La reapropiación feminista del espacio público

Volumen Siete

Basta con mirar los nombres de las avenidas, las bibliotecas, teatros y monumentos, para concluir que las mujeres han sido excluidas de la vida pública; aisladas del espacio urbano. Son consideradas ciudadanas "de segunda" y, en muchas ocasiones, su participación ha sido relegada a los roles de madre-esposa. El colectivo Políticamente Incorrectas reflexiona cuál es la labor del feminismo en la recuperación de los espacios públicos.

POR Políticamente Incorrectas
2 marzo 2020

La reapropiación feminista del espacio público

Nosotras, las mujeres, queremos hacerte una invitación –sí, a ti que estás leyendo estas líneas– a cuestionar las formas de ocupar y ¡(re)apropiarnos del espacio público, tal y como se hace desde el urbanismo feminista!

Las mujeres hemos sido excluidas del espacio público y, por lo tanto, de la vida pública. Basta con mirar los nombres de las avenidas, las bibliotecas, teatros y monumentos. Somos consideradas ciudadanas “de segunda” y, en muchas ocasiones, nuestra participación ha sido relegada a los roles de madre-esposa. Podría pensarse que tanto mujeres como hombres vivimos el espacio público —la calle, los parques, las plazas— de forma igualitaria, pero algo que nos ha demostrado el feminismo es que existen desigualdades que atraviesan los lugares que habitamos.

Los espacios son diseñados para varones, adultos, sin discapacidad y de cierta clase social. Pero pensemos en una joven que camina con muletas y se ve limitada a usar una calle determinada porque no cuenta con una banqueta amplia. O bien, prefiere tomar esa ruta (aunque le lleve más tiempo) porque sabe que no habrá hombres que la acosen. De esta manera, la relación que las mujeres tenemos con el espacio público es un acto de poder ejercido sobre nosotras.

En 2001, desde el primer Foro Social Mundial, se constituyó la Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad. El documento, elaborado por representantes de movimientos sociales y de la academia, señala que todas las personas tienen el derecho a encontrar en esos lugares las condiciones necesarias para su realización política, económica, cultural, social y ecológica.

Sin embargo, las mujeres continuamos siendo marginadas no sólo de esos derechos, sino también de las decisiones que nos posibilitarían gozar de ello; las mismas ciudades nos han expulsado a muchas a vivir, por ejemplo, en las llamadas “periferias”, que no son más que apéndices precarizados de la urbe.

Desde las periferias recorremos grandes distancias de manera cotidiana para llevar nuestra fuerza de trabajo al centro de las ciudades. Quienes hemos habitado en dichos márgenes conocemos bien que la privacidad es un lujo para las mujeres, pues el hacinamiento te apretuja y no hallas dónde esconderte de las miradas de tantas personas que “te culparán por crecer, porque tus caderas se ensanchan”; y eso “provoca a los hombres”.

Ante todo esto, el movimiento feminista en las ciudades ha luchado para que la mujeres nos desarrollemos en los ámbitos que plantea la Carta, para formar parte de las decisiones públicas y reivindicar nuestro derecho como ciudadanas a ser y existir en el espacio “común”, considerado como un espacio de convergencia en donde todas y todos podamos ser iguales.

Pero en las últimas décadas hemos tenido que sumar otra batalla: los feminicidios. Si bien, ocurren en todo el país, los municipios con más incidencia son ciudades. Como Monterrey, que ocupa el primer lugar a nivel nacional. En 2019 las autoridades locales reportaron 19 feminicidios, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP). Le sigue la ciudad de Culiacán, con 17. En tercer lugar está Iztapalapa, con 14. Hablar de nuestro derecho a la ciudad, bajo esas condiciones, es también hablar de nuestro derecho a la vida.

Transitamos por calles sintiéndolas peligosas. Es difícil que una mujer no haya sentido temor al caminar por una calle solitaria u obscura y notar que un hombre viene cerca. Nos ponemos en alerta y optamos por cambiarnos de banqueta. Esto acaba siendo un desplazamiento geográfico y simbólico.

Un hecho: las mujeres somos más acosadas todos los días en la calle o el espacio público. El INEGI estima que, durante el segundo semestre de 2019, 19.4% de las personas de 18 años y más en zonas urbanas fue víctima de, al menos, un tipo de acoso personal y/o violencia sexual en lugares públicos; 27.2% de las mujeres han sido acosadas, en contraste con el 10.1% de hombres.

En la Ciudad de México el acoso sexual en los trayectos cotidianos afecta desproporcionadamente a las mujeres, quienes tienen 40% de probabilidad de ser víctimas de este delito en comparación con el 10% de los hombres. “Para qué se exponen, no anden en las calles solas”, nos dicen, como si la solución a la violencia en los espacios públicos de las ciudades fuera que no lo sean para nosotras.

En agosto pasado, Mitzi, de 24 años no se arriesgó y pidió un Uber en la ciudad de San Luis Potosí. Que por cierto, es el cuarto municipio con más feminicidios, en 2019 reportó 13. La joven nunca llegó a su destino, fue asesinada y su cuerpo fue hallado un día después. Su caso fue conocido en varias partes del país a través de redes sociales y algunos medios de comunicación.

El transporte público tampoco es seguro. Recordemos un caso de 2017, el de Valeria, una niña de 11 años, quien abordó una combi en Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México. El chofer la violó y asesinó. “¿Qué hacía una niña viajando sola?”, ¡ésa no es la pregunta que deberíamos plantear!

Como hemos mostrado, nuestro derecho a la ciudad se viola sistemáticamente en las ciudades y en las periferias. ¡Todos los días sentimos miedo de salir a las calles! Basta con echar una mirada a esta recreación que hemos construido basada en una historia cotidiana que acaba siendo la misma realidad para todas:

“Hoy es un nuevo día”, me digo mientras trato de olvidar que ayer casi no llego a casa por el desvío de un UberCabifyBoltAvantDidiBeat. Ya ni sé cuál era, eliminé todas las apps. Siento peligro en todas.

Salgo muy de mañana. Está todavía oscuro y no hay alumbrado en la calle. Dos hombres me gritan obscenidades mientras se acercan a mí. No puedo correr, llevo tacones, pues en el trabajo me exigen usarlos. 

Logro llegar al metro, subo escalón las interminables escaleras de la “línea naranja” porque la eléctrica estaba descompuesta (otra vez) y eso me atrasa. Entro al vagón exclusivo de mujeres para sentirme a salvo de los acosos. Pero veo a varios hombres que no respetaron este espacio, un joven, a quien poco le importó usar ese lugar reservado sin importar que una mujer llevaba bastón.

Por fin llego al trabajo. Es tarde, pero debo pasar antes al baño. Está ocupado. Odio que este edificio construido para hombres porque en la industria automotriz “hay pocas mujeres”, así que hay seis para varones y uno para nosotras.

Me descontarán por el retraso. No sólo perdí mi bono de puntualidad del mes, también puntos para ascender. Todo se resolvería según mi jefe “con un güisquito el viernes en la noche en su depa”. Y yo, ¡con las ganas que tengo de ir a denunciarlo!, desisto porque al hacerlo, me descuentan el día por faltar.

A mi compañera de trabajo no le va mejor. Pidió permiso para pasar por su hijo a la escuela porque su abuela no podría ir por él. El colegio queda lejos de esta zona llena de edificios ejecutivos. Claro, los ejecutivos son hombres y ellos no se encargan de esas tareas.

Firmo la salida muy noche. Otra vez ya no alcanzo camión. Tomo un taxi de sitio, que me cobrará más caro. Por mi camino veo muchas estatuas de hombres. Los monumentos en las calles cuentan la historia del país como si sólo ellos la hubieran construido. 

Llego a casa al fin. Sintonizo un canal de televisión para ver cómo estuvo la marcha feminista de hoy. El reportero dice que miles de mujeres salieron de sus casas a protestar. Eso quieren creer, que salimos de la cocina, y no que estamos en las calles, en el transporte, en los espacios públicos. Por eso construyen y reglamentan ciudades sólo para ellos.

A nosotras, las mujeres, se nos ha restringido la posibilidad de participar en el diseño de ciudades. Esa ha sido una de las críticas feministas al urbanismo. El difícil acceso a la formación en arquitectura u otras disciplinas consideradas masculinas es un primer obstáculo. Un segundo: que los proyectos de urbanización están permeados por un sesgo androcéntrico que deja el rol de las mujeres y su participación en un plano secundario.

Las ciudades no son amigables para las mujeres: al sentirse dueños de las calles, los hombres diseñan la mayoría de ellas, pero para ellos. Ante esto las feministas y cada vez más mujeres, ¡las estamos tomando! Las mujeres hemos salido juntas a las calles a protestar para recordar que los espacios también nos pertenecen.

¡Estamos hartas de sentir miedo en estos espacios, atestados de gente, pero que nos dejan solas en medio de la inseguridad!

La voz pública será feminista o no será

A las mujeres se nos sigue negando la posibilidad de compartir nuestros mensajes e inquietudes en nuestros espacios privados –como en el hogar– y en los públicos –como en las plazas–. Se nos ha imposibilitado ejercer nuestra voz pública para convencer, conmover y persuadir sobre nuestras causas y la de nuestra comunidad. No obstante, hemos encontrado la manera de generar eco, a través de la protesta y política feminista.

El espacio público, más allá de estructuras arquitectónicas o el diseño del paisaje, es también aquella atmósfera que construimos al habitarlo, compartir en él y reapropiarlo. Es un espacio social que se significa en los diversos momentos y coyunturas históricas y políticas. El feminismo nos ha permitido construir otros monumentos (o antimonumentas), resignificar aquellos que nos recuerdan que nuestro Estado-nación fue construido a partir de luchas antirracistas que desafían el status quo y que las mujeres siempre hemos estado presentes.

Para combatir esta injusta restricción, lo que podemos hacer es seguir compartiendo, encontrándonos en el espacio para hablar con y entre mujeres y que la voz pública sea la política feminista.

En varias ciudades las feministas seguimos resistiendo apropiándonos de espacios públicos -realizando actividades, pintas, círculos de discusión, movilizaciones, performances- con el fin de articularnos y buscar soluciones para enfrentar la discriminación y la violencia que vivimos. Por ello, en nuestras redes sociales encontrarán las diferentes brigadas que mes con mes realizaremos durante este 2020 en la Ciudad de México. Desde una perspectiva feminista interseccional, las Políticamente Incorrectas nos sumamos a dichos esfuerzos. Sabemos que las mujeres estamos atravesadas por condiciones y características diferentes, pero hay necesidades comunes y urgentes, por lo que decidimos trasladar nuestros feminismos a su raíz: el espacio público, la protesta y la colectividad.

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