Bisonte Mantra

Volumen Cuatro

Bisonte Mantra presenta dos realidades y cosmovisiones religiosas que se propone integrar: por una parte, el totemismo norteamericano (representado por el bisonte, animal sagrado de algunos pueblos), y por la otra, el budismo (simbolizado por el mantra). Julio Mejía III reseña Bisonte Mantra (Ediciones Era, 2017), de Jorge Luis Boone. Para él, es un libro religioso, pero en el sentido originario del término: religión es re-ligatio, re-ligar al humano con los dioses, con la naturaleza, con los demás hombres y mujeres, consigo mismo. Y este re-ligar se extiende, en Bisonte Mantra, a las cosmovisiones espirituales que tienen como punto de encuentro la palabra, que es, al fin y al cabo, el origen.

POR Julio Mejía III
5 agosto 2019

Bisonte Mantra

Desde el título, Bisonte Mantra presenta dos realidades y cosmovisiones religiosas que se propone integrar: por una parte, el totemismo norteamericano (representado por el bisonte, animal sagrado de algunos pueblos), y por la otra, el budismo (simbolizado por el mantra: palabras que, al pronunciarse o escribirse, tienen efectos espirituales y que constituyen un camino hacia la Iluminación). Libro religioso, pero en el sentido originario del término: religión es re-ligatio, re-ligar al humano con los dioses, con la naturaleza, con los demás hombres y mujeres, consigo mismo. Y este re-ligar se extiende, en Bisonte Mantra, a las cosmovisiones espirituales que tienen como punto de encuentro la palabra, que es, al fin y al cabo, el origen.

Más que religioso, habría que decir que el libro es místico y espiritual, pero sin aspiraciones trascendentes a un hipotético “más allá”, sino que es de una espiritualidad de lo inmanente, del “aquí y el ahora”. En ese sentido, la obra adopta una actitud preponderantemente oriental (en tanto que parte de la contemplación de la naturaleza y de la introspección) ante paisajes americanos predominantemente desérticos con presencia de montañas. El desierto es el espacio idóneo para desplegar la cosmovisión budista: se trata de un espacio vacío, pero de una vacuidad que se desborda en la tensión entre el todo y la nada.

Si bien la apreciación ―o cuando menos el reconocimiento― de las espiritualidades orientales y nativoamericanas es fundamental para la comprensión de la propuesta temática del libro, es importante destacar que ―en congruencia con el afán de re-ligar distintas tradiciones― también hay referentes occidentales que enriquecen la obra. Leonard Cohen, William Blake, Tomas Tranströmer, Ray Loriga, Paul Auster, Herman Melville, Milorad Pavić y Czeslaw Milosz, entre otros, participan en una comunión que alimenta la reflexión en torno a la escritura, la naturaleza y la vida misma.

Bisonte Mantra es un poema extenso, de largo aliento, pero fragmentario. Aunque cada fragmento es autónomo estéticamente, crece como conjunto. Es decir: puedo leer una sección, comentarla, disfrutarla incluso; pero al ponerla en relación con las demás, cobra un nuevo sentido: crece: el árbol se hace bosque; la piedra, montaña.

Tomo un fragmento para ejemplificar lo que digo. Comienzo por el principio: el “Intro”:

Hace dos veranos acampamos junto al agua.
Siete mil años de progreso quedaron reducidos
a ciertas invenciones:
el fuego, las sillas plegables, la luz conectada
a una batería automotriz.
Luego el canto:
ese rizoma de tradición occidental
que sobrevive en las canciones
que se entonan alrededor de la hoguera.

En el artificio de las luces apagándose una a una
nuestras personas se soldaron al campo abierto
como sombras que se integran a la noche.

Callé para escuchar:
la vida hablaba.
Había, sobre todo, una sensación de irrealidad: el mundo continúa
                                           más allá de la parcela que a diario
                                           aniquilamos.

Por encima y por debajo. A izquierda y derecha.
Al otro lado de la percepción
  suceden estas cosas.
A una hora de camino y minutos sueltos de terracería
el mundo es antiguo y es ajeno y somos suyos.

Todo sucede, y yo
en medio, ojo de huracán,
vacío y en calma.
Esto es lo que es: la materia que soy y al liberarse se fragmenta.

Las luciérnagas fueron nuestra mitología, guardias a la orilla de la noche.
La música, el perpetuo ensamble de las cigarras, la voz sitiadora del coyote.
La geometría encarnó en esas auras: círculos y puertas abriéndose en el cielo
  que conectan lo improbable y su dibujo.

La certeza de que un corazón, un latido de gigante, raíz y mente subterránea,  continuará golpeando su membrana sin nosotros. 

Al otro día
levantamos el campamento.
La paz era con nosotros.
Alcanzar la promesa
y dejarla ir
es entendernos pasajeros.

Escuchamos, larga carretera de regreso,
un rumor, la despedida:
  ese arcaico tambor que suena —para ti, para mí
  para el futuro— a ras de viento.

Escojo este fragmento porque es el que marca la pauta del libro: los temas, el imaginario, el ritmo: todo está allí. El poema inicia con una evocación narrativa (un campamento: sillas plegables alrededor de una fogata, luz conectada a una batería automotriz) en la que se anuncia un canto, pero un canto hacia adentro (por eso dice el yo lírico “callé para escuchar”). El mundo está alrededor; al centro, el individuo: el ojo de huracán, vacío y en calma: vacío que además se libera y se fragmenta en todo lo que está en torno: la luz de las luciérnagas, la música de las cigarras, el aullido del coyote. El yo lírico anuncia que a la mañana siguiente el campamento departe, pero el desierto lo ha impregnado. A lo largo del libro, seremos partícipes de esa interiorización del paisaje, que crece y se extiende rizomáticamente.

Técnicamente, el libro es un anfibio: se trata de un poema, pero también es, en momentos, un ensayo y una narración (tenue, acaso sugerida) que sirve como hilo conductor del poema. La escritura, como el desierto que retrata, es a la vez rica y sobria; el ritmo es parsimonioso, pero constante; la versificación, aunque irregular en ocasiones (incluso llega a convertirse en prosa), fluye como río y desemboca finalmente al interior. Y digo interior porque mucho del libro es intimista sin ser confesional: la contemplación de parajes naturales en realidad es contemplación del paisaje interior: el tema del libro es el desierto, pero no sólo el desierto geográfico sino el desierto que llevamos dentro.

*Puedes adquirir y encontrar la ficha técnica de Bisonte Mantra dando clic en este enlace.

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