El porno: culpable hasta comprobar lo contrario

Volumen Ocho

El porno ofrece como principal motivo de excitación la humillación de las mujeres, exaltando este modelo de mujer como deseable y convirtiendo la desigualdad entre hombres y mujeres en algo sexualmente excitante. En este breve ensayo, Melissa Ayala analiza esto y otras cuestiones sobre la pornografía bajo una mirada feminista y moderna.

POR Melissa Ayala García
4 mayo 2020

El porno: culpable hasta comprobar lo contrario

¿Qué es la pornografía? El debate que este volumen busca provocar debe partir de esa pregunta. ¿Es contenido visual que representa la sexualidad? ¿Es una violación a los derechos de las mujeres? Es, como diría Catharine MacKinnon en su libro Towards a Feminist Theory of the State, ¿una forma de sexo forzado?

Ruwen Ogien, en su libro Pensar la Pornografía, señala que «toda representación pública de actividad sexual explícita no es pornográfica; pero toda representación pornográfica contiene actividades sexuales explícitas». Asimismo, afirma que para considerar una imagen como “pornográfica” es necesario —pero no suficiente— que sea explícitamente sexual.

Es interesante que la mayoría de los hombres tienen una historia en su adolescencia que involucra el porno. Es cierto que los hombres buscan e intentan aprender lo que es el sexo mediante la pornografía y en su mayoría piensan que efectivamente, eso es el sexo. 

La pornografía mainstream, por llamarla de alguna forma, esta creada desde la óptica del hombre blanco, heterosexual, sin discapacidades; ese sujeto para quien el mundo fue pensado y creado. Este tipo de pornografía erige al espectador en un tipo de Eros, donde en menos de cinco minutos de penetración tras penetración, la mujer alcanza el orgasmo.

No es descabellado afirmar que existe un consumo diferencial de pornografía entre hombres y mujeres, y precisamente esto se explica por el género, el cual no solo construye cuerpos, sino también deseos, en función del sexo que se nos asigna.

Si bien el derecho a una sexualidad plena ha sido una de las mayores conquistas del movimiento feminista, cuando se abordan temas como la pornografía no existe consenso al interior de los femismos, y siendo completamente honesta, el consenso esta sobrevalorado. Que gozo poder tener estas discusiones entre nosotras y para nosotras.

En su libro Pleasure and Danger: Exploring Female Sexuality, Carole Vance resume el debate que se ha generado de manera magistral. La autora señala que la sexualidad sigue percibiendose como un área constreñida, de represión y peligro para las mujeres, pero al mismo tiempo, se comienza a resignificar como un terreno de exploración, placer y actuación.

Si bien expongo aquí de manera un tanto simplista el debate, podemos dividir en dos posturas los debates sobre el porno: una vertiente que ha asumido la lucha contra la pornografía, mientras otra que ha postulado una posición pro-sex. Entre las primeras destacan las figuras de Catharine MacKinnon, Andrea Dworkin,, Susan Brownmiller, entre otras. En la segunda categoría encontramos a Gayle Rubin, Carole S. Vance, Alice Echols, entre otras.

Para Catharine MacKinnon, una de las principales figuras que han luchado por prohibir la pornografía, el porno ofrece como principal motivo de excitación la humillación de las mujeres, exaltando este modelo de mujer como deseable y convirtiendo la desigualdad entre hombres y mujeres en algo sexualmente excitante. La pornografía «vende mujeres a los hombres como sexo y para el sexo»  con lo cual «contribuye causalmente a actitudes y conductas violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y la situación de la mitad de la población».

Así, considera que la pornografía no distingue entre erotismo y subordinación de la mujer, sino que, justamente, hace que parezcan lo mismo. Siguiendo a Andrea Dworkin, afirma que el daño que produce la pornografía es dual: por un lado, crea a las mujeres como sujetos a dominar, y por otro, domina y humilla a aquellas que aparecen en las representaciones pornográficas.

Ahora, ¿qué nos dicen las feministas pro-sex? Dentro de esta postura encontramos a Echols y Rubin como unas de sus máximas exponentes. Alice Echols critica la campaña antipornográfica al considerar que resta importancia al deseo de las mujeres desde justificaciones ideológicas y sus postulados, sin buscarlo de manera directa, robustece y refuerza la división conservadora entre dos tipos de mujeres: las vírgenes y putas.  En el mismo sentido, Gayle Rubin dirige su crítica a la política sexual de la que participan las feministas que buscan prohibir el porno, y señala que una postura de este tipo reprime la sexualidad en un sentido político.

Así, Gayle Rubin propone que pasemos a efectuar un análisis progresista sobre la sexualidad en su conjunto, que conduzca a construir una teoría radical del sexo, donde nos preguntemos cómo se ve el sí de las mujeres, el deseo de nosotras, el consentimiento explicado por y para nosotras y evaluar si estos conceptos son suficientes para entender nuestra sexualidad.

Ahora bien, ¿el Estado que tendría que decir a todo esto? ¿Cuál debería ser su postura frente a este debate?

De caer en la tentación de crear leyes que prohibieran determinado tipo de pornografía generaríamos un instrumento que por excelencia facilitaría la estratificación de las prácticas sexuales. Tendríamos al aparato estatal señalando qué prácticas sexuales son “deseables” y cuales no, llegando a extremos que a todas luces no son las aspiradas.

Es cierto que las personas que se encuentran en la industria de la pornografía no lo hacen en condiciones de trabajo óptimas. Aquí, las críticas de Adnrea Dworkin resuenan fuerte y claro. Esto habla de la urgencia de una legislación laboral que incluya a la industria pornográfica y que garantice condiciones de trabajo favorables para las que hacen parte de ella; aquí es donde podemos encontrar la intervención del Estado. En garantizar que todas y todos aquellos que se encuentren en esta industria, lo hagan en condiciones de trabajo favorables, con seguridad social y en condiciones salubres.

A manera de cierre me permito señalar una de las respuestas del propio feminismo a este debate. La fricción de las ideas hasta aquí expuesta, ha gestado un feminismo “posporno, punk y transcultural que, piensa que el mejor antídoto contra la pornografía dominante no es la censura, sino la producción de representaciones alternativas de la sexualidad, hechas desde miradas divergentes de la mirada normativa”.

El movimiento “posporno”, que me convence en lo personal cada vez más, se alza como alternativa a las posturas de un feminismo liberal, afirmando que «el Estado no puede protegernos de la pornografía, ante todo porque la descodificación de la representación es siempre un trabajo semiótico abierto del que no hay que prevenirse sino al que hay que atacarse con reflexión, discurso crítico y acción política».

El debate lejos de estar cerrado cada vez da para más, pero la censura, no debe ser la respuesta, apostemos por buscar crear representaciones de la sexualidad alternativas que nos lleven más alla de la teoría y logremos la politización de la mirada pornográfica.

******

Fuentes:

  1. Ogien, R. (2005) Pensar la pornografía. Barcelona: Paidós.
  2. MacKinnon, C. (1995). Hacia una teoría feminista del Estado. Madrid: Cátedra.
  3. Preciado, B. (2007). Eco Leganés. Recuperado el 2 de mayo de 2020

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