas para la literatura de por sí ya lo son y más cuando se trata de género— pero al mismo tiempo no me enoja tanto como esperaría. He aquí el por qué, y es una postura muy personal: en el marco de que las mujeres hemos sido históricamente colocadas en el hogar, con tareas y atributos personales determinados, siempre en la esfera privada bajo un doble yugo, el Estado y el hombre, se nos relegó al espacio metafísico de lo sensible; es decir, las emociones fueron lo único que estaba en nuestro dominio, lo intelectual estaba fuera del alcance y aún así las mujeres escritoras lograron dominar el lenguaje estético y participar del lenguaje intelectual, tenemos el “Primero sueño” de Sor Juana Inés de la Cruz, o su Respuesta a Sor Filotea, y si pensamos en poetas actuales, está Anne Carson, o en el siglo XX Emily Dickinson con su poesía conceptual. Es decir, las mujeres nos la hemos ingeniado para hacer de nuestra literatura femenina, aquella que erróneamente ha tomado un imaginario social de literatura rosa, de romance y sentimental, una literatura capaz de tomar la palabra en el espacio que solo el hombre podía y explotar el espacio sensible del que ellos se privaron mucho tiempo.

Para mí, saldar mi deuda lectora con las mujeres, ha marcado un antes y después en mi lectura, amo leer, a cualquier autor o autora, pero leerlas a ellas ha sido releerme a mí de una forma en que antes no lo había hecho. Leerlas me ha hecho escribir, eso es lo que nos falta para pasar de musas a creadoras.

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