Filosofía: rompiendo hocicos

Volumen Cero

"Yo solo sé que no sé nada". A partir de esta máxima socrática, Eduardo Taylor reflexiona acerca de lo que es para él, y muchos otros, la filosofía; su importancia; y la necesidad de cuestionarnos siempre...aunque aquella termine por "rompernos el hocico".

POR Eduardo Taylor Elizondo
9 septiembre 2018

Filosofía: rompiendo hocicos

—Buenos días alumnos —dijo aquel hombre novelesco, su barba socrática llegándole a mitad de pecho, alto, lánguido, medio calvo y semisonriente— Esta es filosofía griega ¿correcto?

Casi como un rayo, se levantó la mano de Paty.

—¡Sí profesor!

—Gracias, bueno —empezó colocando los lentes pesados y unidos por un cordón gris en su aguileña nariz— bienvenidos a este curso, hm ¿quién me puede ayudar con una respuesta?

Otra vez, la mano de Paty.

—¿Su nomb—

—Patricia Gonzáles, pero me dicen Paty —la interrupción sobresaltando al hombre de pie frente a los 25 alumnos reunidos esa mañana.

—Patricia ¿me podrías decir qué haces cuando tienes comezón?

—¿Comezón? —respondió su rostro perplejo

—Sí, cuando tienes comezón, cuando te pica algo ¿qué haces?

—Ehm… no sé… ¿te rascas?

—Y ¿cómo se siente cuando te rascas?

El rostro de ella confuso, sus ojos buscando la respuesta entre los 25 mudos detrás.

—¿Se siente bien, mal, feo, bonito? ¿cómo se siente?

—No sé profesor… —titubeó— ¿bien?

—Se siente rico ¿no? Cuando tienes comezón y te rascas se siente rico ¿verdad?

—Sí —dijo ella frustrada, tratando de entender.

—Gracias Paty — dijo señalando al escritorio para que se siente— bueno, así va a ser la clase de filosofía, va a ser una molestia —la cara de los presentes hundiéndose frente al tedio anticipado— va a ser una molestia que va a requerir que pensemos diferente para rascarnos y sentirnos bien.

***

Detalles más, detalles menos, es una historia verídica. Tenía 24 años, recién salidito del divorcio de mis papás y en ese momento supe que cambiarme a estudiar Letras había sido la mejor decisión en mi vida. Durante los siguientes semestres esa molestia no solo se mantuvo presente sino crecía, entre más y más temas se asomaban a romperme el hocico.

Semestre tras semestre se me reventaron los labios con cada gran pensador que se me ponía enfrente, los dientes se me hacían añicos con las novelas que leía, la lengua se me rallaba con cada poema, cuento, examen que presentaba y mi mandíbula en treinta partes harta de escribir ensayos. Así fue, un decatlón de lamentos y tragedias, una verdad desenmascarando a la otra, todas agarrándome a palos sabiendo que ni las manos iba a meter.

Pero tras el óxido que salía de cada impacto venía el bálsamo de alivio, una brisa que me secaba las lágrimas. Era la nieve que llegaba a las 5 de la tarde los domingos en casa de mis abuelos, un respiro explosivo después de nadar y nadar y nadar.

Lo mejor de todo es que iba feliz al encuentro. Todas las mañanas me sentaba con los pómulos pulsando de dolor deseoso de recibir mis chingazos de realidad. Algo había de mágico en desmentir, problematizar, indagar, entender, decirme con franqueza “cállese el hocico porque no sabe de lo que está hablando”.

***

Bueno y esto ¿qué? ¿qué quieres que saque de todo este viaje? Todo esto porque veo que nadie quiere romperse el hocico, que hasta las universidades empezaron a dar palmaditas en la espalda en vez de repartir trompos (como deberían). Alto, el punto no es hablar de la universidad ni de los tiempos que vivimos y por más que tenga mi opinión negativa de ambos prefiero exhortar que criticar.

Entonces, con eso en mente, quiero que salgan y se partan la madre. Salgan, pónganle el rostro a todo lo que asusta, que se encierren en un cuarto oscuro y vean lo que sale de la sombra, que no le saquen la vuelta a los temas que les desesperan, que cada vez que se vayan a quejar, que vayan a decir algo así como “el capitalismo está perpetuando la desgracia” o “la religión es el opio del pueblo”, o todavía peor “busca lo que te hace feliz”, se detengan y se traguen esas palabras porque siempre es mejor ir a los golpes buscándolos que cuando te agarran a baño.

A cada pregunta que hagan en forma de queja respóndanse con un «ok, ¿y luego?»; digan «sí, el capitalismo es malo -por ejemplo-, pero, ¿eso es todo? ¿eso es lo único que nos da? Un sistema económico que se nutre de cientos de años de historia, de cientos de pueblos, de millones de trabajadores ¿lo único que da es la perpetuidad de la desgracia?»; empiecen por ahí y lo más seguro, si preguntan y preguntan hasta que la molestia sea insoportable, es que vayan a decir “no pues no sé” y ahí, cuando el peso socrático de yo solo sé que no sé nada, con el hocico floreado, se habrán convertido en filósofos.

Eso es todo. Todo lo que nos repugna, aterra, separa, rechaza, frustra o provoca cualquier forma de emoción negativa es la comezón que pide a gritos ser calmada a golpes. No estoy descubriendo el hilo negro, todos los pensadores de cualquier índole, desde Carl Jung a Warren Buffet, invitan a las personas que arriesguen la pregunta “¿Por qué?”. Solo después de enfrentar la comezón podemos continuar siendo mejores.

Es más, así como experimento, no te cuesta nada y nadie te está viendo, quédate sentado en tu silla y pregunta en voz alta ¿qué debo de hacer el día de hoy? No estoy jugando, díganlo en voz alta, pregúntenle a su cerebro ¿qué debo de hacer el día de hoy? Les juro que habrá una respuesta inmediata, díganlo en voz alta. Ahí en la respuesta inmediata está la verdadera filosofía.

¿O no?

¡A darle!

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