Feminismo latinoamericano: emancipación y justicia social

Volumen Once

En 2018, según estadísticas de la Organización Internacional del Trabajo, las mujeres ganaron en promedio 17 por ciento menos por hora trabajada que los hombres. Por otro lado, ellas también sufren la segmentación ocupacional y educativa, es decir, viven día con día el ser excluidas o rechazadas para asumir ciertos puestos formativos o de empleo por tener una connotación masculina excluyente. La mujer latinoamericana suele ocupar del 80 por ciento en las tareas del hogar. Sebastián Irigoyen escribe acerca de los efectos del feminismo en el sistema económico y en cómo su esplendor afecta de manera positiva la figura del machito.

POR Sebastián Irigoyen
2 noviembre 2020

Feminismo latinoamericano: emancipación y justicia social

¿Qué mundos tengo dentro del alma que hace tiempo vengo pidiendo medios para volar?
—Alfonsina Storni

El esplendor del feminismo del siglo XXI que hoy se expresa en las calles de distintas latitudes de la región latinoamericana (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, México, entre otros) deja claro que las formas de dominación, hasta las más antiguas, caen. Que nada es para siempre.

Ya hablamos del fin del ciclo patriarcal como neoliberal. Esta lucha encaminada por las mujeres debela el mismo objeto que ha contenido la disputa por la búsqueda de la justicia social y la lucha contra la explotación laboral que otros movimientos han pugnado. Desde la conciencia de género como en la conciencia de clase resurge el cuestionamiento directo hacia el paradigma económico dominante desde diferentes enfoques teóricos y prácticos, es decir, desde una perspectiva decolonial y de despatriarcalización donde se configura una visión plurinacional y multicultural no capitalista para un resurgir latinoamericano.

Una ola de conciencia de género y justicia marcha sin ceder el paso; la lucha converge hacia una misma necesidad de un cambio civilizatorio profundo que reclama dignidad en todas sus dimensiones. Los movimientos sociales ya no son elementos fragmentados o aislados geográficamente, tampoco parcializados ni atrincherados, porque el feminismo de hoy día se integra en red al frente con las otras luchas actuales: las étnicas, las ambientalistas, la de los grupos LGTBI, la de los pobres y marginados del contrato social; todos ellxs, las clases oprimidas, comparten disputa contra el mismo sujeto: el capitalismo. La movilización política ha planteado una revitalización del diálogo entre las voces latinoamericanas subyugadas que reclaman recuperar el presente como el futuro, unificados en un combate desde el derecho a la vida digna, que hoy ya teje la conciencia colectiva. Este es el nuevo discurso. El feminismo latinoamericano demanda reconocimiento a las injusticias culturales como redistribución económica.

Los desafíos que enfrenta el movimiento feminista tienen diversas dimensiones como magnitudes; éstos agudizados por un sistema que amplifica las brechas sociales en general, pero que han recaído con mayor fuerza en el sexo femenino (género que sufre constantemente la opresión desde la dependencia económica y la esclavitud, la violencia doméstica y sexual). En 2018, según estadísticas de la Organización Internacional del Trabajo, las mujeres ganaron en promedio 17 por ciento menos por hora trabajada que los hombres. Por otro lado, ellas también sufren la segmentación ocupacional y educativa, es decir, viven día con día el ser excluidas o rechazadas para asumir ciertos puestos formativos o de empleo por tener una connotación masculina excluyente. La mujer latinoamericana suele ocupar del 80 por ciento en las tareas del hogar, lo cual restringe aún más sus condiciones naturales en su participación en el mundo laboral y en elementos ulteriores como el derecho a la seguridad social o el poder contar con una jubilación digna.

#NiUnaMenos

La narrativa reciente en cuanto al caso argentino y el fallo negativo sobre la despenalización del aborto en 2018 escenifica los desafíos estructurales a los que se enfrenta el movimiento en el continente. Dicho suceso se asienta sobre las desigualdades y dominaciones patriarcales heredadas, y es en estos elementos extraeconómicos en donde mayormente se refleja la deficiencia normativa y legislativa que amordaza la voz de la mujer latinoamericana. Asimismo, el contrapeso religioso ocupa un rol político aún hegemónico que se dispersa en una suerte de metástasis de represión machista que se reproduce y transfiere en lo cotidiano. En este sentido, la religión ha jugado un rol activo de oposición no solo al movimiento feminista, sino al desarrollo: su dogmatismo sigue cobrando vidas indirectas, su ceguera ideológica que penaliza y criminaliza los abortos y el derecho a la salud explican en parte las cifras del “Aborto a nivel mundial 2017: Progreso irregular y acceso desigual” del Guttmacher Institute, el cual describe a América Latina y el Caribe como una región en donde se concentran 6 millones y medio de embarazos no planeados y de abortos anuales. Tales estadísticas evidencian los efectos de las estructuras retrógradas machistas que impiden el progreso de la equidad, la libertad y la justicia de género. Es claro. La lucha por los derechos reproductivos está creciendo en América Latina, pero aún existen batallas significativas que ganar; únicamente en las ciudades de Oaxaca (2019), Ciudad de México (2007), y los países de Cuba (1965), Guyana (1995), Puerto Rico (1973) y Uruguay (2012) se encuentra totalmente despenalizado el aborto, esto quiere decir que el derecho de decidir abortar de manera segura, libre y gratuita aún está negado para el 97% de mujeres de la región.

Los resultados de esta estigmatización cultural hacia la mujer en la prohibición de la toma de decisiones de sus propios cuerpos es un infortunio que se incrementa en los estratos más vulnerables, quienes viven la maternidad adolescente con mayores obstáculos. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) identifica que la maternidad temprana resulta ser un factor clave de la transmisión intergeneracional de la pobreza en la región, en done a su vez se reconoce que existe una mayor probabilidad de que a las madres adolescentes se les entrecrucen y suman dificultades educativas, oportunidades laborales y de salud que las orillan a situaciones de pobreza, al grado de disminuir su tasa de mortalidad.

Pero la lucha feminista ya salió a las calles en busca de un nuevo contrato social y sexual capaz de romper con los muros invisibles que se aferran a las prácticas cotidianas y culturales represivas. Hoy son las del pañuelo verde quienes redactan un nuevo proyecto que reclama existir con dignidad desde una matriz de acciones políticas, económicas y simbólicas que buscan una transformación auténtica y legítima hacia el desarrollo inclusivo. Flora Tristan, Simone de Beauvoir, Amorós Celia y Marcela Lagarde, todas ellas nos recuerdan que la importancia del feminismo no es el considerarlo como un reducto de meras imágenes, sino es su evolución política la que permite ser una cultura viva que incluye, agrega y genera conciencia del valor de las mujeres y que redefine acciones colectivas a pesar de los desafíos históricos aún presentes.

Pero los muros invisibles ya comienzan a caer, se desmoronan, ya se llenan de grietas esas normas sociales que reproducen violencia y opresión, ya las prácticas y conductas cotidianas heredadas del heteropatriarcado comienzan a estar acotadas por una nueva narrativa. Argentina ha tocado e inspirado al continente y nos llama a no retroceder, a no ceder en las luchas por la conciencia colectiva, por la justicia social de género. La voz de América Latina demanda ser feminista y el plantear un nuevo imperativo ético que invite a construir un nuevo proyecto de poder y empoderamiento sin dominación, de solidaridad, del cuidado humano para la reproducción y preservación de la vida con dignidad.

Por otro lado, el feminismo nos solicita urgentemente el deconstruirnos como hombres, a revisar nuestros actos, nuestros roles impuestos, nuestros impulsos y comportamientos, así como las maneras de sentir y de pensar. El feminismo convoca al diseño de una nueva masculinidad que proponga la transformación de la propia estructura cognitiva. La tarea como hombre que busca una nueva edificación cultural, debe reconocer la existencia del patriarcado como un sistema opresor, y es el mismo quien debe romper con las narrativas del modelo masculino tradicional. Es decir, las “nuevas masculinidades” deben partir desde una nueva forma de pedagogía activa, porque de nada serviría redistribuir las prácticas heredadas de violencia y dominación cuando se busca el diseño de un nuevo proyecto social. “La Microfísica del poder” (1978) de Foucault nos dice que la virtud de la educación permite a los movimientos y resistencias convertirse en una práctica de emancipación hegemónica histórica. Una nueva educación social será la condición que permitirá fomentar valores humanos no sexistas desde la empatía, el respeto y la colaboración solidaria entre géneros, y lo que permitirá dispersar una nueva praxis feminista, esa que enseñe al hombre a dejar de ser ignorante, insensible e indiferente, como cómplice de los 3,800 feminicidios registrados en 2019 en América Latina.

 

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Referencias

Carosio Alba, (2009) “Feminismo latinoamericano: imperativo ético para la emancipación” CLACSO Buenos Aires

Freire, P. (2009). Pedagogía del oprimido. (21.ª Ed). Madrid: Siglo XXI de España Editores, S.A

Lagarde, Marcela (1999), “Claves identitarias de las latinoamericanas en el umbral del nuevo milenio” en Portugal, Ana María y Torres, Carmen El siglo de las mujeres (Santiago de Chile: Isis Internacional/Ediciones de las Mujeres) N° 28, octubre.

Simón Rodríguez, María E. (2011). La igualdad también se aprende. Cuestión de Coeducación. Madrid: Narcea. – Subirats, Marina (2013) “Forjar un hombre, moldear una mujer.” Barcelona: Aresta 12.

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