Sobre el origen de los machitos

Volumen once

Las conductas violentas y machistas se suelen justificar desde una posición biológica: el hombre es fuerte, es viril, es líder de tribu. Esto es falso. Si desde la posición biológica se quisiera justificar, entonces se debe abordar también desde la teoría de la evolución. Además, no se debe ignorar que las personas somos, esencialmente, seres sociales. Oscar Elizondo repasa el origen del macho tradicional desde esta perspectiva. ¿Están acaso los hombres que no han adaptado la masculinidad a la sociedad actual predispuestos a la extinción?

POR Oscar Elizondo
2 noviembre 2020

Sobre el origen de los machitos

Al escuchar la palabra machito uno llega a pensar en una serie de características predefinidas que forman a un hombre estandarizado, cuya construcción es una mera receta: agregar una pizca de agresividad ante cualquier inconveniente; colocar una cucharada de sentimientos reprimidos; verter dos tazas de superioridad y dominancia ante los demás; espolvorear al gusto con homofobia; mezclar todo golpeando mecánicamente contra una pared hasta conseguir una textura áspera; y finalmente hornear a temperatura ambiente por toda la vida.

Ahora bien, aquí no hablaremos en sí de la reprochable receta, ni de su persistencia en pleno dos mil veinte, sino de su posible origen. ¿Dónde se busca a quién ideó esta receta? Bueno, sin lugar a dudas ha de haber varias rutas, pero la que tomaremos será una ruta escénica por el camino de la biología evolutiva.

Imaginemos, pues, el siguiente escenario: hay dos gacelas y una chita. Las gacelas serán perseguidas por la chita. Un grave error sería pensar que con el tiempo las gacelas evolucionarán para superar a la chita, puesto que, al ser diferentes especies, no competirán entre ellas, sino competirán dentro la misma especie. Con el tiempo, las gacelas no deberán ser más astutas ni más rápidas que la chita, sino una gacela se adaptará para ser más rápida o astuta que la otra. Eso es, como estipuló Darwin, la supervivencia del más apto. Teniendo este ejemplo de introducción a la biología evolutiva, entraremos de lleno a cómo algunos de los ingredientes de la receta del machito pueden tener origen aquí.

Dentro de la biología evolutiva yace la teoría de selección sexual. Esta responde a la pregunta: ¿cómo eliges con quién procrear? Y para responderla, nos debemos hacer otra pregunta: ¿quiere la especie vencer o sorprender? Y la respuesta: depende.

El mundo animal puede ser dividido en dos grandes grupos: uno en el que los machos deben sorprender para cortejar a la hembra, y otro en el cual los machos deben vencer para conseguir una hembra.

En especies que buscan sorprender, los machos compiten entre ellos desfilando sus ornamentos con el fin de seducir a la hembra, quien al final seleccionará al más engalanado de los presentes para procrear. Pero, ¿por qué la hembra solo se fija en los ornamentos para tomar su decisión? Esto es debido a que en este tipo de especies, la hembra, por naturaleza, estará siempre sola, por lo que necesita asegurarse que su cría esté lo mejor equipada para la vida. Esto se traduce en la necesidad de obtener los mejores genes posibles para la futura supervivencia de la cría, y esto se ve reflejado en la calidad de los ornamentos de los machos. Tomemos como ejemplo: el pavorreal. La hembra siempre elegirá al macho con el plumaje más grande y más colorido, ya que esto representa mejores genes, porque si tuviera genes “defectuosos” estos se manifestarían en el tamaño o salud de sus plumas. Por consiguiente, la hembra busca que su cría nazca con esos buenos genes, para que cuando llegue el momento de que se aparee este no tenga dificultad alguna.

Por otro lado, en las especies que buscan vencer, la hembra estará acompañada de un macho durante la etapa de gestación y de crecimiento de la cría. La hembra no busca un macho que desfile sus ornamentos, sino uno que pueda cuidar de ella y su cría durante el tiempo necesario. Es por eso que en estos casos los machos compiten entre sí, a veces matándose, demostrando quien es el más fuerte. Dentro de esta categoría hay especies como venados, elefantes, leones, algunas aves, entre otras.

Es interesante ver como la pertenencia a esta categoría de la teoría de selección sexual ha propiciado al macho a demostrar: una violenta fuerza, una clara dominancia, la capacidad de proveer y proteger, y el poder de aislar a los más débiles de la manada. Un ejemplo más de una especie perteneciente a este grupo es el Homo sapiens, es decir: el humano. Y aunque el ser humano es un mamífero demasiado complejo para ser estudiado meramente bajo la lupa biológica, es intrigante ver como por formar parte de este grupo se le ha dado pie a mostrar este tipo de conductas: violencia, agresividad, dominancia, ser el proveedor, y la represión de emociones por la conjetura de estar relacionado con la vulnerabilidad o fragilidad: características que no deberían ser mostradas en orden para mantenerse como el macho alfa de la manada y conseguir el objetivo de reproducirse. Así comenzó en la época de las cavernas: el macho más fuerte y dominante consiguió reproducirse, el hijo de este adoptó las mismas actitudes para también reproducirse, y así sucesivamente en lo que podría parecer un ciclo sin fin.

Sin embargo, a pesar de la pertenencia del humano a este grupo, las teorías evolutivas no vienen a justificar las conductas machistas; no obstante, si ayudan a esclarecer la posibilidad del origen del varón como un ser fuerte, violento, protector, etc., desde el momento que este se colocó en el juego llamado evolución.

Aunado a ello, es de suma importancia remarcar que, aunque seamos seres biológicos, somos una especie regida por nuestro entorno social. Nosotros no somos leones ni elefantes; somos una especie que vive en una sociedad dinámica envuelta en cambios constantes. Lo dicho por Darwin para la biología es de igual manera aplicable a la sociedad: él dijo que las especies deben adaptarse al ambiente constantemente, por ello, desde la fundación de las primeras sociedades el ser humano ha tenido que adaptarse a ellas, y en la medida en que la sociedad y el entorno han ido cambiando, nosotros también deberíamos por consecuencia irnos adaptando. Dicho esto, evidentemente es retrógrada llevar a cabo actitudes y costumbre desarrolladas por los hombres de las cavernas y traerlas al siglo veintiuno, pues gracias a que el entorno social nos ha formado, nosotros no respondemos solamente a estímulos e impulsos biológicos, y cualquier tipo de intento de justificación hacia actitudes machistas no solo es infundamentada sino también insensata.

Reflexionando un poco: es bien sabido que quién no se adapta; muere, entonces ¿están acaso los hombres que no han adaptado la masculinidad a la sociedad actual predispuestos a la extinción? Yo creo que sí.

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