Elena Garro: la persecución y la victimología en su obra

Volumen once

Suele escribirse sobre Elena Garro siempre a partir de su esposo; aquí no: Marifer Martínez analiza elementos de su obra con los cuales cualquier mujer puede identificarse: la persecución, la paranoia y la victimología.

POR Marifer Martínez
2 noviembre 2020

Elena Garro: la persecución y la victimología en su obra

Cuando se escribe acerca de Elena Garro y su obra literaria, sin duda el título de su novela Los recuerdos del porvenir es mencionado, también su obra como dramaturga y cuentista. Su escritura en general oscila entre el realismo mágico y la literatura fantástica; aún más, recurre a temáticas y recursos como los juegos temporales y la memoria tal como lo hace en la novela ya mencionada y en otras como La casa junto al río (1983) y en cuentos como Andamos huyendo Lola (1980). Es precisamente de este último libro del que quiero hablar. En estos cuentos la poética de la autora cambia.

Si bien la memoria y los juegos temporales son parte de la poética de Elena Garro, no son los únicos elementos. El año de 1968 fue un parteaguas para la vida de la autora y para su literatura. Después de este año es que la obra de Garro puede ser examinada como una obra de dos épocas. Antes y después del 68 los juegos temporales y la memoria siguen como elementos recurrentes, pero después de la noche de Tlatelolco se introducen nuevos elementos a su poética: la paranoia y la persecución.

Pero primero, un poco de contexto. Después de la matanza de Tlatelolco, Elena Garro fue acusada de participar como organizadora del movimiento estudiantil, así que ella y su hija, Helena Paz, huyeron de su casa en Las Lomas y se refugiaron en un departamento en el centro de la Ciudad de México. Garro, convencida de que las buscaban y que habían intentado matarlas, llamó a Madrazo —a éste lo acusaban junto con ella de querer derrocar al gobierno— y acordaron dar sus declaraciones a través de la prensa. Uno de los conflictos que surgieron fue que, por una parte, se afirmaba que ella participó en el Movimiento Estudiantil y que había sido quien recomendara a Sócrates Campus Lemus buscar un «líder social visible y fuerte, y ese jefe debía ser Madrazo»; ella afirma que fue Sócrates quien había pensado en Madrazo y quien le pidió comunicarle la idea.

Al llegar la prensa al departamento afirmó no tener nada que ver con el movimiento ni mucho menos tenía intenciones de ir contra el gobierno, los periodistas querían nombres y ella no se los dio, solo declaró:

«Todos los intelectuales desfilaban con carteles diciendo ‘abajo el gobierno’, yo nunca. ¿Cómo pueden decir que yo soy la culpable? Que hablen ellos, los que lanzaron a los estudiantes a la calle. Ahora se murieron los muchachos y ellos están escondidos debajo de la cama. Ahí están los que firmaban los manifiestos de los periódicos.»

De este evento, del constante señalamiento, de rechazar y otorgar culpas a otros, resulta el exilio de Elena Garro. El miedo a ser asesinada la llevó a huir junto con su hija, primero a Estados Unidos y después a Europa. Su vida, y con ella su salud, se deterioraron y perdió su capital económico. El estilo de vida de madre e hija cambió al huir de México; vivieron en completa precariedad y deterioro y estas condiciones se reflejan en sus narraciones después del exilio.

Andamos huyendo lola es la ficción de los momentos más cruentos de la vida en exilio de madre e hija: hambre, miseria y enfermedad. En los lugares en los que se encontraron buscando refugio sentían una constante persecución y esto no solo se refleja en Andamos huyendo lola, sino también en otras obras en las que la huida y la persecución se convierten en parte central de la trama, como sucede en la novela La casa junto al río (1983) en la cual el personaje principal, Consuelo, viaja a España a conocer a su familia paterna y es vigilada por el pueblo, después acechada y, al final, asesinada; en la novela Reencuentro de personajes (1982), Verónica y Frank están en constante movimiento, huyendo de algo; en su obra dramática El árbol (1963) Luisa asesinó a una mujer y huye del pueblo donde vivía y regresa a casa de Martita, donde antes era sirvienta.

Si bien en Andamos huyendo Lola tenemos una obra con muchos detalles biográficos, podemos trazar en algunas otras de sus producciones literarias, después del 68, una línea victimológica que incluye la huida, la persecución y, por tanto, la paranoia. Podemos pensar este conjunto de cuentos como parte del género negro que se enfoca en la víctima. Si lo pensamos desde la criminología, existe una ciencia que estudia a la víctima. La victimología se encarga de analizar a la víctima desde «el punto de vista de su sufrimiento en sus tres etapas de victimización: La primera como víctima directa del delito, la segunda como objeto de prueba por parte de operadores judiciales (…) y la tercera la víctima como sujeto de sufrimiento silencioso». El sufrimiento silencioso de la víctima es donde encajan mejor los perfiles de los personajes de Andamos huyendo Lola, y particularmente los personajes Lelinca, Lucía y los dos gatos Lola y Petrouchka que aparecen en distintos cuentos.

Tanto en sus cuentos, novelas y teatro, encontramos algunos elementos del género negro. Si bien en La casa junto al río no está la presencia de la policía, el pueblo se encarga de acechar y perseguir a Consuelo hasta darle muerte; en el caso de Andamos huyendo Lola la policía sí es un elemento dentro del método de  persecución, pero es un elemento nombrado: en el cuento Las cuatro moscas los vecinos, el rentero y la esposa encarnan la presencia persecutoria, ellos mantienen contacto con ellas, quienes vigilan, acechan, se acercan hasta oprimirlas y provocan la huida a los personajes hacia otro lugar. Es así que la persecución no se trata entonces únicamente de causar la huida, se trata de construir atmósferas de opresión, oscuras, tensas e inseguras que mantengan a los personajes, en todo momento, inquietos y con miedo, recluidos y después expulsados. La exclusión y expulsión es importante para trazar el perfil de la víctima, no solo huye de un lugar, huye de todos los lugares y de todas las personas porque a ninguno pertenece.

Un dato biográfico que debemos recordar es que Elena Garro tenía ascendencia española, así, su  personaje Lucía que también tiene doble nacionalidad, es excluida: en sus recuerdos de cuando era niña en México, rememora cuando le decían gachupina a pesar de ser mexicana, ya que su padre era español a ella no le se le reconocía ninguna pertenencia; y, cuando está en España, es una desconocida, no tiene papeles ni dinero y la víctima se convierte en un factor de desconfianza para quienes la rodean y poco a poco es recluida hasta ser expulsada. En La casa junto al río, Consuelo atraviesa una situación similar. Al llegar a España es desconocida por todos —aun cuando algunos personajes aseguran ser sus familiares— y ella se vuelve motivo de sospecha, de desconfianza y se convierte en objeto de constante vigilancia. La exclusión del pueblo la lleva a la muerte, y sólo en la muerte pueden por fin adentrarse a la casa que ella recuerda y a la que quiere pertenecer.

En Las cuatro moscas, Lelinca, Lucía y los gatos Lola y Petrouchka están en un cuarto de hostal, acechadas por un hombre que las mira por la persiana desde la terraza. Este acecho y la vigilancia del dueño Jacinto y su esposa Repa, las obliga a replegarse en espacios donde puedan guardarse de las miradas y, por lo tanto, de la persecución. Los espacios en sus cuentos adquieren una gran relevancia porque en ellos encuentran los personajes una habitación, un lugar para el recuerdo donde se sitúan distintos planos temporales simultáneamente.

El hostal resulta ser un espacio interesante por lo que puede significar. Los cuatro personajes, Lelinca, Lucía, Lola y Petrouchka, van en la huida; constantemente desplazadas, no tienen una casa u hogar. De esta manera, cada hostal en el que se refugian temporalmente se vuelve la casa. Gaston Bachelard señala este espacio como uno de los espacios íntimos más importantes porque es «nuestro rincón del mundo (…) nuestro primer universo». Y apunta una cuestión: ¿todo lugar habitado tiene esencia de casa? Y responde afirmativamente. Es el pensamiento, los sueños y la memoria, los que otorgan el sentido de albergue y refugio al espacio que se habita, le otorgan muros: «el ser amparado sensibiliza los límites de su albergue». Es así que el hostal es el primer espacio en el cuento que se presenta como un refugio frente a la mirada ajena, frente al acecho: «Las persianas de hierro estaban rotas y un desconocido las espiaba por las noches desde la terraza». Una mirada sin rostro, el acecho, la persecución que atemoriza a los personajes. También señala Bachelard que la casa nos permite evocar «fulgores de ensoñación que iluminan la síntesis de lo inmemorial y del recuerdo». Esto es indispensable para el cuento, puesto que la memoria y el recuerdo rompe con los planos espaciotemporales y se convierte en un espacio anacrónico, un espacio-refugio que es hostal-casa. Cada mirada acusadora empuja a los personajes a recluirse en espacios más íntimos, cerrados, como en el armario. Este es un espacio de intimidad que sólo habitan loa gatos Lola y Patrouchka como una extensión de Lelinca y Lucía. La paranoia y la persecución como regla de vida para los personajes hace que se detenga el tiempo, y no es hasta que sueña Lelinca cuando puede escapar al tiempo detenido y encuentra un espacio más íntimo en el cual refugiarse: la memoria. Al meterse a la cama y dormir, recuerda la jabonería del Portal de Varilleros. Recuerda a don Tomás y la muñeca de la repisa, la que siempre quiso tocar y que don Tomás le dijo que nunca lo haría. Lelinca le dijo que era tan limpia esa muñeca que ni una mosca la tocaría, a lo que el dueño contestó que, si lo hiciera, la mosca moriría al instante. En el sueño-recuerdo, Lelinca espera que amanezca un día, que el tiempo vuelva a correr: «Amanecería algún día (…) y una noche muy lejana, que resultó ser esa misma noche oscura en el hostal de Jacinta y Repa, Lelinca entró a la jabonería».

En esta ensoñación, la memoria se convierte en el tiempo y espacio que Lelinca habita, refugio más seguro y profundo que el hostal o que el armario, pero espacio abierto en el momento en que las dimensiones entre lo interior y lo exterior se han perdido. Este armario-ensoñación-memoria resguarda un secreto, y su profundidad radica en eso, pero, al abrirse, sus dimensiones cambian: «Lo de fuera ya no significa nada (…) las dimensiones del volumen ya no tienen sentido porque acaba de abrirse otra dimensión: la dimensión de intimidad».

Después de soñar-recordar con la jabonería, la muñeca, la promesa de don Tomás acerca de las moscas, en algún momento que se mezcló con la noche oscura del hostal y la memoria de su infancia, el cuarto se llenó del olor de la jabonería, Lola, Petrouchka y Lucía flotaron junto con ella hacia don Tomás y hacia la muñeca «los cuatro se posaron sobre las mejillas rosadas de la diosa, que nunca dejó de sonreír. ¡Eran las primeras moscas que tocaban su rostro».

Y mientras amanece en el hostal y se oye a Jacinto y Repa, ellas se acercan al día amanecido de la jabonería: «Las moscas escucharon sus voces, que cruzaorn la puerta de oro cerrada para siempre. Sabían que jamás, jamás volverían a dormir en esas camas de hierro (…) Petrouchka saltaba entre las pilas del jabón de oro y Lola estaba quieta. La frase ‘andamos huyendo Lola…’ nunca más la volvería a escuchar».

Lola, Petrouchka, Lucía y Lelinca llegaron al límite de la memoria, el tiempo de la infancia es el espacio del recuerdo que pueden habitar y dejar la persecución atrás de ellas y ya no huir.

En el año de 1991 se gestó el regreso de Elena Garro al país y falleció en 1998. Nos quedan obras emblemáticas de ella para conocerla, conocer su vida en exilio y conocer la versatilidad de su pluma que nos muestra dos épocas de su obra, sin embargo, antes y después del 68 Elena Garro permanece como una gran autora, excepcional narradora a quien hay que recordar por su quehacer literario, por su voluntad creadora por encima de cualquier relación personal. Lo único que merece estudiarse de su vida personal, es su exilio, esto con el motivo de entender su poética, pero nada más. Elena Garro es grande por su pluma.

***

 

 

Referencias

Bachelard, G. (1965). La poética del espacio. Fondo de Cultura Económica.

Cabrera, R. (2017). Debo olvidar que existí. Ciudad de México, México: Debate.

Garro, E. (2016). “Las cuatro moscas”. En E. Garro, Cuentos completos (pág. 313). Alfaguara.

Márquez Cárdenas, Á. E. (2011). La victimología como estudio. Redescubrimiento de la víctima para el proceso penal. Revista prolegómenos, 27-42.

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