Género y poder: ficción contemporánea

Volumen Doce

Para Ana Quintero, el «empoderamiento de las mujeres» es una estafa que el patriarcado intenta vendernos para poder sobrevivir entre nosotras; reflexiona en torno a ello sobre las posibilidades concretas de que las mujeres ejerzan el poder material en la vida pública.

POR Ana Quintero Avendaño
11 enero 2021

Género y poder: ficción contemporánea

Desde hace algunos días ha comenzado el proceso electoral intermedio en el que se elegirán gobernadoras, alcaldesas, diputadas federales y locales, regidoras, entre otros cargos. Han comenzado las precampañas, o en español, los procesos electorales al interior de los partidos políticos para saber quiénes serán las candidatas en 2021; esto me ha hecho reflexionar sobre los discursos de la clase política que, desafortunadamente, siguen hablando de «empoderar a las mujeres», como si ésta fuera en sí una acción concreta, y además, la única acción necesaria para alcanzar la igualdad sustantiva.

Estoy convencida de que el «empoderamiento de las mujeres» es una estafa que el patriarcado intenta vendernos para poder sobrevivir entre nosotras.

Vamos por partes.

1. ¿Qué abarca el abstracto “empoderamiento” para las mujeres?

«Empoderar» es un término que se usa comúnmente para referirse al hecho de que las mujeres puedan decidir y hacer cosas para cambiar su situación actual de desventaja. Por lo tanto, en la esfera del poder político, podemos aterrizar el empoderamiento como ese acto en el que cualquier mujer que tenga acceso a los espacios donde se toman las decisiones más importantes para la vida política de un Estado, tendrá poder, o para efectos de lo que el discurso político arguye, «estará empoderada».

El problema con esto es que, actualmente, las desventajas de las mujeres suponen ventajas directas para los varones, y ninguna mujer podrá, de manera individual, zafarse del sistema con el simple acto de “decidirlo”. Es decir, ninguna mujer se puede empoderar a sí misma, porque no tiene ningún poder desde el principio. Esto no es una cuestión de actitud y aunque repitiera, hasta el cansancio, cosas como «dejaré de actuar como víctima para dejar de ser víctima», jamás se traduciría a la realidad material de ser mujer.

Por ejemplo, cuando una mujer materna sola se suelen escuchar cosas como «esa mujer es admirable porque sacó adelante a sus hijos sin ayuda de nadie» o «crecí en un matriarcado porque mi papá nunca estuvo»; pero lo que nadie quiere ver porque no huele tan bien, es que esa mujer tuvo que cargar con la imposición social de hacerse cargo de una responsabilidad que debió ser compartida,   que el patriarcado excusó fácilmente a una de las partes.

Otro ejemplo de esta estafa es esa imagen de la mujer que “resurge” luego de una relación heterosexual en la que fue lastimada, y nos la venden cumpliendo con el estándar de belleza que nos ha impuesto el patriarcado: tacones, maquillaje, ropa, etc. Es decir, para el consumo masculino. Entonces el mensaje que recibimos es ese: que el empoderamiento de nosotras depende mucho de la medida en la que podemos ser de consumo masculino; por lo tanto, nuestro poder dependerá directamente de la atención y aprobación masculina que nos podamos “ganar”.

2. ¿Eso significa que el “empoderamiento” es patriarcal? 

Sí. Tener poder es una facultad que ha sido reservada para los varones a través de la supremacía que les otorga el sistema social, político y económico global; es decir, el poder es patriarcal. Bajo esta premisa, podemos hacer un recorrido en la memoria de todas las veces que una familia ha sido encabezada por una mujer, pero las lecciones en casa seguían dando privilegios a los varones sobre las mujeres. Por ejemplo: se enseñaba a las hijas a atender las necesidades de los hermanos y otros varones en casa, mientras ellos podían descansar o destinar ese tiempo a tareas extracurriculares, trabajo remunerado, incluso ocio. Otro ejemplo de esto son las veces que una mujer ha ocupado un cargo público pero las condiciones de desigualdad que sufrían las mujeres siguieron iguales y nos queda solo una anécdota más del camino cuesta arriba que implica una carrera política o profesional para cualquier mujer.

Esto no significa que las mujeres merezcamos ser culpadas de la reproducción del status quo, porque cambiar el rumbo, o mejor dicho, tener conciencia de género implica muchas horas de reflexión y diálogo con pares que, a su vez, se vuelve imposible con las tareas domésticas y el odio entre nosotras que nos han enseñado a tener. Incluso, si las que sí llegamos a esa reflexión de que el mundo es hostil para nosotras, pasaremos momentos dolorosos y tendremos rupturas irreconciliables con el ambiente en el que nos desarrollamos desde el nacimiento hasta la muerte. (Con ambiente me refiero al espacio físico, las ideas, las relaciones humanas, nuestro propio cuerpo, etc.)

3.  Entonces, ¿las mujeres no deberíamos perseguir el poder o, en su defecto, el empoderamiento?

No, tan solo significa que las mujeres no podemos tener acceso real o material al poder (ni político ni personal), sin importar cuantas sean presidentas, ocupen cargos de alto liderazgo y/o poder político o se apropien de su cuerpo. De hecho, para que las mujeres logremos dar el siguiente paso en nuestra liberación colectiva, es necesario que todas las instituciones, todas las naciones y todas las narrativas sean fuertemente sacudidas desde las prácticas que, en conjunto, significan “hacer uso del poder”, así como la forma en la que las mujeres tienen posibilidades de interactuar con esa realidad material.

A las mujeres nos toca encarar los discursos de los organismos internacionales que han usado para tratar de convencernos de que el empoderamiento sin conciencia de género era parte de la solución; además, no podemos olvidarnos de seguir teniendo las conversaciones incómodas que nos han ayudado a avanzar hasta este punto de reflexión, y seguir socializando la filosofía que han escrito las feministas que llegaron antes que nosotras.

No se puede empoderar a las mujeres una por una, ni siquiera grupo por grupo. En lugar de gastar tanto tiempo y dinero en perseguir ese objetivo estéril, deberíamos pensar y construir una experiencia del mundo en el que las mujeres no tengamos que “empoderarnos” porque no habría desventajas que subsanar.

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