Siempre estamos cerca del peligro, del dolor: ¿hay acaso algo en él que nos atrae como vil palomillas hacia la luz, como Ícaro hacia el sol? Sr. Semilla reflexiona al respecto a partir de una experiencia y vivencia personal: se pregunta si acaso estamos destinados a buscar el peligro, ya en un pensamiento, acontecimiento o en una persona.
Ícaro
Últimamente he estado muy reflexivo respecto a dos temas casi antagónicos: curiosidad e impulso vs. intuición y experiencia.
Todo empezó hace unas semanas, cuando saliendo del trabajo, tomé la bicicleta y me puse los audífonos, para darle —como de costumbre— música de fondo al trayecto.
Dado que estaba a punto de anochecer, me deleité con algo tranquilo y reconfortante: “Holocene”, de Bon Iver.
Después de cinco minutos de haber empezado mi recorrido (y ya terminada la canción), aproveché que la calle tenía poco tráfico para escoger una nueva canción, mientras manejaba la bicicleta con la otra mano. De pronto, en cuestión de uno o dos segundos y un ligero desvío en mi carril, cruzó (de manera no sorprendente) un carro frente a mí, casi atropellándome. Con algo de susto y enojo conmigo mismo, me orillé para calmarme (y regañarme).
Ya en mi departamento, me senté un rato con un pensamiento con el que hoy me inspiro: un niño quemándose con la estufa caliente.
Esta imagen es una que no puedo decir con seguridad si me pasó o no, pero de tanto que la he escuchado y visto, podría apostar con los ojos cerrados que de niño me quemé más de una vez al acercarme, con inocencia, a alguna estufa caliente. Me atrevo a decir que este escenario ya es una lección básica de vida, igual que voltear a los dos lados de la calle antes de cruzar, o traer las cintas del zapato sueltas, pues seguramente nos tropezaremos.
Aparte de la estufa de la casa, creo que todos tenemos nuestras ‘estufas del subconsciente’: esas que a base de ‘quemadas’ nos han enseñado que, efectivamente, hay que tener cuidado a la hora de acercarnos; ya sea a una persona, a un hábito, a una palabra, o inclusive, a un pensamiento. Queman. Y vaya que arden.
Me pregunto: ¿cuántas veces tienen que atropellarme para que entienda que no debo manejar con una mano mientras elijo una nueva canción con la otra?, ¿cuántas veces tengo que hablarle a las personas tóxicas que no aportan a mi vida, pensando que van a cambiar?, ¿cuántas veces más tengo que tocar la estufa caliente para (volver a) entender que me voy a quemar?
“Todas las personas tenemos fases o momentos en la vida en los que nos dejamos llevar con el impulso de un instante en actos o en palabras que terminan por dañarnos.”
A menudo, en nuestras mentes, somos esos niños curiosos en la cocina: confiamos que esta vez la estufa no nos quemará, aun cuando la experiencia nos dice lo contrario. La estufa: una conducta destructiva; volver a esa persona que no nos supo respetar o apreciar; el regreso a los hábitos que nos rebobinan; o ‘simplemente’ poniendo una canción (mientras manejo) en el celular.
Será una cosa nuestra, ¿del sapiens?, ¿el siempre estar tentados a las grandes lecciones que nos deja el dolor?, ¿o somos capaces de desarrollar, por medio de la experiencia, una intuición hacia el daño y/o la inestabilidad, la infelicidad, la felicidad?
Yo hoy escribo algo cerca – pero consciente – de mis estufas, donde hay mucho impulso, mucha curiosidad y hambre de experiencia, pero confiando de cuanto ésta me hace crecer, y esperando que, esta vez, no me queme. ¿Qué tan cerca estás de las tuyas?
mi mamá fue un laboratorio andante
La otra moneda: poesía femenina
Pequeño diccionario de palabras incomprendidas
Deja un comentario